Hermann Bellinghausen
Llevársela leve

``Soñé que me iba por un agujero en la capa de ozono''
Dee-Lite

Se expele de la boca del Metro con toda la ciudad por delante. Igual a diario. Una bocanada de edificios y espejos altos parece asomada a lo que queda de cielo. Gira sobre sus pies en un taconeo corto y se hace una composición de lugar, tap-tap-tap, cubriéndolo todo con una fina película de nitrato de plata casi transparente.

--So disis elei, ay güey --practica su inglés por correspondencia.

La calle sobrepoblada transpira días de fiebre, noches irrefrenables. Las cosas sin límite dan más cosa que otro vértigo, y hacen las palabras más anuncio que palabras.

``Se hacen impresiones en color y blanco y negro'', dice el cristal de un establecimiento fotográfico. También en su interior, qué casualidad.

Las fachadas se empiezan a ensuciar con adornos y propaganda de Navidad.

Va pensando que hay la vida que se tiene necesidad. Como el aire da de sí, el rostro de la multitud va determinado por la respiración de cada quien. El colchón neumático no amortigua los roces pero les infunde un elemento gaseoso en el cual transitar: la conversación.

¿De qué están hechas las palabras, si no de voz, o sea de aire?

El aire que mueven y silban los suspiros, los abrazos y las bofetadas. El aire que surcan las ondas hertzianas, el olor a recién bañado y las partículas de la luz.

``Yes, I could stop...''
Arrested Developement

Qué Elei ni qué Elei, pobre capirucha monumental atribulada por el plomo del aire y el plomo del sótano donde reside el jaguar con piel de cordero.

Sopla un viento ligeramente demencial, lo mismo quema que pica que hiela. No sigue la lógica. Por lo que se alcanza a entender de los radioteatros y noticieros, la culpa es de El Niño. A lo mejor. El viento nada más sabe seguir, como cuando se percibe una ausencia de duda de dudosa procedencia, pero firme como una roca.

Bueno, y no pasa de basurita, una de esas que el viento alevantó en una vieja canción. Magia de la reproductibilidad técnica del arte, un aire melódico y simple vuelve y envuelve.

``Hay que sobrevivir al dinosaurio''
Pete Townshend

Cae en las trampas propias del paso del tiempo. Lleva la banda elástica al pecho con la mayor dignidad posible. La agilidad se le conmueve en lo que cruza Hidalgo, Juárez, Insurgentes, Reforma y Revolución, en riguroso orden cronológico. ¿Quién puso las grandes avenidas así?

Hurga los caminos de su cotidiano quién. El dónde lo trae integrado de fábrica, aunque nunca se sabe si sabe.

Y luego estos cielos plomizos para el agotador tumulto que ordenado circula por las banquetas, esquiva mendigos, vendedores, vigilantes y gente que se cansa de esperar.

Un túnel de toldos color de rosa escupe retumbones compases de Los Temerarios que se interrumpen para dar paso a Los Tigres del Norte que se interrumpen para dar paso a un flete de máquinas que ruge echando humo a paso lento.

Y no hace más en su fijeza hipostasiada que mirar, respirar y caminar en busca de buenas interrupciones que den sentido y movimiento a la palabra stop, tal como aparece escrita en los aparatos electrónicos de esta quinta glaciación.

De otro modo, qué aburrida resultaría la condición de polvo cósmico, en medio de tantas personas dispuestas a sentir que ocupan la ciudad, como para darle alguna clase de sentido y movimiento al aire que respiran. A ver qué tan rápido se congela el plomo y consigue llevársela leve.