El Nobel, preocupación en la que pierdo poco tiempo: Vargas Llosa
César Güemes, enviado, /II y última, Guadalajara, Jal., 30 de noviembre Ť Por varias razones vino Mario Vargas Llosa a México. Una de ellas es sin duda la aparición de su recientísimo libro Cartas a un joven novelista, editado bajo el sello de Ariel/Planeta, en el que más que una enseñanza directa sobre lo que ser escritor implica, contiene la experiencia propia al respecto. De modo que no es intencionalmente didáctico, pero --paradojas de la literatura-- desde luego que se vuelve. Cerramos así la plática que mantuvimos con él sobre sus cuadernos.
--¿Habrá cambiado con el tiempo su concepción de la estructura novelística?
--Se ha matizado y enriquecido, pero en lo fundamental no ha cambiado. La novela para mí es un todo que trato de construir a partir del trabajo del punto de vista del narrador, de la creación de un espacio y un tiempo propios, autónomos. En eso mi idea de la novela no ha cambiado. En los detalles sí, seguramente porque los temas son distintos y las formas están siempre muy supeditadas a los temas.
--¿Cartas a un joven novelista está hecho con cierto espíritu didáctico?
--El libro no persigue ese fin porque parte del hecho de que no se puede enseñar a escribir. Se puede enseñar a leer, se pueden dar ciertas claves para que la lectura de la obra literaria sea más completa, más provechosa, y además se puede transcribir lo que es la propia experiencia. Pero ésta es única, no es transportable y tienen que ver con lo que es la vida de cada cual, los problemas de cada uno, los fantasmas de cada quien. Con todo eso se crea un mundo literario. De tal manera que lo que trato con el libro es describir mi propia experiencia por lo que pueda valer y hablar, sobre todo como lector, de lo que ha significado para mí la lectura y lo mucho que he aprendido leyendo a los otros. Eso sí le puede servir a un escritor, porque antes de llegar a novelista tiene que ser un buen lector. No creo que haya un buen novelista que no sea primero un buen lector.
La enseñanza del escritor, en su obra
--En su momento, ¿quiénes fueron las personas a las que se acercó para recibir esas orientaciones que brinda en su libro?
--No me acerqué a escritores porque era muy tímido. No me atrevía a mandarles una carta a los escritores que yo admiraba. Los leía nada más. Y creo que hice bien, porque lo que tienen que enseñar los escritores es lo que han escrito; ahí es donde uno aprende más de ellos, mucho más de lo que pueden decir en una conversación o en una carta personal. De tal manera que no busqué ese tipo de consejos, pero los escritores me han ayudado con sus obras. Sartre, por ejemplo, fue muy determinante para mí cuando era joven. Después Flaubert, Balzac, Melville, Dickens, Tolstoi, Dostoievsky, y luego los novelistas modernos, como Faulkner, que fue fundamental. Realmente la importancia de la forma literaria la descubrí gracias a las novelas de Faulkner, las primeras que leí con lápiz y papel en mano.
--¿Acude a autores de habla hispana, contemporáneos?
--Leo a todos los que caen en mis manos y que tienen un interés. La verdad es que no estoy muy condicionado al respecto. Nada me gusta más que me digan: esta es una buena novela, léela. Y es lo que me precipito a hacer. Nada me gusta más que encontrarme con un autor desconocido, joven o viejo, que para mí resulta una sorpresa. Siempre tengo el espíritu muy abierto hacia lo que es nuevo en literatura.
--Es muy notoria en su obra la escasez de cuento. Los volúmenes del género, dentro de su bibliografía, son únicamente dos.
--Es verdad. Cuando se me ocurren historias para cuentos, empiezo a escribirlas y se me convierten en novelas. Me pasó eso con Pantaleón y las visitadoras, que iba a ser un relato, un cuento, y cuando comencé a escribirlo se convirtió en novela. La verdad es que no he escrito cuentos, pero también es verdad que he hecho novelas en las que hay muchos cuentos incorporados; es el caso de La tía Julia y el escribidor, y de Los cuadernos de don Rigoberto, una historia compuesta a partir de historias. O sea que el cuento ha sido como absorbido por la novela.
--A propósito de Los cuadernos... y algunos otros de sus libros recientes, ¿estaría de acuerdo en que el erotismo ha emergido con mayor fuerza que antes?
--Sin ninguna duda. Espero, claro, que no me esté convirtiendo en un viejo verde, pero es verdad que el erotismo es un tema que aparece sólo en mis más recientes novelas. Y también puede ser que el erotismo sea un tipo de experiencia que no es nunca de juventud. El erotismo requiere una cierta madurez, una visión mucho más serena del tema del amor y del sexo que la que se puede tener cuando se es joven y se tiende a ser impaciente en esos temas. Quizá esa sea una razón.
--Hay numerosos premios a su persona y su labor. ¿Le dice algo ese tipo de reconocimientos?
--Es muy satisfactorio. Los premios son un gran aliciente para un escritor, aparte de constituir en muchos casos una ayuda económica también muy importante, porque eso otorga tiempo libre. Lo necesario es no cegarse, no dejar que la vanidad se lo coma a uno porque es muy dañino para la prosa. Estoy muy agradecido por todos los premios que he recibido, por supuesto.
--De manera natural se ha convertido en candidato al Nobel. ¿Le gustaría recibirlo?
--Desde luego que me gustaría recibirlo. Si un escritor te dice que no, ¿le creerías? Para mí no es una preocupación que me absorba mucho tiempo. En cierta forma, el Premio Nobel es como una lotería en la que intervienen muchos factores no necesariamente literarios. Uno no debe perder mucho tiempo pensando en el Nobel. Si viene, bien y si no, también.
