Iván Restrepo
Sin políticas contra El Niño

Puedo equivocarme, pero las autoridades no están aprovechando la presencia del fenómeno El Niño para establecer una vigorosa política que nos evite en un futuro serios desajustes ambientales, económicos y sociales originados por un hecho incontrovertible: el cambio climático. Causado por las crecientes cantidades de gases que ocasionan el efecto invernadero en la atmósfera, sus consecuencias son inevitables en todo el mundo.

Los datos muestran, por ejemplo, que la temperatura media del aire de la superficie de la tierra ha aumentado entre 0.3 y 0.6 grados centígrados en este siglo, lo cual se encuentra estrechamente vinculado con la disminución de la mayoría de los glaciares montañosos y con el crecimiento del nivel del mar, este último fenómeno documentado desde fines del siglo anterior. Los científicos señalan que posiblemente esto se deba al efecto invernadero.

Aunque es natural y conveniente que ciertos gases absorban en la atmósfera el calor del sol y lo irradien luego hacia la tierra para mantener la temperatura de la superficie más caliente, esta última se intensifica por la emisión de gases que, como el anhídrido carbónico (C02), se genera por las actividades humanas. Un efecto indeseable de la Revolución Industrial consiste precisamente en que por ella la cantidad del CO2 ha aumentado en más del 30 por ciento. La quema de combustibles fósiles (carbón, aceite, petróleo y gas) ha excedido la capacidad que los océanos, las selvas y la biosfera tienen para absorberlos. Otros gases, como el metano, el óxido nitroso (N2O), los clorofluorcarbonos (CFC) y el ozono de bajo nivel, están produciendo vapor de agua, agravando el efecto sobre la atmósfera. Se desencadenan así otros fenómenos, como las variaciones en los regímenes de lluvia, el nivel del mar y el clima.

La comunidad internacional de naciones comenzó hace algunos años a buscar soluciones para impedir que tales fenómenos incidieran negativamente en la actividad económica y en el ambiente en general. Puede decirse que en la última década los científicos lograron hacer más comprensible lo que ocurre y ofrecer evaluaciones de sus efectos en diversas partes del mundo. También, advertir que las emisiones de los gases de invernadero seguirán intensificándose en lo que resta de este siglo y en los primeros años del próximo. Pero eso podría ocasionar que para fines del siglo XXI, el calentamiento de la tierra aumente en 2 grados, un índice medio mayor que en cualquier otra época en los últimos 10 mil años. Los daños que ello ocasionaría son incalculables.

Por eso la urgencia de reducir la generación de los gases de invernadero. En 1992, durante la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, se firmó el Marco del Convenio Sobre Cambio Climático, ratificado ya por más de 160 países con un objetivo fundamental: estabilizar las concentraciones de gases de invernadero en la atmósfera a un nivel que prevenga interferencias peligrosas en el clima provocadas por las actividades del hombre. El mundo industrial se comprometió entonces a que al finalizar este siglo, habría reducido sus emisiones a los niveles de 1990, mientras todos los demás países deben contribuir con programas específicos a mitigar el cambio climático. En conferencias posteriores (Berlín en 1995 y Ginebra el año pasado), se puso de relieve que las metas fijadas eran insuficientes y los compromisos de Río iban camino al fracaso.

Hoy comienza en Kyoto la tercera conferencia de las partes. A ella llegarán por cientos altos funcionarios y sus asesores científicos con datos suficientes para corroborar que vamos a pasos más lentos que el cambio climático y los fenómenos desfavorables que ocasiona. Habrá seguramente resistencia de los poderosos de la tierra para cumplir los compromisos que permitan reducir la generación de los gases que ocasionan el efecto invernadero.

Pero mientras esto ocurre, uno esperaría que en México se estuvieran tomando medidas adecuadas para evitar lo peor. Por ejemplo, en cuanto a la utilización del suelo, la agricultura y la ganadería; en el ramo forestal y las regiones vinculadas con los 10 mil kilómetros que nuestra República tiene de litoral; en el abastecimiento de agua, los procesos de construcción y los sistemas de salud; en las zonas naturales protegidas, el turismo y la generación de energía. Si nos atenemos a los datos oficiales y a lo que a diario vemos, en ninguno de los rubros anteriores existe una política de utilización racional, de previsión mínima. Eso sí, muchas promesas y comités pero pocos logros, como veremos el lunes próximo.