DobleJornada, lunes 1 de diciembre de 1997



Un recuerdo de Marie Langer


MARTA LAMAS


Conocí a Marie Langer en 1974, en la privada de Goya en Mixcoac, a donde se instaló recién llegada de Buenos Aires. Yo había ido a ver a unos amigos, y de pronto apareció, con su cabello corto y sus blues jeans, fumando y ríendo, una mujer que me impactó. Nacho Maldonado la presentó como su ``madre, intelectual y política'' y ella, juguetona, le dio un empellón cariñoso. En el rato que estuve me enamoré de ella; su sentido del humor, su radicalismo, su manera tan libre de hablar, su expresión corporal, me impresionaron. Era la primera vez que veía a una mujer mayor tan joven y energética, tan atípica e interesante. ``Ya sé a quién me quiero parecer cuando envejezca'', pensé.

Siguiendo el modelo del pequeño grupo de autoconciencia, un puñado de amigas feministas nos reuníamos semanalmente para hablar de todo: de política, del trabajo, y de los amores y conflictos con los hombres. Sabíamos de Marie Langer, y nos interesaba su mirada sobre nuestro proceso. Mimi tenía interés en oír a feministas mexicanas. La invitamos al grupo, pero no fue un trato parejo: nosotras aprendimos de ella, y la exprimimos con todo tipo de preguntas. Ella contestaba con ternura e ironía. Recuerdo en especial su respuesta a la interrogante de qué hacer cuando se tiene un affaire, si decirlo o no. Mimi sonrió, melancólica, y dijo: ``Quegridas, si se dice lastima, y si no se dice, también lastima''.

Aunque veíamos a Mimi una vez cada par de meses, por afinidades políticas yo establecí una relación más estrecha: la buscaba a cada rato para hacerle todo tipo de consultas. Cuando en 1977 arrancamos CAMVAC, el Centro de Apoyo a la Mujer Violada, Mimi dedicó muchas horas a asesorarme. Cuando en 1979 se formó el Frente Nacional de Lucha por la Liberación y los Derechos de las Mujeres (Fnalidm), Mimi siguió de cerca su evolución. Le apasionaba el feminismo, le interesaban las mujeres y generosa e indulgente apoyaba, terapéutica e intelectualmente, a quienes se le acercaban.

También era curiosa como un gato. Recuerdo cuando le comenté, allá por 1981, que Carlos Monsiváis había organizado un grupo de estudio sobre política sexual. A Mimi le intrigó sumamente ese grupo, y la curiosidad de conocer a Monsiváis la llevó a venir conmigo unas cuantas veces. Así, paulatinamente, se fue estrechando la relación.

En 1983 me fui a vivir a Barcelona. Cuando supe que Mimi iría a Suiza, volé para encontrarme con ella. Además de verla porque la extrañaba, mi idea era hacerle una larga entrevista centrada en su labor pro la Nicaragua sandinista. Allí constaté el shock de ciertos europeos ante Mimi: invitaban a una prestigiosa psicoanalista austriaca y aparecía una latinoamericana demasiado radicalizada. Además, muchos no entendían su pasión por Nicaragua. ``Sabes'', me dijo esa vez, ``allá no soy joven ni vieja, soy... atemporal. Lo vivo como si la república española, la vieja república, hubiera ganado la guerra y yo estuviera colaborando en la reconstrucción.''

Me comprometí en organizarle un viaje a España, para promover la causa y buscar fondos. No fue difícil, Marie Langer había establecido un extraño puente entre el psicoanálisis y el feminismo, eliminando mucha de la agresión y desconfianza que flotaba entre ambos. Adelantándose a las feministas interesadas en el psicoanálisis y a las psicoanalistas interesadas en el feminismo, Mimi había hecho su propio cuestionamiento a Freud y había abierto vasos comunicantes. Así, de ciertos temas candentes, como la envidia del pene, decía con humor cariñoso: ``Pero quegrida, si lo que le pasó al pobgre Freud es que tomó lo manifiesto por lo latente''. Su risa cómplice desmitificaba al patriarca y, también, redimensionaba la bronca del feminismo: ``no es para tanto, el psicoanálisis sirve para tantas otras cosas, para autoconocerse, para pensar la vida y la política''.

Su condición de bisagra entre psicoanalistas y feministas hizo muy fácil mi tarea: al año siguiente llegaba a Madrid y Barcelona, invitada por el Instituto de la Mujer. Cuando llegué a Madrid, encontré una Mimi llena de energía. Sus amigos exilados ya la habían hospedado y había comenzado la larga romería por verla. La conferencia había despertado gran expectación y el inmenso salón estaba a reventar. Su intervención deslumbró y conmovió, por la pasión y la honestidad con la que habló de Nicaragua y de ella misma; pero también irritó a muchos psicoanalistas, que no dejaban de hacerle preguntas sobre la teoría lacaniana en boga, preguntas que ella evadía con encanto e inteligencia, para volver sobre lo que le importaba: Nicaragua.