La política, experiencia agridulce
--¿Cómo es su vida de ciudadano español?
--Soy un ciudadano que tiene dos nacionalidades, porque soy español y peruano. La doble nacionalidad la pedí en un momento en que estaba yo muy acosado, muy perseguido por la dictadura en Perú, por haberla criticado, que es lo que sigo haciendo. En ese momento, afortunadamente este acuerdo de doble nacionalidad me dio una protección contra posibles represalias del régimen. Le estoy muy agradecido al gobierno español por darme a mí y a mi familia esa protección, además de que me siento muy cómodo con la doble nacionalidad. España es un país que quiero mucho, al que le debo mucho como escritor, desde mi primer libro que se publicó allí. Así que en cierta forma la doble nacionalidad lo que reconoce es una realidad que ya existía, mi vinculación a un país que ha sido poco a poco mío desde que lo visité por primera vez en 1958.
--El ejercicio de la política profesional, además de la natural experiencia, ¿le dejó algún resquicio de amargura?
--Me dejó una sensación agridulce, porque fue una experiencia más bien violenta que vino acompañada de muchas muertes. Ese es un aspecto que siempre deja un recuerdo muy doloroso. Digo muchas muertes porque mataron a mucha gente que trabajaba conmigo. Mataron a más de 100 personas que colaboraron en mi campaña, gente humilde, que no tenía guardaespaldas. De alguna manera hay una responsabilidad. Esa gente se embarcó en lo que yo estaba haciendo y pagaron el precio atroz de ser asesinados. Ese es un aspecto que desde luego es siniestro de mi paso por la política. Aparte de eso fue una experiencia muy instructiva, que me enseñó mucho sobre mi país, sobre la política y sobre mí mismo. Es muy distinta la idea que puede tener un escritor desde su biblioteca a la que se tiene desde de la calle. Cuando uno está embarcado en una campaña electoral, la política aparece en toda su virulencia. Un poco para explicar y explicarme todo esto es que hice El pez en el agua.
--Hablaba hace poco de la vanidad. ¿La ha padecido?
--Cuando un escritor es publicado, traducido, premiado, es muy difícil resistir esa tentación a la que todos los seres humanos, con muy pocas excepciones, somos proclives. La vanidad hace tantos estragos entre los escritores como entre los que se dedican a otras disciplinas. Quizá en el campo de los escritores la vanidad está mucho más estimulada por la gran publicidad que suele rodear a la persona del escritor en nuestros países. A diferencia de lo que ocurre en otros, por ejemplo en Inglaterra, donde vivo ahora. Allá nadie se mete con los escritores, nadie se interesa por su vida, sino por las obras. Las razones para ser vanidoso son más escasas que en otros sitios. Entre nosotros el escritor es una figura mediática, pública, y vemos que mucha gente se interesa por los escritores y no lee sus libros. En el mundo anglosajón ese fenómeno es muy distinto con respecto del mundo latino.
--¿De qué manera trabaja Inglaterra sobre su obra, maestro?
--He vivido ya un tiempo largo allí, paso buena parte de mi tiempo en ese sitio, tengo allá una independencia y un aislamiento que me da justamente las posibilidades de escribir. Por otra parte, es un país que admiro mucho, tiene grandes virtudes cívicas con respecto a la ley y la legalidad. Eso ha pasado a ser una costumbre en Inglaterra y eso para mí es el secreto de la civilización, realmente. Es un país donde la libertad está profundamente incorporada, no sólo en las instituciones sino en las costumbres de las personas. Es algo que admiro mucho, que defiendo mucho y que me gustaría que arraigara también en nuestro mundo.
Labor continuada y novedosa
--¿Cómo lleva la plena madurez?
--Espero que bien. Me siento joven, fuerte, lleno de ímpetu. A veces la realidad material no está a la altura de mi juventud intelectual, pero me siento muy bien y con la esperanza de contar todavía con muchos años por delante para concretar los proyectos literarios que tengo y que son muy numerosos.
--¿El método de trabajo actual es el mismo que cuando comenzó?
--Sí, se parece mucho al de mis primeros libros. Consiste fundamentalmente en trabajar mucho. Para mí escribir es una disciplina, una labor muy continuada, que dura mucho tiempo y tiene sus atractivos y sus encantos en cada una de sus etapas, desde el primer borrador hasta la versión definitiva. Me gusta mucho que en cada novela deba llevar a cabo todo un trabajo de investigación, de documentación, porque eso me va familiarizando cada vez más con la historia que quiero contar. Es todo un proceso muy complejo que a pesar de haberlo vivido tantas veces siempre me resulta novedoso, refrescante.
--Ahora en Alfaguara están apareciendo sus obras con el señalamiento de que son la edición definitiva. ¿Tuvo que hacer cambios de consideración, corregir?
--Sobre todo las erratas, que se filtran siempre a pesar de los correctores de pruebas y de que yo mismo siempre veo de cerca el proceso de edición. Quizá cambiar acaso alguna palabra, pero muy excepcionalmente. Lo de versión definitiva se refiere a que ya no tienen los libros esas erratas que arrastraban. Creo que por lo menos la nueva edición de La ciudad y los perros no tiene ni una sola errata.
--Le pregunto, por último, algo que los asiduos a su obra se han cuestionado: ¿cómo es su actual relación con Gabriel García Márquez?
--No tengo ninguna, no lo veo hace muchos años.