Luis González Souza
Reforma de la paz

Acaso por los nubarrones de toda transición, las prioridades en México se invierten o se extravían a cada rato. Hoy el señor Estado reclama todos los reflectores de la reforma, dejando poco o nada a la señora Paz Social, que es la clave de cualquier transición no violenta, anhelo supuestamente unánime. Sin una reforma garante de la paz, cualquier otra reforma podría morir en cualquier momento a causa de tal o cual aparición de la violencia.

Esta verdad tan elemental curiosamente se oscurece una y otra vez. Hay que explicarla, entonces, de la manera más simple. Asociemos con un automóvil al régimen posrevolucionario que, por caduco, hoy queremos reformar. Y recordemos que la parte más importante de un auto son sus llantas. Sin éstas, simplemente no podría caminar así contase con un supermotor y con una flamante carrocería.

Pues bien, ¿cuáles han sido las llantas o el soporte más importante del viejo régimen? La famosa paz social, también conocida como estabilidad política y ensalzada por todos, aquí y en... Washington. Gracias a esa paz, llegaron inversiones, crecimiento económico, poco desempleo, mucha movilidad social, constantes expectativas de mejoría. Llegó, no la felicidad plena, pero sí la suficiente para no alentar otra revolución como la de 1910.

Si algo está roto en el México de hoy, ello es la paz social. En primerísimo lugar se ha roto la paz en Chiapas con la --todo menos inexplicable-- insurrección indígena encabezada por el EZLN. Y por la necedad gubernamental en evadir las legítimas demandas allí planteadas así como la necedad en incumplir los primeros acuerdos (San Andrés) para una solución inteligente, ahora esa ruptura de la paz ya aparece como una franca guerra, por más que se le disimule.

Para colmo, pero en forma lógica, esta guerra tiende a expandirse. Aparte de logros macroeconómicos tan espectaculares como dudosos, el neoliberalismo a la mexicana ha hecho del país una pradera harto seca y por lo mismo inflamable con la menor chispa insurreccional. Y para más colmo, si cabe, el grupo gobernante sólo atina a encarar la guerra chiapaneca con la lumbre del militarismo y la represión. La resultante es obvia: un México atrapado entre heroicos empeños por transitar a la democracia y apariciones cada vez más incendiarias de la violencia con todas sus máscaras imaginables (sólo léase el editorial de La Jornada, ayer).

Por ello la reforma de la paz es no sólo prioritaria sino urgentísima. Con la ruptura de la paz ya no sólo en Chiapas, se le poncharon las llantas al carro del viejo régimen. Y se ha parado ni más ni menos que en el cruce del camino a la democracia y el camino de los dinosaurios siempre dispuestos a devorar todo lo que insinúe el fin de su dictatorial reinado. Más dramático aún, desde ese cruce ya se avizora la llegada de los dinos más hambrientos, ora con capuchas tabasqueñas y poblanas, ora con narcoespuelas y fórmulas econométricas en el bolsillo de un pantalón Made in USA. ¿Qué hacer?

Lo ideal sería cambiar el carro, es decir, emprender una reforma múltiple que estableciera todo un nuevo régimen. Una solución más factible, hasta un niño podría adivinarla: cambiar las llantas (la reforma de la paz) y, así fuese a empujones, sacar cuanto antes el coche del lugar donde cruzan los dinos. ¿O acaso sería más sensato ponerse a cambiar el motor (reforma del Estado) o la carrocería (reforma económica, incluida la del presupuesto) de un carro sin ruedas, por completo imposibilitado para caminar?

Además, una buena reforma de la paz incluiría --pero en su debida jerarquía-- a las otras reformas. Comenzaría por reemplazar el engañoso concepto de la paz social por el de una paz justa y digna. Una paz que sólo podría garantizar, como su deber número uno, un Estado democrático. Y que, por ser tal, jamás volvería a permitir una modernización que más bien siembra hambre, desesperanza y violencia.

Obviamente, esa reforma de la paz tendría que iniciarse en Chiapas, no mañana sino ahora mismo, con una tarea tan razonable como elemental para el gobierno; cumplir la palabra empeñada en los Acuerdos de San Andrés. Y para la sociedad, con las tareas necesarias para que la importante Marcha contra la Violencia de hoy sábado, no quede en llamarada de petate, mucho menos de petate recortado, es decir, olvidándose de la violencia chiapaneca.