La Jornada jueves 4 de diciembre de 1997

Adolfo Sánchez Rebolledo
Cuauhtémoc Cárdenas, gobernador

Cuauhtémoc Cárdenas será desde mañana 5 de diciembre el primer gobernador del Distrito Federal. ¿Qué más puede decirse que no se haya escrito ya sobre este hecho histórico, cuya verdadera importancia empezará a contar dentro de unas horas? Para el nuevo gobernante la ciudad es un fuerte desafío, acaso el más significativo de su larga vida política. Para los habitantes de esta megalópolis, la ocasión es también una oportunidad de ensayar una actitud cívica diferente, a la vez crítica, vigilante y solidaria ante problemas comunes en una época turbulenta.

Si Cárdenas consigue sobreponerse a la crisis de credibilidad que hoy nubla la gestión pública, habrá superado con creces todas las expectativas electorales. Y el país habrá dado un paso enorme hacia la normalidad democrática. El nuevo gobierno necesita, igual que la gente común y corriente, una tregua, un paréntesis reflexivo que nos permita a todos, autoridades y ciudadanos, asumir consciente y racionalmente las dificultades de la nueva gobernabilidad, sin esperar soluciones a la vuelta de la esquina.

Cárdenas dispone de menos de tres años para cumplir sus objetivos. En ese lapso debe asegurar la continuidad de las obras y los programas que mantienen funcionando a la ciudad, sin detener la consolidación institucional de la reforma democrática. Tiene que desconcentrar y descentralizar, crear nuevos espacios a la participación ciudadana, escuchar, dialogar, en fin, gobernar para todos, dejando fuera el fantasma del 2000.

Recuperar la confianza de la ciudadanía en las autoridades es una genuina tarea de gobierno, un objetivo indispensable, pero también la condición para alcanzar el éxito. Cárdenas cuenta para ello con el respaldo de una amplia coalición que le da legitimidad y consenso, pero debe saber también que ningún compromiso con las clases medias, tan importantes como activas y presentes en estos días, se compara al adquirido con los sectores populares de la ciudad de México. Es por ello que a partir de mañana, Cárdenas tendrá que hilar fino con sus colaboradores si quiere alcanzar un equilibrio de ``centroizquierda'' entre el derecho y la justicia, entre el optimismo partidista y el apoyo crítico de la sociedad, entre las exigencias de unos sin coartar las esperanzas, las adhesiones y las desesperadas peticiones de los otros, de tal modo que estimule la creatividad ciudadana sin poner en riesgo la eficacia de la administración. No es una cuestión de intenciones buenas o malas, sino de políticas públicas, de suyo limitadas por la escasez de recursos, pero susceptibles de fincar en suelo firme prioridades y proyectos. En cualquier caso, el desafío reformador con su enorme cauda de riesgos y oportunidades, definirá el futuro inmediato del gobierno, de la ciudad y del mismo cardenismo y sus aspiraciones.

La calidad de vida hoy se llama libertad, democracia, justicia, legalidad, equidad. Por ello, la ciudad reclama honestidad, leyes justas, jueces dignos, respeto a los derechos humanos, seguridad. Es por eso que la mayoría no puede sino oponerse a los privilegios otorgados desde el temor para acreditar salidas autoritarias contra el delito que nos agobia.

La población capitalina no añora un pasado que la mayoría de sus habitantes jamás conoció. Quiere saber cómo introducir aquí y ahora orden en el desorden, razón en la irracionalidad, sentido en el azar de sus vidas, quiere reinventar las formas de convivencia sin renunciar a la modernidad, desea vivir, no vegetar, en esta ciudad de ciudades. La ciudad habitable reclama solidaridad, puentes capaces de cruzar la línea divisoria entre la urbe que trabaja y la que trabaja fuera de la ley, quiere empleo, reglas integradoras que hagan visible, transparente y real la ciudad informal. Y ese es un reto que desborda el siglo.

Durante el largo periodo de espera, Cárdenas ha sido prudente respecto de los asuntos públicos. Prometió una transición republicana y ha cumplido. Algunos, en contraste o por vicio futurista, están inflando las expectativas, no porque sus promotores crean sinceramente que el nuevo gobierno puede resolver de golpe años de problemas seculares, sino porque calculan que mientras más alto suban las esperanzas de la gente más fuerte podría ser la decepción.

Es imposible modificar en tres años escasos las deficiencias seculares de la ciudad o resolver los más agudos problemas derivados de la penosa situación económica y social en que nos hallamos, pero sí es factible planteárselos de otro modo, con una visión diferente y desde una actitud moral distinta, sin populismo de ninguna especie, con cuidado y tolerancia. Me valgo de una expresión de Luis Cardoza y Aragón, aplicada a la cultura, para ilustrar el sentido de toda verdadera estrategia renovadora y popular: ``No se trata de llevar el arte a las masas, sino de llevar las masas hasta el arte''. A partir de mañana veremos hasta dónde llegamos.