La Jornada Semanal 30 de noviembre de 1997




Ciro Gómez Leyva


ENTREVISTA A ENRIQUE KRAUZE

Uno de los acontecimientos editoriales de este año fue la publicación de La Presidencia Imperial, que tuvo enorme éxito de público y de crítica. Desde su ensayo ``Por una democracia sin adjetivos'', Enrique Krauze ha contribuido a perfilar el país que transita hacia una vida más plural. Discípulo de Daniel Cosío Villegas e Isaiah Berlin, Krauze es el agudo representante de la tradición liberal en nuestro medio.



Todos tienen algo de razón

¿Qué lugar le reservará la historia a estos días, los días de la transición? ¿A Cuauhtémoc Cárdenas? ¿A Ernesto Zedillo? ¿A personajes como Vicente Fox? ¿Al 6 de julio, a la LVII Legislatura? Enrique Krauze acepta el juego de imaginación.

El historiador se presenta a la entrevista con su acervo de categorías, conceptos, frases, metáforas que lo han instalado no sólo como uno de los lectores más seguros del siglo XX mexicano, también como uno de los analistas más confiables a la hora de recorrer este atajo tortuoso por el que avanza a trompicones desde mediados de los ochenta la democracia mexicana. Ejemplos:``No habrá transición sin alternancia.'' ``La fortaleza va a caer, eso es seguro''.``No habrá acuerdos democráticos sin reconciliación nacional.'' ``El bajo perfil se desvanece en la falta de perfil.'' ``No es un reloj de arena el que marca nuestros pasos, sino una bomba de tiempo.''

Hoy termina la primera mitad del régimen zedillista. El viernes asume el poder en el gobierno capitalino Cuauhtémoc Cárdenas (Krauze dijo antes del 6 de julio que cuando la oposición gobierne la capital estaremos de hecho en el fin del presidencialismo imperial y el comienzo de una presidencia republicana). Buen momento para dialogar sobre la transición con el autor de Por una democracia sin adjetivos, Biografías del poder y La Presidencia Imperial.

-¿No te parece que nuestra transición ha sido poco cuidadosa con las palabras? ¿Qué te dice hoy el concepto transición?

-Hace unos años la transición era un misterio. No sabíamos si el cambio se retardaría, si se produciría de manera violenta o si no llegaría jamás. Por fortuna, los ciudadanos conquistaron un cambio pacífico. Pero queda casi todo por construir. Faltan reformas fundamentales en el Estado. Apunto dos: me temo que no contamos con los ordenamientos suficientes para evitar un conflicto paralizador entre los poderes. Falta también una transformación a fondo del aparato de justicia. En general, pienso que nuestra transición ha sido desordenada e imprevisora. Nada similar a la transición española, que tenía por eje al Rey y cuyo acuerdo cubría todo el espectro político. Y si allí hubo un conato de reversión, no creo que aquí estemos libres de riesgos.

-La tentación de las analogías. ¿A qué momento de la historia de México se parece el que estamos viviendo?

-Las analogías referidas al pasado de México son instrumentos útiles, pero a fin de cuentas limitados. Saber que los mexicanos hemos desaprovechado las dos únicas posibilidades democráticas de nuestra historia nos ayuda a prevenir los errores que entonces se cometieron, abusar irresponsablemente de la libertad, por ejemplo. Pero la historia es un proceso abierto que no se repite. La historia, como le gustaba decir al recientemente fallecido Isaiah Berlin, no tiene libreto.

-De acuerdo, pero tú has empleado con insistencia los símiles con Díaz y Madero.

-Lo hice porque creí que tenían mensajes aprovechables para la circunstancia de aquel momento. El paralelo Díaz-Salinas era obvio: si Salinas no abría la política seguiría un desastre semejante al de 1911 y, en cierta medida, así ocurrió, hasta en el detalle del exilio.

-¿Pero este momento de México? ¿Hoy?

-No se parece a ningún otro. Y el mundo tampoco ha sido el que es ahora. De la lectura correcta de esta circunstancia inédita y sus tendencias depende nuestra supervivencia como sociedad en el siglo XXI. Es el futuro el que debemos leer mejor, no el pasado.

-Y las analogías internacionales. ¿En qué nos ayuda el paralelismo con los astilleros de Gdansk, o con el ``sí'' chileno del '88, o con aquel ``a lo único que no debemos temer es al miedo'', de Adolfo Suárez.

