Alberto Aziz Nassif
¿Cambios radicales?
La nueva mayoría de oposición en la Cámara de Diputados es uno de los datos políticos más importantes en décadas. Este cambio en la correlación de fuerzas tiene que expresarse necesariamente en criterios diferentes sobre cuánto y en qué se gasta y cuál tasa de impuestos se tiene que pagar. Lo demás es parte del escenario normal de una posibilidad novedosa y de las estrategias que ponen en operación los actores políticos para ganar el litigio. Una de las mejores cualidades de la democracia es que permite realizar cambios de forma institucional.
En la discusión sobre el presupuesto han dominado dos tipos de argumentos para descalificar cualquier posibilidad de cambios en el presupuesto: las opiniones que ubican a la oposición como un niño con una pistola; y los argumentos empleados por el mismo gobierno de Zedillo sobre el supuesto ``desastre'' en que caería este país si los diputados de la oposición se atreven a cambiar la tasa del IVA. Son simplificaciones que deforman la realidad; más bien se trata de proyectos diferentes.
En el litigio presupuestal hay que ir a las razones de fondo. La autoridad y la legitimidad de un gobierno se desprende de su origen en las urnas. El presidente Zedillo pudo instrumentar su proyecto para enfrentar la crisis de 1994, porque, además de contar con la mayoría en el Congreso, tenía la mayoría de los votos. A pesar de haber aplicado medidas completamente antipopulares como la subida del IVA, o la reforma de la seguridad social, el gobierno se mantuvo firme y hoy, de acuerdo a su lógica, la economía se recupera y crece de forma importante.
Ahora las cosas han cambiado, la ciudadanía quiere un cambio y así lo expresó el 6 de julio pasado, con lo cual se logró una nueva mayoría. Con el actual proyecto sigue vigente el esquema que vivió el país antes de la crisis: la economía crece, pero no se logra una mejor distribución del ingreso, la crisis se supera, pero hay millones de familias que siguen sin superar sus efectos. Por eso, la oposición tiene la obligación política y moral de modificar los esquemas rígidos de la actual política económica y de lograr otros equilibrios más equitativos en el gasto público y en los ingresos.
Después de tantos años de ajuste se han llegado a distorsionar las miradas. Para nadie es un secreto que la política de pactos fue una estrategia que recargó el peso de la crisis en la disminución del salario. Sin embargo, en la mentalidad de los gobernantes se ha llegado a formar un axioma, que resulta falso; se dice que el salario no puede subir por decreto, como supuestamente quiere la oposición, pero se olvida que el salario tiene 20 años bajando por decreto.
Hoy la economía crece, pero la misma concentración del ingreso y los largos años de decreto de bajas salariales, hacen que los beneficios no lleguen a los trabajadores por la vía del empleo, el salario y de las prestaciones. ¿Qué tipo de país somos desde el punto de vista de la distribución del ingreso?
Si países muy ricos como Estados Unidos son de tres cuartos, al primero le va muy bien, el segundo sobrevive y el tercero está en la calle; aquí en México más de la mitad está en la calle literalmente, luego hay una capa muy amplia que la va pasando y una pequeña fracción que está muy bien, es decir, una sociedad completamente polarizada.
Otra vez, como con la instalación del Congreso, la mayoría opositora ha tomado la iniciativa y se dispone a hacer cambios al presupuesto y a la Ley de Ingresos: reducir el IVA al 12 por ciento; aumentar el salario 5 por ciento por encima de la inflación; más recursos para estados y municipios; mayor apoyo al gasto educativo; desaparición de la partida secreta, Ramo 23; hacer transparentes los salarios de los funcionarios; no aprobación de una partida de 4 mil 500 millones para el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa); además de una serie de recortes a secretarias y oficinas en el extranjero (Proceso, 1099).
El gobierno mexicano no ha aprendido a establecer equilibrios. Su decreto de castigar al trabajo se tiene que empezar a romper por algún lado. Este problema, que aquí no se ha logrado entender, en otros países lo ven con mucha claridad; la ministra francesa de empleo, Martine Aubry, lo expresa así: ``no basta con impulsar el crecimiento y realizar una gestión clásica de la economía; (...) se debe acumular coraje para hacer una reforma fiscal que grave también las rentas de capital, no para hundirlas sino para reequilibrar el esfuerzo de las rentas salariales'' (El País, 19/XI/97).
Esperemos que la oposición tenga el coraje y la visión para generar este nuevo equilibrio en la distribución del ingreso, eso sería un cambio radical y necesario en este país.