Hay quienes favorecen el escepticismo y hay quienes lo denostan. Algunos piensan que la lucha y la realidad se avizoran mejor a partir de esta escuela mientras que otros consideran que sus ideas preconizan derrotas anticipadas. También existen los sensatos que suelen adoptar posiciones intermedias; mientras que el demasiado optimismo ciega y produce amnesia, el pesimismo desmesurado deviene inmovilidad.
El Distrito Federal ha sido un cúmulo de desatinos cuya tragedia ha encontrado siempre --por fortuna para quienes han ostentado el poder, por desgracia para toda la población--, amparo y disculpas en las malas herencias de las administraciones previas. En nuestra política nunca hay culpables: los previos eximen a los que siguen. En este tamiz, mientras que los últimos gobernadores han considerado que la ciudad camina mejor, vox populi asevera que se vive la bancarrota de la capital. Quedan, desde luego, los pretextos esgrimidos desde el poder para justificar la difícil cotidianidad. Es por eso que los defeños pensamos que las mentiras adornadas de optimismo piadosos ya no son eficaces. Por eso, cuando se eligió nuevo regente, fue el voto del escepticismo, no el de castigo, lo que destronó al PRI. ¿Qué hacer, el próximo 5 de diciembre, por el DF, por nosotros, con esa caterva de encuentros y desencuentros, esperanzas y frustraciones? ¿Se puede construir a partir del escepticismo?
El próximo mes se inaugura una etapa inédita. Diciembre de 1997 se presenta como un fin de año distinto, difícil, con muchos cuestionamientos y expectativas, bañado de problemas y retos, pero sobre todo, y muy lejos de los temores, invitador. Invita la democracia, el golpe al PRI, la posibilidad de edificar y ser partícipe de otros tiempos; seduce también la noción, por primera vez, que el cambio puede ser incluyente. En ese contexto, importa y no importa simpatizar con Cuauhtémoc Cárdenas o con el PRD. Para quienes apreciamos su historia y presente el compromiso es obligado; quienes tengan diferencias con su ideario tienen también la responsabilidad de trabajar por su ciudad. Más allá de los dogmas partidistas o de los rechazos ciegos contra Cárdenas-PRD, lo que debe prevalecer es la conciencia de ciudadano y el compromiso con la idea del cambio, lo que no es más que la obligación con uno mismo. Debería preocupar el bienestar de los gobernados y no la fe ciega, amnésica, hacia el partido. Sin duda, ésa es una de las definiciones de Primer Mundo: importa más el país que el partido. Sería laudable el contagio de la obligación y del cambio: en estos tiempos, lo que importa es ver por todos. ¿Cómo contagiarnos, qué hacer?
A vuela pluma respondo: ``de la palabra a la acción''. Hablar y convencer, explicar que este tiempo son nuestros tiempos, que por primera vez contamos con un regente elegido por la ciudadanía, que seguramente disminuirán los hurtos y errores, que sí se puede, que sí habrá escucha, que el movimiento producirá movimiento. Hay que hablar. Hablar con todos: con el vecino, con el taxista, con los hijos --nuestra responsabilidad fundamental es con los jóvenes--, con los colegas de trabajo, con panistas y perredistas inteligentes, con apolíticos, ateos, amigos en el extranjero, escépticos, priístas que quieran más a México que al partido, con desesperanzados después de tanta mentira, impunidad y corrupción, con quienes presten sus orejas por el simple hecho de habitar el DF y, finalmente, con quienes la esperanza, al menos como posibilidad, aún exista.
Y después de hablar, hacer. Empezar por lo más sencillo siempre es factible: barrer la acera ``de uno'', no tirar basura en la calle, comprar a los vendedores que han hecho de los semáforos sus casas y no en los grandes almacenes, ahorrar agua, no fomentar la corrupción, cuidar los árboles que quedan e incluso sembrar algunos. Hacer lo que no hacíamos: volvernos responsables por nuestras calles, por quienes menos tienen.
No hay duda que Cárdenas ganó tanto por su imagen como por la necesidad del cambio. Los enemigos principales serán las herencias del gobierno saliente y el tiempo. Son inmensos los baches, gigantes las deudas y corto el tiempo. Al margen quedan los insalvables daños que se le ha hecho a nuestro hábitat: aire, ríos, flora y fauna han sido inclementemente perjudicados. El reto es inmenso. Deberá construirse sobre una ciudad, que junto con sus áreas conurbadas alberga a 20 ó más millones de personas. Los urbanistas aseveran que es imposible que una urbe de esta magnitud funcione. Cárdenas y equipo enfrentarán un ``caso imposible''. Es probable que algo se modifique si todos, como dice el viejo refrán, colaboramos con un pequeño grano de arena. De lograrse lo anterior será posible que el cambio prosiga y nuevos gobiernos nos dirijan el próximo milenio.