-Son más útiles, porque están más cerca en el tiempo y nos obligan a revisar esa suerte de autismo intelectual que, por desgracia, ha sido tan común en México.

-¿Autismo intelectual?

-Un ejemplo, el más obvio: la comparación con Japón y China. El primero sufrió una derrota militar por parte de Estados Unidos. Su opción no fue el nacionalismo pasivo, defensivo y resentido, sino el nacionalismo agresivo de conquista económica. Lo mismo cabe decir de China, que en el uso concesionario de sus recursos naturales y su política de inversión extranjera es infinitamente más audaz y libre que México, con resultados que la están llevando a una posición de liderazgo mundial.

-Volvamos a las analogías internacionales.

-No nos damos cuenta que los problemas que nos agobian han sido manejados y resueltos en otros países. Seguimos creyendo que México es una isla amurallada en la historia. Esta obsesión con nuestra supuesta peculiaridad, este concepto defensivo de soberanía, nos vuelve más dependientes. Nos ha dañado mucho. Pero volviendo a tu pregunta, en términos políticos nuestro tránsito político se inscribe en un movimiento mundial de larga duración que tiene los puntos nodales que mencionaste y otros más, un movimiento de los sistemas cerrados y autoritarios hacia las sociedades abiertas.

-¿Seguimos estando más cerca de Perú que de España?

-Seguimos, de algún modo, equidistantes de ambos. Perú ha retrocedido en su vida política porque lo gobierna un émulo de Porfirio Díaz que buscará la reelección indefinida. Este arcaísmo político, que hemos superado en México, dará al traste con los proyectos fujimoristas de crecimiento económico. España, en cambio, ha construido en 20 años una democracia sólida y una economía razonablemente próspera, explotando con realismo sus ventajas comparativas en el mundo europeo donde cada vez más se inserta. Felipe González y José María Aznar pueden diferir sobre mil cosas, pero no sobre el modelo político y económico básico en el que España se inscribe.

-¿México?

-Por desgracia, seguimos discutiendo metafísicamente sobre el modelo económico a seguir. Como si la circunstancia mundial no nos estuviese imponiendo el modelo. Allí está de nuevo la mentalidad autista, la propensión al pensamiento abstracto que nos impide actuar y pensar con sentido práctico.

-Hay una tentación que yo llamaría de ``paternidad democrática''. Felipe Calderón dice que la transición empezó en 1986. El cardenismo piensa, desde luego, que la larga marcha arrancó el 6 de julio de 1988. Y los priístas aseguran que si ellos no hubieran optado por la democracia, simplemente la hubieran parado con ``mayoriteos''. ¿Qué dice el historiador?

-Por lo que atañe a la historia inmediata, todos tienen algo de razón. El agravio de Chihuahua en 1986 avivó la conciencia nacional en torno a la democracia. La ``caída del sistema'', en 1988, profundizó el agravio contra los ciudadanos y aglutinó a la izquierda en el propósito común de conquistar el poder por la vía de los votos. Y hay que admitir que, si no el PRI, al menos un sector del gobierno encabezado por el presidente Zedillo, abrió espacios institucionales a la democracia. ``No tenía otra'', dirían algunos, pero en política siempre hay otra. Ahora bien, en un sentido estricto nadie puede arrogarse la paternidad de la democracia mexicana. Como ideal está en Madero. Como doctrina y práctica política, hay que reconocerlo también, está en el PAN desde su origen. Como idea está en varios intelectuales del siglo XX.

-Es muy difícil escribir la historia. Escribir es arriesgarse.

-Naturalmente. Por estar más cerca en el tiempo, la historia política contemporánea es más polémica. Mi convicción es que vale la pena escribir la historia de lo que Alfonso Reyes llamó el ``pasado inmediato''. Yo estoy plenamente seguro del contenido de mi libro, y celebraría la aparición de otros libros serios sobre el mismo periodo. Ya lo dijo hace muchos años don Nicolás León a don Joaquín García Icazbalceta: ``La mejor manera de refutar un libro de historia es... escribir uno mejor.''

-Juguemos a la imaginación, mejor. A partir de su actuación en los noventa, ¿qué papel le reservará la historia a Cuauhtémoc Cárdenas?