Después de la conferencia se quedó unos días para ver a más gente y, ¡por fin! voló a Barcelona.

La noche que fui por ella al aeropuerto, la vi descender, con sus eternos blue jeans y una mochila al hombro: ¡era todo su equipaje! Cuando le sugerí que se retirara a descansar, me miró escandalizada y me dijo: ``Pero quegrida, si apenas son las diez de la noche''. Fuimos a dar una vuelta a la ciudad. En Montjüic había juegos artificiales y estuvimos hablando y paseando hasta bien entrada la madrugada. Me impresionó su entusiasmo y su capacidad de disfrutar. Los días siguientes se encontró sin descanso con sus amigos exiliados, enfrentó reuniones con psicoanalistas, dio su conferencia magistral, todo como iluminada. No perdía el buen humor, ni se cansaba; solamente un comentario antisandinista era capaz de ponerla de malas o de hacerla responder ríspidamente. Sé que suena a idealización, pues Marie Langer tenía un recio carácter, y a veces mostraba su impaciencia, pero en ese viaje a España, en pleno romance con Nicaragua, y en la cumbre de su éxito europeo, fue la más dichosa de las mujeres.

Le divertía ser famosa y quería usar esa fama para su causa. Recuerdo su sonrisa, entre asombrada y orgullosa, al contar los miles de dólares que había reunido. Recuerdo su intensa plática con José María Valverde, poeta y crítico literario español, responsable en Barcelona del Comité de Solidaridad por Nicaragua. Con él revivió sus recuerdos de la guerra española. Ese fantasma la rondaba y presionaba. Decía: ``Es la tercera vez en mi vida que escucho el NO PASARAN y pasaron dos veces: en España y en Chile. No puedo permanecer pasiva ante tan inmensa e impune agresión''. Ella se decía ``una judía salvada del fascismo de la segunda guerra mundial''. Por eso, para ella, no había tiempo que perder: tenía que convencer, que juntar dinero, que entrevistarse con todas las personas que pudiera para apoyar la lucha antifascista en Nicaragua.

Marie Langer estuvo diez días entre Madrid y Barcelona. Cuando la llevé al aeropuerto estaba exultante. El viaje había sido un éxito y, al regresar a México, volvía también a su amadísima Nicaragua.

Cuando volví de Barcelona, en 1985, Mimi me invitó a escribir la historia del Equipo de Salud Mental México-Nicaragua. Empecé a grabar las reuniones de trabajo, viajé a Nicaragua e inicié un borrador que nunca terminé. Me bloquearon mis propias dificultades, los conflictos grupales, la enfermedad de Mimi. Tengo esa deuda con ella. Tal vez ahora, con esa distancia que da el tiempo, pueda emprender el relato del Equipo de Salud Mental México-Nicaragua. Hoy, además de dar cuenta de un proyecto inédito y valioso, quisiera contar la pasión de esta notable mujer que conjuntó sus tres intereses --comunismo, feminismo y psicoanálisis-- para persistir en un ideal de solidaridad y compromiso vital que ha dejado profundas huellas en muchísimas personas.

Sé que será un relato difícil pues, como ser humano, Mimi no estaba exenta de contradicciones. Sus varios exilios, elegidos y forzados, habían dado por resultado una gran flexibilidad junto con una enorme rigidez. Leticia Cufré siempre decía que el otro lado de esa extraordinaria capacidad que Mimi tenía para juntar los pedazos de su vida y empezar de nuevo era una cierta dureza, muy de estar firme en la línea, pasara lo que pasara.

Así estuvo la última vez que la vi, cuando se despidió del Equipo. Antes de morir Marie Langer quiso regresar a morir a la Argentina. Deseaba estar en la casa donde había pasado los mejores años de su vida familiar, estar con su hijo Tommy, en fin, volver. Tal vez tampoco quería que la viéramos quebrada. La noche de la despedida todos hicimos un esfuerzo por no mostrar nuestro dolor. Ella insistió en cantar las viejas canciones revolucionarias de la guerra civil española, las nuevas canciones de la Nicaragua sandinista --``Ay Nicaragua, Nicaragüita, la flor más dulce de mi querer''-- y las canciones mexicanas que tanto le gustaban. Quería un adiós combativo, comprometido, sin azotes. No podía permitirse, ni permitirnos, la debilidad. Había que seguir firmes, en la raya. Como siempre, se hizo lo que pidió. Por eso, cuando pienso en ella, la recuerdo así, entera, disfrutando la vida y apostándole al triunfo de la justicia.

* Texto leído en el homenaje a Marie Langer, organizado por la Coordinación de Psicología de la UAM-Xochimilco, a los diez años de su muerte: 23 de diciembre de 1987.