Con la conformación de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) culmina un largo proceso de convergencia entre sectores que formaron parte del denominado ``sindicalismo oficial'' y agrupaciones laborales independientes. Concluyen, también, diversas rupturas y desgajamientos en el aparato corporativo y cupular que durante cinco décadas ha monopolizado la representación obrera.
En medio de la crisis generalizada por la que atraviesan los sindicatos en México y en el mundo, la constitución de la UNT es, sin duda, un hecho positivo, no sólo porque demuestra la vitalidad, la creatividad y la disposición a organizarse de muchas entidades laborales nacionales, sino porque abre una perspectiva plural, acorde con las nuevas realidades nacionales, en el ámbito del movimiento obrero.
En el contexto nacional, la noticia de la creación de una nueva central remite inevitablemente a la avanzada desarticulación del sistema político, dos de cuyos pilares fundamentales fueron la Confederación de Trabajadores de México y, posteriormente, el Congreso del Trabajo. Tales organismos, que en un principio cumplieron un papel dual en tanto defensores de los intereses de los trabajadores, pero también como instrumentos de control político y acarreo electoral en los tres lustros inmediatos, a raíz del establecimiento del modelo económico aún vigente se han convertido en meros mecanismos de sujeción de sus afiliados y de sumisión a los dictados del gabinete económico.
De 1982 a la fecha, en efecto, el país ha asistido a la destrucción de un sinnúmero de instancias sindicales, a una reconversión que ha reducido significativamente, en términos netos, el número de trabajadores asalariados, a la desarticulación y atomización programada de las organizaciones laborales y a un gravísimo deterioro de los salarios reales y de las prestaciones, tanto las legales como las contractuales.
Esta ofensiva contra el trabajo -que se repite con diversas intensidades en otras naciones-, ante la cual las cúpulas otrora hegemónicas han mostrado pasividad e indiferencia, si no es que connivencia, configura el momento crítico en el que surge la UNT. En tal circunstancia, el primer desafío de esta central reside en redefinir la agenda y las prioridades del golpeado movimiento obrero y en plantearse estrategias y tácticas eficaces y viables en una época en la que las armas tradicionales de los trabajadores han perdido mucha de su fuerza.
Hoy en día los intereses laborales deben defenderse en el marco de una globalización irreversible, de exigencias de productividad insosyalables, de un masivo y desmovilizador desempleo -abierto o encubierto- y, por consiguiente, de una competencia feroz por los empleos. Pero, al mismo tiempo, el panorama actual ofrece a los trabajadores organizados valiosos elementos que deben ser capitalizados: entre otros, la libertad de afiliación política y de sufragio individual, el creciente interés de la sociedad y de los medios por el ejercicio de los derechos laborales y las posibilidades de comunicación entre las instancias obreras de los distintos países.
Otra prueba de fuego para la UNT se refiere a su capacidad para avanzar en su cohesión y superar las diferencias de origen entre las distintas organizaciones que la conforman. La dificultad de esta tarea se ha evidenciado ya con la temprana dimisión de nueve sindicatos -entre ellos, el SNTE, el SME y la COR, que representan a miles de trabajadores- de la nueva central.
Finalmente, el nacimiento de la UNT abre una interrogante acerca del trato que esta central recibirá de parte de las autoridades federales, las cuales, desde hace décadas y hasta la fecha, han negado la representatividad de organizaciones independientes y persisten en mantener la hegemonía de la vieja cúpula oficial como única interlocutora ante el gobierno.