La Jornada lunes 1 de diciembre de 1997

Héctor Aguilar Camín
Empates

Antes que ingobernabilidad o crisis constitucionales, la nueva forma política de los poderes federales en México tiende a producir empates. No, todavía, empates catastróficos o desestabilizadores. Sencillos empates de operación. Es el caso de la Cámara de Diputados, cuya visibilidad política es inversamente proporcional a su operación como Poder Legislativo.

No me refiero al empate de la Cámara frente al Ejecutivo, sino al empate interno de la Cámara misma. Los diputados han invertido todas sus energías en dirimir quién tiene el poder dentro de ese nuevo poder. Una vez dirimido que el poder -es decir, la mayoría- está en manos del bloque de los partidos opositores, lo que hemos visto es un largo forcejeo del PRI por romper esa mayoría y de la nueva mayoría por mantenerse intacta.

La mayoría se ha conservado, pero el empate operativo de la Cámara no podría ser mayor. Los diputados no han propuesto, discutido o aprobado una sola ley, de las muchas pendientes (la herencia de la Cámara anterior es enorme) y de las varias urgentes (seguridad o derechos indígenas). No han podido siquiera revisar su propio reglamento interno para adecuarlo a las nuevas realidades. Algunos legisladores se quejan incluso de que no se han podido normalizar las decisiones administrativas, de modo que hasta tener un local y servicios de oficina es materia de negociación, acuerdo, desacuerdo, y desbarajuste.

Los miembros de la mayoría dicen haber hecho en estas semanas algo más importante que legislar: constituir un nuevo poder frente al Ejecutivo. Hay que convenir en que la nueva mayoría de la Cámara se comporta frente al Ejecutivo con una independencia que las mayoría priístas no se planteaban siquiera. Más complicado es admitir que la Cámara será a partir de ahora, y para siempre, un poder altivo e independiente. Si los votantes deciden en la próxima elección dar la mayoría absoluta, y hasta la calificada a un solo partido, como lo hicieron en julio del 97 con la Asamblea Legislativa del DF, el Poder Ejecutivo así electo tendrá enfrente un Congreso más colaborador que independiente.

El hecho es que la única batalla legislativa fuerte que los diputados darán en su primer periodo de sesiones, será la del presupuesto. Ahí también el bloque opositor acusa las debilidades de ser una mayoría frágil, susceptible de romperse en cuanto se inicia la discusión de cuestiones de fondo. Si la mayoría intenta grandes modificaciones al presupuesto delineado por el gobierno, sus divergencias internas en materia de política económica, que son sustanciales, la dividirán. Si para conservar la unidad hace sólo cambios superficiales al proyecto del Ejecutivo, su independencia y su poder quedarán en entredicho. Habrán demostrado que sirven para ajustar detalles, como servían las cámaras anteriores, no para cambiar el rumbo, como pretende la actual.

Lo cierto es que la Cámara de Diputados presenta síntomas de lo que podría pasarle al conjunto del país en un futuro no lejano: constituirse políticamente a base de mayorías frágiles, siempre en riesgo de romperse o de ser superadas por alianzas de las otras fuerzas. Si se mantienen las tendencias electorales vigentes, los votos del país se dividirán por terceras partes, el ganador tendrá una mayoría y sus opositores, sumados, la mayoría absoluta, como sucede hoy en la Cámara de Diputados. Partidos pequeños, con una votación exigua y una baja implantación en la voluntad ciudadana, podrán ser factores decisivos de toda negociación, pues sus pocos votos inclinarán la balanza de la mayoría hacia un bloque u otro, tal como sucede hoy en la Cámara de Diputados, donde los pocos votos del PT y PVEM hacen la diferencia que define qué grupo se queda con la mayoría absoluta, si el PAN-PRD o el PRI.

Celebremos la independencia de la mayoría opositora frente al Ejecutivo. Tomemos nota también de que es la fragilidad de esa mayoría lo que impide a la Cámara de Diputados actuar como Poder Legislativo, hacer su tarea. El empate de la Cámara de Diputados puede ser el espejo de nuestro inminente porvenir político: gobiernos de mayorías relativas, de mayorías frágiles, en continua necesidad de alianzas y continuo riesgo de fracturas internas. Hay tiempo para evitar eso en el Poder Ejecutivo: estableciendo la segunda vuelta electoral que otorgue al ganador una mayoría absoluta. Hay forma de atenuar el problema en el Poder Legislativo: restableciendo la elección única de senadores y diputados por mayoría simple, y terminando con la representación proporcional en el Congreso.