-Tengo la impresión de que el lugar histórico de Cuauhtémoc Cárdenas dependerá de su desempeño en el gobierno del Distrito Federal. Si utiliza su capital político en intentar acciones valerosas y severas para comenzar a corregir los grandes problemas de la ciudad, la inseguridad antes que ninguno; si se aparta del legado populista, si se rodea de colaboradores honestos y eficaces, entonces se fortalecerá su posición para el año 2000. Y de resultar presidente, podría proyectar su experimento capitalino al resto del país. Cárdenas necesita romper con muchos tabúes ideológicos para convertirse en el líder que busca, sin ambigüedades, el crecimiento económico como vía para el progreso social. Por desgracia, no veo todavía en el programa cardenista signos claros de imaginación económica. Sensatez sí, pero no imaginación. Tampoco en los ámbitos de la seguridad y procuración de justicia veo propuestas. Todo ha quedado en un catálogo apreciable de limpieza moral y buenas intenciones.

-¿A Vicente Fox?

-Su experimento de gobierno se está dando en Guanajuato con buenos resultados. El estado crece económicamente, hay menor inseguridad, hay acciones educativas y proyectos microempresariales que son un éxito. Lo mismo cabe decir, punto por punto, de otro prospecto panista para el año 2000, hombre menos expansivo que Fox, pero igualmente eficaz. Me refiero a Francisco Barrio. Las credenciales democráticas de ambos son impecables. Pero su dimensión histórica se esclarecerá también en el futuro.

-¿A Ernesto Zedillo?

-Zedillo ha sido un gobernante serio, responsable y honrado. No hay duda de que el país ha transitado a la democracia en un marco de repunte económico. Su consolidación depende de varios condicionantes, que se antojan asequibles: si su gobierno logra persuadir al Legislativo sobre los beneficios generales de su modelo económico hasta volverlo una ``política de Estado''; o si introduce en él ajustes particulares que, al margen de sus efectos imprevisibles, tuviesen el respaldo de los dos poderes; si la recuperación económica continúa y en cada elección hasta la del 2000 se refrenda la pauta de equidad y limpieza; si logra, en fin, avances en la Reforma del Estado, creo que Zedillo tendrá un lugar histórico de excepción.

-¿A la LVII Legislatura?

-Su responsabilidad es tremenda. Corre el riesgo de acabar en mucho ruido y pocas nueces. O emborracharse de libertad y perderse en un vano parlamentarismo. O bloquear, en vez de propiciar, la marcha normal de la nación. O jugar al aprendiz de brujo precipitando un caos de ingobernabilidad. Es cierto que los diputados han tenido que luchar contra un PRI que no termina por aceptar los nuevos tiempos, pero a mi juicio se han tardado en poner manos a la obra. Han perdido un poco el impulso del 6 de julio. Los ciudadanos necesitamos ver resultados pronto, iniciativas, debates, legislaciones, actos de creatividad política que respondan al cambio por el que votamos.

-¿Al 6 de julio de 1997?

-Pasará a la historia como una gran fecha si sabemos construir la democracia. Si no, se perderá como una fecha más en el calendario cívico.

-¿Coincides con Lorenzo Meyer en que el PRI está genéticamente incapacitado para la democracia?

-Con todo respeto para mi admirado y querido Lorenzo, desconfío de la genética aplicada a la política. El PRI ha sido una máquina antidemocrática, pero no olvidemos que está compuesto por personas. Y yo creo que las personas pueden, si se lo proponen, reformar y reformarse. Sería muy ingenuo, por otra parte, descartar la vuelta de los dinosaurios. Ya hay algunos gobernadores apuntados para la carrera presidencial. Pero sus posibilidades de manipulación o de arraigo popular en un contexto abierto son mínimas.

-¿Ves un PRI democrático, sin adjetivos, en el corto plazo?

-Para mí está claro que, si no cambia, el PRI perderá en cascada varias gubernaturas en el '98 y el '99, y que casi entrará derrotado al año 2000. Se volverá una marca que nadie usa, un membrete anticuado, un refugio de caciques regionales. Todo, menos un partido ganador de votos.

-Se habla mucho de Zedillo, de Muñoz Ledo, del PAN y de la Cámara de Diputados. Pero hay actores que, comparativamente, están pasando inadvertidos. La Iglesia y los empresarios, por ejemplo. ¿Estás de acuerdo?

