Rodolfo F. Peña
Unete

Mañana será un día memorable en la vida laboral del país: se constituirá una nueva central obrera, que puede ser a la vez anuncio e indicio de un sindicalismo verdadero y moderno, la Unión Nacional de Trabajadores (UNT). Su historia reciente arranca del Primer foro El Sindicalismo frente a la Crisis y ante la Nación, celebrado hace casi tres años, cuyos convocantes merecen el reconocimiento de precursores, aunque más no fuera que por la profundidad e importancia de los análisis que patrocinaron y aunque finalmente hayan resuelto marginarse por ahora (así cabe esperarlo) del proceso reorganizativo. Luego, empezó a hablarse con firmeza de la UNT en enero de este año, cuando tuvo lugar el Primer Encuentro Nacional Sindical, y cristalizó al fin como acuerdo en agosto, con la celebración de la Asamblea Nacional de los Trabajadores.

Pero sus antecedentes remotos, sin duda, están en la UNT a cuya formación convocaron, a principios de los años setenta, los trabajadores electricistas del Sterm, dirigidos por Rafael Galván. Esto lo confirma el hecho de que en el diseño y las discusiones preliminares de la nueva UNT haya participado activamente un hombre como Héctor Barba García, quien fuera el segundo de a bordo de Galván y uno de los promotores más diligentes del viejo proyecto, que acabaría abortando entre las marrullerías de la unidad sindical pactada cupularmente en septiembre de l972 y que terminaría en esa inextricable mezcolanza que conocemos hoy por Suterm.

Desde luego, entre la UNT propuesta hace ya un cuarto de siglo y la que está por nacer, hay diferencias sustanciales, sobre todo porque las circunstancias son muy distintas. Por entonces se libraba una lucha multitudinaria, vigorosa y valiente pero dispersa y sin eje vertebrador, contra las estructuras laborales corporativas (el charrismo sindical), lucha a la que se denominó insurgencia obrera. En la exposición de motivos que precedía a la convocatoria, se decía expresamente que la UNT no sería ``en lo inmediato una nueva central obrera, porque en las actuales condiciones se convertiría bien pronto en una versión más de las centrales obreras existentes''. El carácter de central opcional sólo lo adquiriría ``al final de un proceso de organización democrática, de abajo a arriba y de la periferia al centro''. Su función principal, por consiguiente, consistiría en ``centralizar, coordinar y dirigir la insurgencia obrera, que es una lucha por la democracia sindical, por la liquidación de las corruptas estructuras actuales del sindicalismo y por la creación de nuevas estructuras''.

Ese proceso de construcción era difícil y quizá sobrepasaba los medios de un sindicato que además tenía que resolver sobre la marcha los numerosos incidentes de un conflicto propio que se planteaba simultáneamente en los dominios político, jurídico, social...La UNT era una forma de encauzar la inconformidad obrera, de aliviar la presión social sobre un sindicato obligado a actuar como partido político, y de asegurarse la continuidad en la lucha democratizadora frente a unos adversarios reforzados con todo el poder del aparato gubernamental.

Por eso las comisiones organizadoras de la UNT tenían que formar comités de democracia sindical en el interior de los sindicatos charristas y buscar la expulsión de los falsos líderes, encabezar la defensa de los intereses obreros y buscar la unificación por rama industrial de los contratos colectivos. Las comisiones organizadoras se reunirían periódicamente para celebrar conferencias regionales. Al concertarse a escala nacional, esas conferencias prepararían un gran congreso que asumiera la responsabilidad histórica de dotar al movimiento obrero de la Unión Nacional de Trabajadores, la nueva central independiente y democrática.

Pero entre la UNT de ayer y la que va a constituirse, hay también coincidencias, más allá del nombre. A reserva de conocer sus documentos constitutivos, una de esas coincidencias, la más importante, es que surge de una fuerte crítica a las estructuras sindicales corporativas y se plantea como opción independiente, lo que no significa que deba entregarse a antagonismos irracionales ni con el gobierno ni con los contratantes. Si es o no esa opción que la sociedad espera desde hace ya muchas décadas, es cosa que se sabrá muy pronto.

Pero digamos desde ahora que sus auspicios son mejores, entre otras razones por la ostensible decadencia de los líderes corporativistas, que han dejado ya de ser los lugartenientes de Dios, y por la transformación política de la sociedad. La nueva UNT sobrevivirá si es una interlocutora seria e inteligente en una época de cambios veloces en la tecnología y en las relaciones de trabajo, si además de la representación y gestión de los intereses tradicionales de los trabajadores, sabe identificar y defender sus nuevos intereses en las circunstancias nuevas, si lucha abiertamente contra toda forma de falsificación sindical como los contratos de protección, si se compromete a fondo con una transición democrática que es enteramente inconcebible sin la participación de los trabajadores.