La crisis financiera de los países del este asiático ha seguido creciendo. Con cada nueva adición a la crisis, va aumentando también el monto de los recursos necesarios para prevenir un colapso del sistema bancario y financiar los compromisos externos. A Tailandia, Malasia, Filipinas, Indonesia y Hong Kong se añadió la semana pasada el caso de Corea, otra y tal vez la más notable de las economías de esa región que se había convertido en una referencia obligada del éxito económico y proclamado ejemplo a seguir por las demás economías emergentes, como se ha hecho costumbre denominarlas.
Tailandia demandó 17 mil millones de dólares para sortear el impacto de la crisis. Indonesia requirió 40 mil millones, y se dice que Corea necesita pedir prestado hasta 60 mil millones para financiar el quebranto financiero. Además de todo este dinero, que significa la exigencia de ajustar una serie de cuentas internas y externas, ha habido en esos países un efecto sobre las instituciones del sistema financiero. A medida que ha ido avanzando la crisis se han visto involucradas economías más grandes y, por ello, después de que las repercusiones de las crisis de Tailandia y Filipinas se resintieron de manera muy limitada en los mercados internacionales, las tensiones han sido más fuertes cuando los quebrantos ocurren en Hong Kong o Corea.
Hasta ahora la interpretación predominante de la crisis la restringe a una cuestión eminentemente financiera, y producida por una mala gestión bancaria y una incorrecta aplicación de las políticas económicas. Pero, finalmente, la acumulación de las dificultades financieras que se expresan en un aumento de las obligaciones externas o una fragilidad de la estructura del endeudamiento interno, tiene una vinculación con las condiciones que hacen posible sostener el proceso de crecimiento económico, es decir, con la producción.
Al final de la cadena de los quebrantos asiáticos está, sin duda, Japón. Y en este caso es preciso reconocer que cualquier cosa que ocurra con esa economía pertenece a otra dimensión económica de lo que hasta ahora han experimentado los mercados financieros. Aquí conviene situar el problema en el hecho que la economía japonesa ha tenido recientemente un crecimiento negativo. En el último trimestre la tasa anualizada de crecimiento del PIB fue de -11.2 por ciento con respecto al trimestre anterior y medida en un año fue de -0.3 por ciento. Los efectos de una dinámica productiva como ésta, se expresan de manera inmediata en la estructura de las deudas y por ello es que ha habido una serie de quiebras de importantes instituciones financieras. La economía japonesa tiene indudablemente una gran fortaleza y no se trata de predecir su colapso. En los últimos 12 meses su superávit comercial fue de casi 93 mil millones de dólares y cuenta con reservas internacionales por más de 220 mil millones. Cualquier dificultad financiera que pueda enfrentar corresponde, simplemente dicho, a otra liga, con respecto a las necesidades del ajuste de una economía como la mexicana, en la que una oportuna intervención del Fondo Monetario Internacional y del Tesoro de Estados Unidos, consiguió evitar que la crisis se extendiera a otros mercados.
En las consideraciones más populares de la crisis asiática ha sido hasta ahora convenientemente dejada de lado la consideración de la caída del crecimiento de la producción japonesa y las evidencias de un posible fin del ciclo de expansión económica en Estados Unidos. Una de las exigencias de la globalización ha sido el incremento de la productividad en las más grandes empresas que participan efectivamente en la competencia en los mercados mundiales. Eso acarrea un menor crecimiento del empleo en ocupaciones remuneradas en función de ese aumento de productividad, lo que ocasiona una divergencia entre la mayor oferta disponible y la demanda efectiva. La sobreproducción es una de las condiciones primarias de la crisis económica en las economías de mercado y puede no ser suficiente administrarla mediante las políticas monetarias de fijación de tasas de interés, tal y como dice la ortodoxia económica actual. Sería fructífero concentrar una parte de la atención en las condiciones de un periodo de lenta expansión económica en Japón, polo indiscutible de atracción en los mercados de la región del este asiático y proveedor principal de fondos de inversión en los mercados de bonos de Estados Unidos. Un cambio en los flujos de los capitales provocado por el reacomodo de las finanzas en esos dos países tendrá inevitablemente un efecto de choque sobre todas las demás.