-Yo tenía ciertas ilusiones sobre el posible papel de la Iglesia en el cambio político de México. Tal vez me dejé llevar por la actitud decisiva de la Iglesia en la democratización de Polonia o de Chile. Cuando conocí al obispo Adalberto Almeida y al padre Camilo Daniel en Chihuahua, en 1986, creí que con esos representantes la Iglesia podía ser un agente de maduración política en la acepción más amplia del término. Creo que me equivoqué.

-¿Por qué?

-A juzgar por el confuso discurso público de sus voceros, la Iglesia fluctúa entre el fundamentalismo teológico más anticuado y una demagogia moralista que pareciera olvidar la herencia liberal de México. Esta amnesia puede costarles muy cara. La Iglesia nunca ha sabido qué hacer con la libertad política. Sigue sin saberlo.

-¿Y en el caso de los empresarios?

-Los empresarios no han pasado tan inadvertidos. Aunque algunos se empeñan aún en un dogmatismo que no convence a nadie, otros han leído bien el signo de los tiempos y tienden puentes con las fuerzas políticas reales, por ejemplo el PRD. Pero los empresarios también han incurrido en grandes fallas y omisiones. No han propuesto ideas económicas innovadoras, ni han tomado iniciativas de liderazgo social en momentos de crisis, como el huracán de Acapulco. La triste verdad es que siguen teniendo mentalidad concesionaria.

-¿Y los medios, siempre presentes en tu análisis? Creo que se ganaron ya las ``batallas de libertad''. Pregunto ahora: ¿quién va a frenar tanto exceso, tanta estupidez?

-Estupidez es una palabra excesiva.

-Puede ser.

-Yo creo que la prensa ha dado un cambio formidable en los últimos años. Ha sido un catalizador del cambio democrático. La competencia entre los diarios más vivaces ha sido benéfica para los diarios mismos y para el lector. Lo mismo cabe decir del radio. Se ha convertido en un ágora de la ciudad. La televisión va un tanto a la zaga, pero también allí ha habido cambios y estoy convencido de que seguirá habiéndolos. Y sin embargo, admito que hay que tener cautela: fue la prensa la que ahogó la democracia en tiempos de Madero. Debe aprender a usar su libertad con responsabilidad.

-El 2000 está a la vuelta de la esquina. Cito a Enrique Krauze, noviembre de 1996: ``Sin alternancia no habrá transición.'' ¿Refrendas lo dicho? ¿Lo modulas? ¿Lo retiras después de lo sucedido el 6 de julio?

-Lo sucedido el 6 de julio confirma esa aseveración. Hubo transición porque hubo alternancia. En el 2000 triunfará un candidato de oposición. De eso no me cabe la menor duda.

-El viejo siglo, según Eric Hobsbawm, no termina bien. ¿Cómo explicar que el siglo no concluya en un clima de triunfo, sino de desasosiego?

-Como figura de un viejo sabio prefiero a Isaiah Berlin que a Eric Hobsbawm. Creo que el siglo XX termina mal... mal para las ideas que defendió Hobsbawm y algo mejor para las que defendió Berlin. Pienso en la libertad política, la noción del necesario compromiso entre valores igualmente importantes pero incompatibles en la práctica, la tolerante pluralidad de las culturas. Desde otro ángulo, si lo ves bien, el siglo XX comenzó mucho peor de lo que termina. Se estrenó con una guerra mundial a la que siguió otra que sacrificó a 50 millones de seres humanos. Fue un siglo que albergó a tres regímenes totalitarios cuya escala de crueldad no tiene precedentes en la historia: el fascismo, el nazismo, el comunismo. Ahora todo esto ha quedado atrás. El siglo se ha purgado de muchos de sus males.

-¿México? ¿Termina mal?

-Postergamos demasiado tiempo nuestro desarrollo político. Permitimos que el sistema político priísta fuese dueño y señor de nuestro destino. Tal vez porque el sistema se había desempeñado admirablemente bien de 1929 a 1968, confiamos que podría aguantar hasta la eternidad. Pero falló porque tenía que fallar: era un monopolio centralizado, autoritario y paternalista que impidió la maduración cívica de los mexicanos. Nuestro siglo termina con el triste escenario que dejaron esas últimas administraciones del PRI, pero también con una nueva conciencia democrática. No puedo imaginar un mejor amanecer.