Ugo Pipitone
La APEC en Vancouver
Reunidos en Canadá, los 18 miem- bros del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) acaban de declarar su intención de comenzar negociaciones sectoriales para acelerar la liberación de sus comercios recíprocos. Una noticia relevante por dos razones: porque muestra la voluntad de conducir una progresiva apertura externa y porque indica el deseo de que esta apertura sea progresiva y construida sobre bases sectoriales. Ninguna declaración encendidamente ideológica sobre libre comercio sino pragmatismo y más pragmatismo. O sea, la confirmación de un estilo asiático cuya marcha hemos conocido en las últimas décadas en Corea del sur, en Malasia, en China y, en realidad, en toda parte, o casi, del Oriente de Asia.
Un estilo, por cierto, que en los últimos quince años ha permitido a esta región del mundo crecer a una tasa media anual superior al 8 por ciento mientras los países de la OCDE (la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico) lo hacían a una tasa anual inferior al 3 por ciento y los de América Latina apenas por arriba de un 2 por ciento. El pragmatismo paga, evidentemente. Para los miembros asiáticos de la APEC se trata de construir paso a paso convergencias de intereses que permitan ampliar redes regionales de interdependencia construidas sobre consensos y negociaciones. Mejor edificar lentamente aquello que se pretende que perdure.
Probablemente sin saberlo, los gobiernos asiáticos operan al interior de una lógica de inconfundible sabor keynesiano. En una polémica periodística de hace 75 años, Keynes señalaba que el libre comercio es la forma mejor para asegurar crecimiento económico y empleos competitivos. Y sin embargo señalaba varias excepciones a la regla que obligaban a construir caminos menos ideológicamente alumbrados pero más sólidos en el largo plazo. En un artículo del 24 de noviembre de 1922, Keynes decía por lo menos dos cosas importantes. La primera era que la protección arancelaria puede contribuir al aumento del empleo pero al costo de reducir los salarios de cada uno de los trabajadores empleados. La segunda era una declaración a favor del pragmatismo: ``el principio del laissez-faire no es nunca un argumento final''. ¡Cuánta nostalgia --si se me permite el lamento-- por los tiempos en que los economistas tenían aún alguna capacidad de aprendizaje de la realidad histórica y no se habían convertido todavía en estas curiosas figuras de la actualidad a mitad camino entre la cábala judía y el fanatismo esotérico matemático de las discípulos de Pitágoras.
Volvamos a la APEC. El libre comercio se propone aquí en dos tiempos: para los países más desarrollados del área el objetivo es el 2010; para los otros el 2020. Dos cosas son evidentes en lo que concierne a las economías asiáticas de la actualidad. La primera es que el comercio exterior sigue siendo un componente esencial en el desarrollo económico de una región en la cual las exportaciones, como porcentaje del PIB, varían entre el 13 por ciento de Japón y el 153 por ciento de Hong Kong. La segunda es que una parte creciente de este comercio está constituida por los intercambios entre los propios países asiáticos. Y considerando las diferencias de madurez, todavía importantes, entre estas economías el objetivo del libre comercio necesita avanzar en forma cautelosa. El propósito es evitar desequilibrios que podrían producir efectos contrarios a una creciente interdependencia y especialización de las economías del área.
No se trata de idealizar a Asia oriental (una de las regiones de mayor autoritarismo político a escala mundial) sino de reconocer que el pragmatismo en la política económica tiene una virtud esencial sobre cualquier ideología: la posibilidad de aprender, y corregir, en la marcha. Una virtud de no poca significación en un mundo en que mercado y apertura externa tienden a convertirse en fetiches.