La Jornada jueves 4 de diciembre de 1997

Octavio Rodríguez Araujo
La opción de Cárdenas

La violencia es una propiedad del ser social que se afirma. Cuando el Estado impide la autonomía de la sociedad ésta busca su afirmación como tal, y lo hace, aunque sea inconscientemente, por medio de alguna forma de violencia. Es la subsistencia de la sociedad y, en ésta, del individuo frente al Estado, frente a un Estado que no se asume como sujeto de la historia ni como síntesis de la sociedad sino como una entidad por encima y al margen de la sociedad o, mejor, al margen de la mayoría social que no pertenece a los intereses hegemónicos y dominantes.

La violencia que caracteriza a la ciudad de México obedece a la ausencia de representación de la sociedad y, por lo tanto, al no reconocimiento de ésta en el Estado --para el caso, en su materialización gubernamental. Con esta afirmación no estoy diciendo que la alternancia de gobierno y el hecho de que Cárdenas haya resultado electo y no designado por el Presidente de la República, sean razones suficientes para que la sociedad se sienta representada en el nuevo gobierno que tomará posesión mañana. Lo que quiero significar es que el gobierno de Cárdenas, si quiere combatir realmente la violencia debe propiciar no sólo la afirmación de la sociedad como tal sino el reconocimiento de ésta en el gobierno.

La afirmación de la sociedad comenzó por un acto de violencia mínima: votar en contra del sistema, de lo establecido y de lo dominante. Fue un acto de autonomía de amplias franjas sociales que quieren cambios y que estos cambios sean en su favor, no en abstracto. De Cárdenas y su equipo dependerán que la afirmación de la sociedad se dé en el reconocimiento del gobierno, como resultado de la pequeña violencia que significó votar por la oposición, o que dicha afirmación se dé (como ha sido hasta ahora y desde hace varios años) en la violencia (no precisamente pequeña) por los espacios, por la supervivencia, por la realización del individuo o del grupo social en una forma de vida que puede ser (o es) delictiva.

Para que la sociedad se reconozca en el gobierno se tienen que dar los cambios que habitaban en el inconsciente y en la expectativa colectivos cuando cada individuo depositó su voto el 6 de julio. Pero dado que esos cambios no podrían darse de la noche a la mañana, habría que empezar por reconocer a la sociedad como tal y como principal interlocutor permanente del nuevo gobierno, diferenciando los intereses de segmentos sociales de los que son comunes a todos, como es el caso de la delincuencia y la inseguridad urbanas.

Si la violencia, como dije al principio, es una propiedad del ser social que se afirma, la mejor manera de combatir la violencia es con mecanismos institucionales (y por lo tanto legales) de afirmación del ser social. Si en México, tradicionalmente no se usan las instituciones como vía de afirmación social, sino que se usan precisamente para reprimir ésta, ello se debe a la ausencia de legitimidad del gobierno. Un gobierno legítimo no vacila en recurrir a las leyes para hacer prevalecer la convivencia social. Pero un gobierno legítimo no es sólo el que es legal, sino el que representa a la sociedad y arbitra entre los diferentes intereses de ésta. Y representar a la sociedad quiere decir respetar su autonomía y ofrecerle reglas de juego claras y justas para todos (un verdadero Estado de derecho) y no mecanismos de corrupción que terminan por privilegiar a quienes tienen algún tipo de privilegio (económico, de influencias, etcétera).

En resumen, la opción de Cárdenas es garantizar la afirmación de la sociedad en el reconocimiento de su gobierno y obligar a éste a que respete a la sociedad con reglas claras, justas, institucionales y de fácil aplicación. Es decir, disminuir la violencia como propiedad de afirmación del ser social y canalizarla creativa y positivamente en un ambiente democrático y en favor de la sociedad.