La Jornada Semanal, 30 de noviembre de 1997
Las buenas exposiciones, como los buenos libros, deberían estar planeadas sobre todo para su relectura morosa. Sin embargo, esto resulta por lo general imposible, ya que la mayoría de las veces una exhibición es producto de la reunión azarosa de piezas, que si en su conjunto conforman un universo coherente en la realidad constituyen un rompecabezas armado para el momento. Después del chispazo de fascinación, del recorrido físico dentro del entorno museístico, los universos objetual y conceptual volverán a dispersarse sin remedio, para bien de los coleccionistas y para mal del aficionado a las buenas selecciones.
Y justo por ser la excepción a la regla, valdría la pena resaltar iniciativas como la concretada a partir de Dioses del mundo antiguo, exposición montada en el antiguo Colegio de San Ildefonso hace ya varios meses. La recuperación digital de la muestra que bajo el mismo título se ha realizado (http://serpiente.dgsca.unam.mx/dioses/home.html) puede apreciarse dentro del sitio electrónico de San Ildefonso. Ahí, de forma gratuita y desde cualquier país del mundo, se pone al alcance de la vista el cuerpo entero del catálogo, rediseñado para su consulta hipertextual en la red. Durante el recorrido virtual, por ejemplo, tendremos acceso no sólo a la mayoría de las piezas reproducidas, algunas extraordinarias, sino también a los estudios de los especialistas. En Dioses del mundo antiguo una gran cantidad de textos específicos irá desplegándose al inicio de cada apartado y de cada una de las salas de la exposición.
Después de una presentación de corte general, la introducción a la muestra, bajo el título ``El hacedor de los dioses...'', correrá a cargo de Eduardo Matos Moctezuma. En ella, el arqueólogo explica en detalle la importancia que los dioses tuvieron en el mundo prehispánico y da una idea de los rituales que el hombre llevaba a cabo para satisfacerlos. Esta información resultará fundamental, sobre todo para el navegante que consulte la página desde cualquier parte del mundo y bajo los parámetros de otra cultura. Una segunda aproximación, de Alfredo López Austin, ``Los mexicas y su cosmos'', terminará de redondear con textos, cuadros cronológicos, imágenes de códices y toda suerte de elementos complementarios, el armado del contexto histórico.
Tras la entrada en materia documental, el visitante podrá acceder, según el orden deseado, a cualquiera de las ocho salas de exhibición, las cuales llevan títulos tan atractivos como ``El universo de los dioses (el espacio horizontal)'', ``El vértice sagrado (el espacio vertical)'', ``El espacio cósmico (el juego de pelota)'', ``El ritual y las ofrendas (el alimento de los dioses)'', etcétera.
La sala 1 expone, entre las deidades, representaciones de Tláloc y Xipe-Totec, así como una del dios viejo del fuego, Huehuetéotl-Xiuhtecuhtli. También allí vemos el famoso cilindro maya que presidía el catálogo de Esplendores de treinta siglos y las figuras en barro y piedra de una mujer y un sacerdote del culto a Tezcatlipoca. Algunas de las piezas resultarán poco conocidas para el público profano. Pero además, la mayoría son de una belleza y una calidad singulares. Esto se hacer patente sobre todo en el caso de la mujer o Cihuateteo de bulto. El recorrido por el resto de los espacios virtuales ocultará aún muchas sorpresas. La sala 2 contiene desde luego más representaciones de dioses, aunque también una ``Lápida de los cielos'' y una caja de piedra del Posclásico tardío, con escenas relativas a la naturaleza y al universo labradas en sus costados. En esta sala se encuentra el ``Disco solar de Xochimilco'', con el símbolo Nahui-Ollin -o cuatro movimiento-, y un plato policromo huasteco ricamente decorado.
En el apartado dedicado al juego de pelota veremos figurillas en movimiento, palmas, hachas, marcadores de juego, lápidas y yugos. Todas las piezas, realizadas en barro o piedra y provenientes de distintas regiones y culturas. La sala dedicada a las ofrendas exhibe asimismo cuchillos y piedras de sacrificio, recipientes ceremoniales y una escultura en piedra verde, de calidad extraordinaria, que simboliza al corazón humano.
Por último, quisiera destacar el valor de las salas virtuales y de una pieza en particular. Me refiero a la sala 6, dedicada a ``La dualida vida y muerte (lluvia y sequía)''. En ella nos toparemos con la escindida ``Cabeza de Soyaltepec'', con una pequeñísima ``Máscara vida-muerte'' de barro y con dos figuras, una bicéfala y otra de dos caras, del Preclásico medio de Tlatilco. Un par de coatlicues de piedra completarán el conjunto. La otra -que a mi gusto resulta importante por su contenido- es la 7, ``Los Dioses de la vida (el alimento de los hombres)'', sala llena de piezas fuera de serie (espejos humeantes, quetzalcóatls de formas insospechadas y tallas en piedra de excelente factura).
La pieza a la que me refería se encuentra en la sala 5, ``El tiempo sagrado (la cuenta de los días)'' y es el famoso ``Personaje de las tres caras'', cerámica quizá teotihuacana que encierra el drama que paseamos por la vida.
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