La Jornada domingo 30 de noviembre de 1997

Manuel Vázquez Montalbán
La clarividencia socialista

Cuando se produjo el desastre del socialismo francés seguido, paralelo al del socialismo italiano, salieron los profetas del postsocialismo anunciando tiempos de debate y de reconstrucción de la izquierda. Recuerdo el sugestivo discurso autocrítico de Chevenement, también el de Rocard y las propuestas de Delors, desde una perspectiva euroizquierdista moderada. El debate jamás se llevó a cabo y los socialistas franceses optaron por lo electoralmente correcto: esperar a que el centroderecha se desgastara y un día u otro les llegaría el turno de relevo. El deterioro de la coalición en el poder se debió a la presión social, no al inexistente debate autocrítico de los socialistas y la torpeza estratégica del presidente Chirac ha dado oportunidad a la ciudadanía a que rechace al gobierno y deje en consecuencia campo abierto al retorno socialista.

¿Qué podía hacer Jospin ante esta perspectiva? Mostrarse sensible al malestar de la ciudadanía que contempla el paneuropeísmo como una propuesta de mercaderes, eurócratas y masters en macroeconomía, sin que se hayan dado pasos importantes en la formación de una conciencia europea social y popular. Los socialistas venían quejándose del desfase entre la Europa económica y la Europa político-social. Se quejaban, pero secundaban el forzamiento de la convergencia económica sin poner el mismo empeño en la convergencia social. La unificación monetaria es una condición sine qua non para construir una Europa económicamente competitiva y políticamente capaz de proponer un modelo de desarrollo social diferente al yanqui o al japonés, pero ¿qué pedagogía pública se ha practicado para que ese forzamiento monetarista fuera comprendido socialmente? Ninguno. Las derechas quieren la unidad monetaria por sí misma y las izquierdas no han desvelado o no tienen una táctica de convergencias propia.

La resistencia de Blair y Jospin a forzar aún más la máquina para conseguir la unidad monetaria, ha sido dictada por la ciudadanía. Han sido los ciudadanos quienes han contestado negativamente al encantamiento del Todo va bien. Va bien según macromagnitudes que no percibe el europeo peatón de la Historia que progresivamente se va distanciando de un mesianismo constructor de la Europa de las mortificaciones. Clarividentes a la fuerza, Jospin y Blair no obstante han situado al socialismo democrático en el camino de asumir la conciencia social tal como está y una vez asumida, de movilizarla hacia la construcción de una Europa diferente que debería parecerse bastante al referente creado en su día por Berlinguer y los sectores más avanzados de la SPD. A pesar de su estatura física Jospin ha podido ver el problema de abajo a arriba y ha reunido en torno de la mesa del gobierno a la princesa heredera de Delors y al recalcitrante Chevenement, la oveja roja y nacionalista del en otro tiempo adocenado socialismo francés. Especialmente interesante el desafío de Chevenement: la poética socialista del nacionalismo frente a la uniformación, deberá hacer frente a la Europa del mestizaje con procedimientos, supongo, notablemente diferentes a los de Pasqua o Debré. A veces las ideologías han de marcar la diferencia, han de servir para algo y desde España o Italia no sabemos si aportar la ideología del alivio por el euro retardado o la de pueblos que necesitan una Europa político-social que nos proteja de la Europa Económica.