Rodolfo F. Peña
Cuauhtémoc
Mañana se instala Cuauhtémoc Cárdenas en la jefatura de gobierno del Distrito Federal. Al fin, porque la espera fue demasiado larga y aun peligrosa por la previsible hostilidad revanchista de los grupos políticos derrotados y por la exacerbación, no sé si inocente, de los problemas que deberán enfrentarse. Aunque quizá esa espera fue también útil, en tanto que se convirtió, con la creación de una comisión de enlace, en un espacio dialogístico para lograr una transmisión más ordenada y transparente que las que se vivieron en las anteriores regencias, figura de gobierno que se ha convertido ya en una reliquia histórica no muy respetable.
No hay que hacerse demasiadas ilusiones. El DF está ya erizado de dificultades, a las que habrá que sumar las que vayan apareciendo como precio de la anunciada candidatura presidencial para el año 2000. Si Cuauhtémoc no pasa, en dos años, la prueba del DF, se le obturará con toda probabilidad el camino a Los Pinos. Si la pasa, y en la medida en que ello vaya ocurriendo a la vista de todos, sucederá lo contrario. En este sentido, creo que puede decirse que, para bien o para mal, será un gobernante en campaña, obligado a triunfar en dos frentes.
Pero lo importante y decisorio será, de todos modos, el primer frente, el DF, donde tiene que demostrar que no fue elegido por incuria o ignorancia de los capitalinos. A diferencia de los regentes, tiene que evaluar a sus colaboradores directos y a los delegados políticos con criterios de aptitud, voluntad de servicio, honestidad administrativa y sensibilidad social y política excepcionales, porque cualquier falla de los oficiales será puesta en la cuenta del general. Podría ser que para encontrar personajes de ese calibre tuviera que recurrir también a miembros de otros partidos; a nadie le importaría, porque se entiende bien que el PRD, con todos los logros y la dura experiencia de la represión, es todavía un partido que está formándose como tal y en proceso de maduración. En la perspectiva de la presidencia, para todos habrá un hecho insólito: el cargo público, sea cual fuere, no será tomado como botín, al estilo tradicional, sino como una especie de examen público para un ascenso legítimo. Así vistas las cosas, sobre decir que no todos los llamados seguirán en la pista a fines de l999, cuando el acento empiece correrse hacia la campaña.
Pero lo decisivo es que Cuauhtémoc sea un buen gobernante del DF, y no por sus expectativas políticas, sino porque se lo merecen los habitantes de esta oscurecida región. Medio siglo de convivir con los capitalinos me dan derecho a considerarme uno de ellos y, caminante más de grado que por fuerza de todas sus colonias (o casi), a decir que uno de sus mejores rostros es el que mostraron durante los sismos de 1985, y nadie muestra un rostro que no tiene, aunque puede mostrar la máscara grotesca de la solidaridad, como hicieron entonces muchos altos funcionarios.
Creo yo que si se combaten de manera consistente e imaginativa la miseria extrema, el desempleo, la deserción escolar y las enfermedades, todo lo cual se traduce en promiscuidad, vicio y desesperación, se estará combatiendo en buena medida la delincuencia y la inseguridad pública. Y para la delincuencia ya declarada, que se nutre de sí misma y que ha infestado a los cuerpos que debieran perseguirla y calificarla, no queda más que el perfeccionamiento de las instituciones en lo que hace a inmunidad y eficacia. Soy muy consciente de que es muy fácil prescribir esos remedios, que valen lo mismo que las sustancias excipientes si no se les incorporan los medicamentos.
El principal medicamento que yo propondría incorporar, es la sociedad misma, desde sus capas más humildes hasta las más favorecidas, aunque con diferentes tareas. La participación masiva en cuestiones de seguridad pública aislaría a los delincuentes, policías o civiles, y garantizaría un funcionamiento institucional apegado a la ley. Tal participación podría darse también en cuestiones educativas y de empleo, y en el combate a ciertas enfermedades endémicas o epidémicas. Eso que vimos en 1985 podemos verlo en estos años finiseculares. Y si tres años son poco tiempo, y dos son todavía menos, hay que empezar en seguida. Algo de todo esto, aunque más amplio y preciso, me gustaría oír de Cuauhtémoc Cárdenas cuando mañana, cuando como gobernante se dirija a la gente en el zócalo.