Nos visita esta semana Massimo D'Alema, secretario general del Partido Democrático de Izquierda (PDS en la sigla italiana). El partido del visitante tiene un pasado stalinista, hasta 1956 ortodoxo y, por lo tanto, D'Alema se formó en las maniobras de aparato y en la adoración de las maniobras políticas para entrar al gobierno mediante alianzas desprejuiciadas así como en la fe ciega en el poder estatal.
Una vez disuelto el Partido Comunista Italiano (o PCI), D'Alema permaneció en el aparato del sector mayoritario. O sea, en el que, cambiando de nombre, abandonando explícitamente el marxismo, la idea de revolución y el calificativo mismo de comunista, irónicamente aseguraba la continuidad de fondo con el viejo partido de Palmiro Togliatti mientras el sector minoritario, que reivindicaba el nombre de comunista y la herencia histórica del viejo movimiento obrero y pasaba a llamarse Refundación Comunista (RC) ponía en cambio el acento en el acto de refundar, en la ruptura con el centralismo burocrático, el oportunismo, la integración en el sistema y el estatalismo de la vieja organización togliattiana así como con el radicalismo veleitario y el eclecticismo de la llamada Nueva Izquierda, que estaba siempre a la izquierda del PCI pero compartía muchos de los vicios originales de éste.
Al surgir dos bloques en la izquierda italiana (PDS y RC), D'Alema permaneció en la derecha de ésta, o sea el PDS, y llegó a secretario general de su partido apoyándose en el aparato del mismo. Pero esa derecha ``izquierdista'' tiene también su izquierda y su derecha: D'Alema representa en parte a la primera, al definirse liberalsocialista, mientras una parte de la dirección se define en cambio liberaldemocrática y tiene a Clinton como modelo. D'Alema da cobertura popular a una alianza gubernamental con los restos de la izquierda democristiana (que, por otra parte, están a la izquierda del ex comunista), con los de un sector del ex centro de la DC, que son el nexo, en el Olivo, con las derechas, y con una miríada de grupúsculos ex secuaces de Bettino Craxi.
Con el Olivo D'Alema realizó el sueño viejo de la burocracia del PCI: compartir el gobierno con los democristianos y los aliados de éstos. Por supuesto, está decidido a hacer de todo para permanecer en ``la cámara de los botones'' ya que su partido, como organización y proyecto, casi ha dejado de existir y el gobierno es el único aglutinante para su aparato y la única justificación para su base. D'Alema y su partido están convencidos de que el capitalismo no puede ser superado, que el Tratado de Maastricht no sólo no tiene alternativa sino que es bueno. Busca, por lo tanto, el apoyo de Clinton, de Wall Street y de la City londinense, no como maniobra para demostrar que los ex comunistas son gobernantes capitalistas creíbles, sino porque tal es su visión teórica, y no le inmuta, por lo tanto, ser más librecambista y europeísta que muchos grandes grupos, como la FIAT, que quieren mantener algo de la política social y del papel mediador del Estado para obtener subvenciones y apoyos pero también para preservar en parte el mercado interno italiano. D'Alema ha llegado incluso a proponer desprenderse de RC y formar una nueva mayoría con una parte del Bloque de la Libertad (la alianza entre la derecha y la extrema derecha italianas). Con dicho bloque D'Alema busca una reforma del Estado que asegure, dice, gobernabilidad y eficacia. Por lo tanto, quiere reducir la representación proporcional y el peso relativo del Parlamento (Italia tiene un régimen parlamentario). Para ello ha tratado de crear, con el apoyo de toda la derecha, un régimen semipresidencialista, que concentre el poder en un organismo ad hoc --la Comisión Bicameral-- que él dirige como presidente in pectore.
D'Alema no es un hombre de Estado pero es un hombre del Estado y, en plena multinacionalización, cuando aquél pierde importantes funciones, quiere derechizarlo y reforzarlo (aunque transitoriamente) para vencer la resistencia a Maastricht y a la política del capital financiero, porque el fin de la ``anomalía italiana'' (dicha resistencia popular y la existencia de un sector comunista) es la conditio sine qua non para que el capitalismo italiano no vaya a la rastra del alemán o del francés.
Ahora D'Alema viene a vender su mercancía, la de la reforma del Estado precisamente para dar rienda suelta a la ley del libre mercado. O sea, a la liberación del capital de todas las regulaciones (entre ellas, la protección sanitaria, del trabajo, de los salarios, etcétera). Como viejo conocedor del pueblo italiano y amante del mismo y del progreso no le doy la bienvenida.