MILLENNIUM Ť Enrique Semo
De Uxmal a Pien, pasando por Kiev
Más que un caudal único que corre en dirección del océano, la historia de la humanidad se parece a un sistema hidrográfico de muchos ríos que desembocan en mares distintos. Y no hay, en el pasado, prueba alguna de que se juntarán, algun día, en un gigantesco y único Amazonas. A principios de nuestro milenio la cultura, el poder y la riqueza estaban distribuidos sobre la faz de la tierra de manera muy diferente a la actual. Regiones que se encuentran hoy a la cabeza del desarrollo humano se hallaban sumidas en la marginalidad, y otras que conocieron un gran esplendor luchan hoy por superar el subdesarrollo.
Europa occidental salía penosamente de cinco siglos de oscurantismo. Durante ese tiempo el Imperio y la Pax Romana fueron destruidos por olas invasoras de germanos, hunos, ávaros y magyares, provenientes del Norte y del Este. Los intentos de reunificación política, como el de Carlomagno, habían fracasado. Entre los siglos V y X la agricultura estuvo estancada, muchas ciudades fueron arrasadas o reducidas, y el comercio languidecía. La cultura clásica secular había retrocedido ante el escolasticismo y yacía olvidada en las bibliotecas cerradas de los conventos. El poder político estaba disperso en multitud de reinos y principados que luchaban sin cesar entre sí. Sólo la revolución tecnológica en la agricultura, a partir del siglo XI, presagiaba una posible grandeza para la región.
El área más poblada y técnicamente más avanzada del mundo era la que ocupaba la civilización china. Su imponente fuerza se había acumulado a través de una larga historia de eficiente agricultura de riego, organización estatal centralizada y sofisticada cultura. Entre los años 960 y 1368, durante las dinastías Sung y Yuan, y a pesar de haber sido conquistada en una ocasión por los mongoles, China llegó a su máximo florecimiento de los tiempos premodernos.
Eso se refleja en la enormidad de su población. Cálculos actuales sugieren que hacia el año 1190 tenía 73 millones de habitantes, y que en el siglo XIII el Estado chino llegó a gobernar a unos 100 millones de súbditos. Una verdadera revolución técnica elevó considerablemente la producción. Mientras que en Europa el aumento de la productividad se debió al mejoramiento del arado y los arneses de los animales de tiro, en China tuvo su origen en inventos hidráulicos: el perfeccionamiento de las presas, las compuertas de riego, los pozos y las bombas de agua de pedal. Según Mark Elvin, en aquella época, China tenía la más sofisticada agricultura del mundo, siendo la India su único rival serio. Dentro de China, el comercio privado conoció una verdadera explosión, y el comercio a larga distancia se vio estimulado por avances en la ciencia de la navegación y la abundancia de capitales dispuestos a asumir los riesgos asociados a dicha actividad.
Por otra parte, algunos historiadores chinos de hoy sostienen que en la era de los Sung, China pasaba por una verdadera revolución científica, colocándose por encima del Cercano Oriente, que a su vez estaba mucho más avanzado que Europa occidental. Debe entre otros, citarse su primacía en papel e imprenta, fierro y acero, armas (que incluían rifles, cañones y bombas) y construcción naviera, así como en dos productos importantes de exportación: la seda y la porcelana.
En aquel tiempo la capital de China era la ciudad de Pien, la actual K'ai-Feng que ya brillaba desde el siglo IV aC. Ubicada en un lugar estratégico en la confluencia de dos ríos y cuatro extensos canales artificiales construidos a lo largo de los siglos, la ciudad concentraba gran parte de los tributos de China y un importante tráfico de navegación privada. Bajo los Sung, Pien fue, probablemente, el principal centro comercial del Oriente y un gran centro industrial que incluía importantes fundiciones de hierro. En el siglo XI su población era de entre 600 o 700 mil habitantes, y la ciudad estaba rodeada por una triple muralla defensiva.
