DobleJornada, lunes 1 de diciembre de 1997
desde el rincon de una cantina
Herman Bronch,
en Esch o la anarquía
En el número 20 de la calle de Dolores, en pleno barrio chino de la ciudad de México, se halla La Mascota. Detrás del mostrador, custodiada por botellas verdes y ambarinas, muy pegadita a la caja registradora, pero deslizándose con naturalidad de la barra a la cocina está Gabriela Bautista Ventura (D.F., 1957).
Ella asegura que ``en una estética ya también nos encontramos con ellos y una cantina ha dejado de ser un espacio exclusivo de los hombres. O sea que los dos hemos invadido nuestros territorios''. Pero haber llegado a administrar este negocio, su negocio, a raíz de la muerte de su padre y luego de un accidente de su hermano, la hizo enfrentar --allá por 1989-- situaciones realmente difíciles que sorteó motivada por el cariño al negocio familiar heredado.
``Soy licenciada en Administración de Empresas, egresada de la Universidad La Salle y trabajaba en el grupo industrial corporativo Desc, en el área de finanzas. Era una empresa de mucho prestigio y yo trataba con puro director general; el contacto era con gente de muy alto nivel, y a raíz del accidente de mi hermano, imagínese, venir de la noche a la mañana ¡a una cantina! fue muy duro. Y es que había un encargado que nos hizo torito con el negocio así que renuncié a mi otro trabajo y me vine para acá''.
Los trabajadores de la cantina la recibieron con recelo, ``¡cómo que venía una mujer!''. Y los clientes reaccionaron ``extrañados, como diciendo ¿y ahora qué hace aquí una mujer? Pero luego, ya sabe, empezaron a vacilar y como yo no sabía nada de esto, no entendía nada. Me decían: te pago la mitad de la cuenta y me das la de la casa y al rato te pago la otra mitad y me vuelves a dar la de la casa. Y yo decía: ay, ¿qué así se usará? Me fuy muy difícil. Luego los empleados me empezaron a aceptar, se empezaron a acostumbrar y el encargado que teníamos, al ver que yo llegué, comenzó a espantar a los clientes, a decirles que ya no vinieran y quien se fue resultó ser él''.
Las actividades de Gabriela en La Mascota comienzan a las ocho de la mañana, cuando desde su casa llama por teléfono a la cantina ``para decirles cuánto tienen que comprar de refresco, disponer la botana; después me arreglo y me voy de compras para llevar todo lo que se requiere para la cocina. Llego al negocio como a las once o doce del día con todas las cosas, y nos ponemos de acuerdo para que el chico de la cocina haga los pedidos a los proveedores de la carne y el otro muchacho se encargue de la talacha. Llega el cantinero y prepara su barra para tener listo el limón partido, los vasos escarchados y ver que no haga falta vino para que a la mera hora no nos agarren las carreras. Hacemos nuestro pizarrón. Voy al banco a hacer nuestros pagos y a la una ya estamos listos para recibir a nuestros clientes. Me voy hasta que cerramos, a las once o, a más tardar, a las doce de la noche. Y sólo descanso los domingos''. La bebida que mejor prepara Gabriela son los clamatos y la botana que mejor le sale es difícil de precisar, porque posee incontables recetas de comida casera.
¿Cómo son los hombres cuando ya están bebidos? ``Generalmente aquí son muy tranquilos, rara vez llega alguien que busca pleito, pero hay de todo, según el estado de ánimo, a unos les da por cantar, a otros por llorar, hay otros tranquilos y a unos les da por reírse mucho. Yo soy aquí la confidente de muchos señores. Me platican sus penas, alegrías, su vida''. Y ha de tener muchos enamorados. ``Sí, pero ya sabe que los señores con dos copas ven a todas bonitas y por eso tengo muchos pretendientes. Unos amigos que tengo dicen que la diferencia entre una mujer bonita y una mujer fea son dos copas, y también dicen que hay seis etapas de un borracho:
``La primera es el copeo leve, cuando llegan y muy tímidamente se toman la primera copa; la segunda es el copeo profundo, cuando después de la primera le dan duro a la copa; la tercera es la exaltación de la amistad, cuando empiezan con que tú eres mi amigo, mi hermano, y te quiero mucho; la cuarta es la compra y venta de bienes, de que oye qué bonita chamarra, no pues si quieres te la vendo, o mi reloj o hasta el coche; la quinta es la negación del yo y es cuando se ponen bien tristes y empiezan con que nadie me quiere, nadie me comprende, después se les olvida eso y es cuando les da por cantar y si se alocan mucho hasta por bailar, y luego viene la sexta etapa, que es la devolución de las botanas...''.
¿Será la cantina una ventana de desfogue para los hombres que tienen tan reprimidos sus sentimientos y emociones? ``Lo que pasa es que ellos tienen a la cantina como un lugar nada más de ellos. Aunque ya vienen con damas, lo sienten como algo muy suyo. Posiblemente sí sea por lo que usted dice, porque aquí se vienen a desinhibir completamente. Se abrazan mucho, aquí son super amigos''. Y también es lugar de las soledades. ``Sí, hay quienes vienen solos, disfrutan sus copas, comen y se van''. Pero las mujeres, jóvenes o señoras mayores, suelen ir en grupo.
Gabriela Bautista es soltera y sin hijos, y viendo las reacciones de los hombres al beber, cuando ella tienen alguna pareja y él se va de copas ``pues para empezar no me dan celos, si él se quiere ir a tomar sus copas pues que se vaya, porque yo sé que, aquí por ejemplo, vienen grupos de señores a jugar dominó. Sus esposas creen que andan con alguien y no, están muy tranquilitos juegue y juegue, por eso yo no desconfío de nadie. Además ni soy celosa, así que hagan lo que quieran''.
Usted debe ser un imán que atrae a la clientela. ``No se crea, porque luego cuando vienen con su pareja, las señoras como que se encelan. Es un arma de dos filos, porque otras dicen: vamos con la muchacha que es bien simpática''.
Gabriela debe tener mucha habilidad para manejar a los señores ya bebidos. ``Lo único es ser amable, pero que vean al mismo tiempo que soy seria, que tengo mi carácter, y ya con eso ellos solitos saben que hay una barrera, que soy amigable pero tengo cierto límite. Luego hay clientes que cuando me ven en la cocina me dicen: señorita, ahí le mando un tequilita. Y me lo tomo sólo si viene de un cliente conocido, si son desconocidos aunque se enojen no me lo tomo, no me gusta''. Bueno, pues cuando acepte un tequilita, se lo toma a mi salud.
Cuando su padre compró La Mascota, hace como 30 años, la cantina ya llevaba ese nombre. A veces han pensado en rebautizarla. Alguien les propuso El cuñado (¡ay, que nombre tan feo!). Yo tengo otra propuesta: La sonrisa de Gabriela, porque han de saber que doña Gaby sonríe de una manera muy especial: con frescura, franqueza y mucha amabilidad.