No existen en el país, por ahora, pautas políticas suficientemente claras. Las oposiciones asumen su papel de presentar propuestas concretas y realizan la crítica de la política oficial, pero el gobierno sigue en la inactividad.
Al parecer, hay un repliegue priístasobre las posiciones más duras, representadas por algunos gobernadores como Bartlett y Madrazo, los cuales proclaman sus victorias sobre la oposición al viejo estilo de los carros completos.
Pero el país del partido único y del monopolio de la acción política no existe más, aunque el nuevo régimen no ha surgido aún de los escombros del viejo autoritarismo. El sistema opera todavía alrededor del Presidente de la República, pero ha empezado a romperse, no solamente por el lado de la existencia de gubernaturas de la oposición y de la ausencia de una mayoría presidencial en la diputación federal, sino también por la debilidad del jefe del Poder Ejecutivo dentro del partido oficial.
El Presidente conserva aún la capacidad de nombrar al comité ejecutivo del PRI, pero ahí no se hace --casi nunca se hizo-- la política en México. Los grupos priístas tienden a jugar sus propias cartas en la medida en que no existe una línea nacional proclamada por el poder nacional y legitimada por los poderes locales y los grupos de interés.
Como todos los partidos, el oficial tiene puesta su mente en el año 2000, cuando deberán realizarse las elecciones de Presidente y de todo el Congreso. Mas, por lo pronto, el año próximo, se realizarán 14 elecciones locales y, en 1999, habrá otras siete. México es un país de elecciones permanentes, lo cual, de un tiempo a acá, convierte todos los años en pruebas políticas en las que se mide el poder con sus adversarios.
Así las cosas, el PRI debe tomar una decisión crucial: insistir en los viejos métodos del tipo de los carros completos o lanzarse a la acción política. La actitud asumida por el Presidente es la de una mixtura, en la que se abre campo a la política ciudadana en algunas partes del país, mientras en otras se mantienen las condiciones del poder cerrado. No hay, por tanto, una política única, sino una combinación que arroja un saldo de incoherencias y contradicciones, con las cuales no hay la menor garantía de una transición ordenada.
Mientras tanto, la política económica es una causa de incipientes divergencias internas en el bloque político oficialista. El país ha empezado a crecer, pero la línea de deprimir el consumo interno se mantiene casi como si todavía reinara la recesión. Con esa orientación, el sector oficial se encuentra en mayores dificultades.
Por otra parte, el PRI se halla sin líderes nacionales con suficiente peso dentro del oficialismo. Ya es todo un problema la postulación de candidatos a los más altos cargos de elección en casi todos los estados y los aspirantes se empiezan a lanzar de manera desordenada, antes de los banderazos del partido oficial. Si esta tendencia se mantiene, hacia la segunda mitad de 1999 el PRI tendrá una terrible lucha interna por la candidatura presidencial, la cual podría provocar algunas divisiones.
El vacío de una política congruente, con objetivos definidos, convocatorias claras y procedimientos abiertos, tiende a generar un ambiente de confusión, el cual no solamente afecta las filas oficialistas sino toda la situación nacional.
Un Presidente débil, sin convocatoria y objetivos políticos claros, genera mayores turbulencias. Enfrentar esta situación es, en realidad, el mayor reto de las oposiciones