Luis Linares Zapata
Prestigios y vanidades

El respaldo de los organismos financieros internacionales (BM y FMI) y de varios otros gobiernos (Clinton, Chretin) no podían ser más explícitos sino se atravesaran, ahora, los supuestamente atentos discípulos asiáticos (APEC), para que el relumbre del modelo financiero seguido por la administración de Zedillo brillará en el firmamento de los esfuerzos exitosos para combatir ``la crisis''. Sobre todo tomando en cuenta que esa misma crisis pareciera ser, desde esa perspectiva, un maligno hecho fortuito, un cáncer inevitable que de repente se manifestó con toda su crueldad congénita, un virus destructivo e indeseado que, sin invitación ni aviso, se vino a alojar en medio de los crédulos mexicanos y que, por derivación, no tuvo torpes e irresponsables progenitores.

Las estribaciones de tales apoyos y reconocimientos externos sólo pueden no ser vistos y sí contrariados por los necios, los inveterados críticos que propugnan por salidas viciadas de origen y sin los obligados avales de prestigios noveles se propala en columnas y emisiones radiales. En cambio, la política económica seguida con feroz realismo por el gobierno ya muestra sus indubitables resultados: un PIB trimestral (II y III) que crece aceleradamente (8.5 y 8.1 por ciento) en adición de la opinión del gran conocedor, casi inapelable, emitida por Mancera desde ``su Banco'' que, dice, requiere de absoluta independencia. Las garantías extendidas las cubre su peculiar experiencia de haber sobrevivido (en su puesto de director general) a tres devaluaciones con sus concomitantes purgas drásticas al ingreso y al salario de todos.

Pero si ello no fuera suficiente, se obtuvo el discurso (20 de noviembre) pletórico de inesperadas citas políticas con las que quiso sorprender el, hasta hoy financiero, secretario de Transportes quien reafirmó, por instrucciones del Ejecutivo y a ``nombre de los tres poderes'', que el pesar y la incertidumbre esperan a la vuelta de la esquina si hay cambios al dictado oficial. El mismo secretario de Salud entró de lleno a la liza por las frases redondas, contundentes, que presagian más niños lombricientos y desnutridos de los que regularmente produce la ausencia o cortedad de los servicios asistenciales bajo su discutida autoridad si los diputados opositores le recortan gastos a su dependencia. Así, sin mayúsculas y como piezas de las épocas del más arraigado autoritarismo presidencial, que ya con Salinas era anacrónico, retumbaron, en el ámbito público, las premoniciones carentes de credibilidad o destinatario preciso.

Pero Zedillo dice bien, ``el hombre de la calle no entiende'' las razones de los rescates bancarios, ni tampoco los carreteros, se podría añadir. Frente a ello, y para cumplir con esa versión de la historia que hace inevitables los castigos masivos en pos de la continuidad de los sistemas de pagos (y de paso, como si no se quisiera, de sus conductores banqueros), hace falta asumir los costos políticos. Siempre y cuando tales costos los paguen los ciudadanos tan normales como lerdos y el vapuleado PRI con aquellos priístas que se van quedando ensartados con las perdidas electorales parece asumirse sin decirlo.

Pero no se puede descartar así nomás, y por medio de sutiles conjuros o aun con el más resistente de los ánimos, el impacto que sobre las negociaciones en curso entre la Cámara de Diputados y los hacendistas tendrán las sibilinas opiniones aquí comentadas. Los grupos de presión están atentos a cualquier pulsación externa y a las sentencias de sus pastores para, de inmediato, reafirmar sus temores y trasladarlos a sus empresas, a la Bolsa y a las declaraciones y consejos, tan repetitivos como no solicitados, de sus organismos cupulares.

Los diputados, se espera, tendrán el suficiente aplomo y experiencia para absorber las presiones derivadas. Pero lo que todavía queda por sopesar en todo este proceso es el efecto que tendrá el juicio y respaldo de la opinión ciudadana. Es precisamente esta referencia la que viene importando en toda la disputa por los números y los programas del presupuesto y los niveles impositivos que habrán finalmente de normarse en la Ley de Ingresos.

Se espera, además, el cumplimiento no de una simple promesa de bajar el impuesto (IVA), de transparentar partidas o de recortar gastos superfluos, sino de truncar la tendencia hacia una mayor desigualdad y empezar a aliviar la costosa carga impuesta a las mayorías. Se quiere, como voluntad colectiva, incrementar el volumen de la producción al mismo tiempo que se quiere obtener, al menos, ciertos mínimos de bienestar para los que, hasta ahora, han sido expulsados del consumo. El Presupuesto para 98 debe ser el inicio del recule de esa tendencia de pensamiento perversa que permite agrandar las desigualdades y que empequeñece el tamaño de la economía por la repetición de crisis labradas con la difusa, pero real, participación de esos pocos notables que tan a menudo amenazan y aconsejan, llenos de vanidad, para jamás reconocer sus lamentables errores e incapacidades.