Margo Glantz
Difícil equilibrio o historias malabares

El 15 de septiembre pasado dos acróbatas, Jade Kindar-Martin, estadunidense de 14 años, y Didier Pasquette, francés de 29 años, ganaron una gran batalla: atravesaron el río Támesis, el famoso Thames de Londres, por uno de sus tramos más anchos, 300 metros, sobre un cable de acero a 46 metros de altura y se cruzaron en la mitad del trayecto, pasando uno sobre el otro. La hazaña era particularmente peligrosa porque iniciaron el cruce a las 7 de la noche, hora en que el río tiene muy poca agua debido a que se cierran las compuertas, con lo que cualquier movimiento en falso podría haber sido fatal. Aunque este tipo de cruces se ha intentado varias veces, nunca lo habían tratado de hacer dos equilibristas al mismo tiempo. Me encanta la anécdota, es un signo intemporal y a la vez un signo de los tiempos que corren o de los tiempos que estamos cruzando.

Y me encanta la anécdota porque en realidad nuestra vida cotidiana pende de un hilo y tal pareciera que de alguna forma todos estamos a punto de cruzar por el abismo. Me detengo, y aunque me encante la anécdota, así verbalizadas estas observaciones caen totalmente en el ámbito de lo banal. Son un simple lugar común. Quizá encuentren su sentido si añado aquí algunos relatos de equilibrio o de cirquería constantemente reiterados, son más bien tránsitos por la cuerda floja, a los que ya nos estamos acostumbrando.

El primero parece reiterarse de manera surrealista: un enorme tráiler avanza por una carretera cercana a Coatepec: lleva un oloroso y gigantesco cargamento de café. De repente, en un acto de prestidigitación elefantiásica la carretera ha quedado vacía, o mejor dicho, ha desaparecido el tráiler con todo y su cargamento y sólo ha permanecido el aroma del café.

Segundo acto: un enorme tráiler avanza por una carretera fronteriza, lleva mercancía de exportación o ¿será mercancía de importación? Nuevo pase mágico y en un abrir y cerrar de ojos ha desaparecido el enorme camión y naturalmente toda su mercancía. Ahora no queda ningún rastro, no ha quedado ni siquiera el olor, quizá porque las mercancías de importación carecen de perfume.

Tercer acto: un tráiler siempre enorme, muy moderno, último modelo, potente, limpio, de nuevo avanza por las carreteras nacionales, ha pasado primero y con éxito la aduana de Veracruz, luego, los demás caminos, aquellos que no hace mucho tiempo fueran recorridos por las diligencias y por su contraparte, los bandidos, esos bandidos que Manuel Payno ha inmortalizado y que creíamos desaparecidos para siempre, gracias a la modernidad. El tráiler llega y atraviesa la enorme ciudad y de repente se lo traga la capa de ozono, para luego reaparecer en un lugar apartado, abiertas sus puertas gigantescas y dejando ver que está completamente vacío. Todo, absolutamente todo el menaje de una diplomática acaba de desaparecer en esos actos de prestidigitación que animan todas nuestras conversaciones de sobremesa.

Cuarto acto --la pieza es interminable-- un tráiler cargado de secadoras de pelo con un valor estimado en 800 mil pesos, anteriores a la última devaluación, es robado. Una falla en la organización que por lo general, eso sí debemos admitirlo, es perfecta, permite detener a los asaltantes que esta vez no se han esfumado como las hormigas. Para beneficio de muchas cabezas capitalinas ¡las innumerables secadoras cuyo estimado precio de costo de importación era de 800 mil pesos se han salvado!

Me he detenido en estas minucias porque me confirman que no avanzamos hacia adelante, que el progreso es un mito de la posmodernidad, no, la historia es cíclica y como muestra baste un botón: el anuncio que vio, clavado en los árboles del camino, un viajero francés que en 1853 recorría la carretera México-Veracruz en una diligencia: ``Se avisa a los señores pasajeros que si no llevan por lo menos 50 pesos de oro en sus bolsillos serán apaleados''. También nos hace recordar a Relumbrón --el coronel Yáñez, ministro de Santa Anna-- quien desde sus oficinas de gobierno dirigía junto con Evaristo, el capitán de rurales que vigilaba la carretera principal de México, una amplia red de bandidaje nacional. Pero para continuar documentando nuestro optimismo remachemos con otra anécdota más: la que nos cuenta cómo desaparecieron, frente a Los Pinos, las rejas del alcantarillado y los postes de la luz