Casi en la misma época, en Mesoamérica, después de un florecimiento de varios siglos, la civilización maya de las tierras bajas del sur comenzaba a sufrir un colapso. Mientras que las ciudades de esa región decaían, otras ubicadas en las tierras bajas del Norte, tales como Uxmal, Kabah y Sayil, en la región Puuc, y Chichén Itza, en la parte central de Yucatán, iniciaban su esplendor.
Durante la edad de oro de la cultura maya (época clásica 325-900 dC), la población creció, las ciudades se expandieron, el comercio interno y a larga distancia floreció, el número y la especialización de los artesanos aumentó, y el poder y la riqueza de las élites llegó a su cúspide.
La ciudad de Uxmal se encontraba situada en lo que es hoy el municipio de Sinanché, 92 kilómetros al sur de Mérida. Aun cuando las fuentes orales y escritas discrepan en materia de cronología acerca de los hallazgos arqueológicos, el Chilam Balam señala que la fundación de la ciudad data del año décimo ahau (936 dC), que estuvo a cargo de Ahzuictock Xiu y que su auge duró aproximadamente dos siglos y medio. Durante ese tiempo formó una Triple Alianza con las ciudades de Mayapán y Chichén-Itza, y aun cuando no se conoce su población, se sabe que las tres ciudades albergaban a la mitad de la población maya de la región, lo que les permitió gobernar una vasta área. Al final del periodo, el protagonismo de Mayapán rompió la alianza. Una cruenta guerra entre los cocomes de Mayapán y los xiu de Uxmal terminó con la derrota de estos últimos y la ruina y abandono de su ciudad. Entonces sus habitantes fundaron la ciudad de Maní (que significa ya pasó).
Los espléndidos restos arqueológicos de Uxmal, construidos en el estilo Puuc, muestran claramente la magnificiencia de la desaparecida ciudad. Entre los edificios destacan los así llamados Templo del Adivino y el Cuadrángulo de las Monjas. En ellos, y en el resto de las construcciones, contrastan en delicado equilibrio y la sobriedad de las fachadas con la rica ornamentación de los interiores.
Las rutas comerciales que iban, en la era medieval, de Escandinavia hasta Bizancio, y del Asia Central y el Lejano Oriente a Europa oriental, pasaban por una región habitada por eslavos orientales que tuvieron múltiples contactos con las culturas de Grecia, Bizancio y el Cáucaso. Ya antes de su cristanización (988-989) y la llegada del alfabeto, esos pueblos tenían una cultura particular y definida. Ellos fueron los primeros rusos.
Al principio de nuestro milenio la ciudad de Kiev estaba ubicada en un cruce de estas tres grandes rutas comerciales, y su preeminencia y ascenso a la condición de capital del Estado ruso se debió, en buena parte, a la prosperidad traída por los comerciantes que viajaban a la ciudad o pasaban por ella, a la excelencia de sus artesanías y a la exquisitez de sus objetos de plata. Durante el siglo XI Kiev era una de las ciudades más prósperas y animadas de Europa, una urbe más rica y brillante que el Londres o el París de aquella época. Bajo el reino del rey Yaroslav (1019-1054), tenía un gran número de iglesias (un incendio destruyó 400 de ellas), escuelas, hospitales y bibliotecas.
Políticamente formaba parte de Europa. Los príncipes de Kiev mantenían sólidos lazos con las demás casas gobernantes de los reinos occidentales, y sus hijos se casaban con vástagos de las familias reales de Inglaterra, Alemania, Francia, Suecia, Hungría y Bizancio. Sin embargo, una serie de guerras debilitaron a la ciudad y en 1240 fue sitiada y tomada por los mongoles.
Viajar de Uxmal a Pien, pasando por Kiev, en el año 1100, era imposible, no sólo por los obstáculos naturales que se imponían a las técnicas de transporte de la época, sino también porque si bien las dos últimas sabían de su mutua existencia, no tenían ni la más remota sospecha de la de Uxmal, ni los orgullosos habitantes de la ciudad maya sabían del esplendor de aquéllas. Las tres ciudades vivían vidas paralelas, distintas, autónomas e introvertidas.