Hace exactamente un siglo, en 1897, Bram Stoker publicó una novela poco atendida por la crítica ``seria'' pero que ha quedado en el imaginario colectivo mucho más que otras. En efecto, Drácula recoge como pocas obras literarias un mundo de temores, pero también la aspiración de muchos humanos --habría que recordar a la muy real Condesa Sangrienta de las crónicas-- a la juventud eterna y a la inmortalidad. Stoker se basó en un cruel personaje transilvano, aunque se dijo en su momento que muchos de los rasgos del personaje retrataban, en íntima y regocijada venganza, al célebre actor Henry Irving, a cuyas órdenes estuvo largos años el novelista soportando los arrogantes desaires del divo. Sea como fuere, la lucha mal-bien se ejemplifica de manera excelente, al tiempo que la mezcla de religiosidad y superstición toca muchas fibras, todavía contemporáneas: valga como chistoso y actual ejemplo de tal mezcla el muy visible escapulario que luce en sus fotos el banquero Lankenau y los no visibles ajos protectores que fueron hallados en su bolsillo junto a otros talismanes.
El desarrollo de la historia del vampiro se ha manejado en el cine como en pocos medios, desde la extraordinaria Nosferatu, de Murnau. Terence Fisher desnuda el erotismo de Drácula en el inicio de un cine gore, lo que es continuado por Polanski en su cinta La danza de los vampiros, que contiene muchos elementos humorísticos. Si el filme de Coppola sostiene la idea de un amor romántico que pervive a través de los siglos, en Entrevista con el vampiro nos encontramos ante la fatiga de la inmortalidad, el estado de vida-muerte y el horror ante los crímenes cometidos. Es, pues, el cine --con excepción de muchas películas bastante deleznables y rutinarias-- el que busca nuevas formas de acercarse al legendario personaje o por lo menos a lo que el vampirismo supone.
Muy alejado de todo ello, el vampirismo de muchos dramas de Strindberg, ese chupar la esencia de la vida --no sólo en Sonata de espectros, sino en muchas otras-- traducido en proporcionar caldos sin sustancia a los jóvenes y fuertes, mientras la madre o la criada (que en la vida del autor son la misma) toman todo lo nutricio de los guisos, se debe a las enfermizas obsesiones del dramaturgo. En teatro existe una versión del Drácula de Stoker debida a John Balderston y Hamilton Dean que hace un par de décadas tuvo un gran éxito de público entre nosotros bajo la dirección de José Luis Ibáñez y con Enrique Alvarez Félix en el protagónico. Poco se ha tratado el vampirismo y sus posibilidades de reflexión por parte de nuestros autores hasta que Silvia Peláez empezó sus Crónicas vampíricas, primero con el monólogo El vampiro de Londres y ahora con esta Susurros de inmortalidad.
Antes de continuar, deseo aclarar un punto. Conozco la inteligencia de Silvia y todo el preámbulo de esta nota se basa en que muchos esperábamos de este texto algo que añadiera un tanto a lo ya visto antes, así no fuera en un escenario. También he de decir que nunca me han gustado las direcciones de Eduardo Ruiz Saviñón, aunque le reconozco un lugar en nuestro teatro, incluso su muy agradecible descubrimiento de Francisco Tario al público, y su empeño por manejar un tipo de teatro en que lo sobrenatural está presente. Es decir, que respeto a ambos. Sin embargo, obra y montaje no añaden algo a una reflexión actual acerca del tema (ni siquiera el paródico Shylock como banquero vampiresco de Héctor Ortega). Están todos los lugares que ya son comunes: el vampiro ya agotado por su sobrevida, la vampirita que se inicia, el erotismo de unos amantes envidiados por el vampiro, la lucha entre el bien y el mal, o sea entre Uriel y el cazavampiros Hernaldo (que se ilustra con una discusión tipo ``tú nunca conocerás la matemáticas o disfrutarás a Mozart'' que espeta Hernaldo a Uriel). Poca sofisticación, ningún hallazgo, excepto algunos rasgos del bien conocido humor de Peláez, que en la escenificación se convierte por momentos en humor involuntario.
Por ejemplo, en esa malhadada ventana que nunca abre o cierra en el momento oportuno, o algún truco de magia sencillito que a veces falla. Las actuaciones son poco convincentes, sobre todo porque los diálogos se intercalan con los largos y difíciles monólogos de Uriel y alguno de Melisa. La interesante figura de Adrián Joskowicz se presta para el papel de vampiro, pero recita en exceso sus parlamentos. Los demás también muy por debajo de cualquier intención que se tenga y que a mí se me escapa. Porque aun en la parodia se debe tener un segundo planteamiento de cualquier tipo