Bioy Casares en la FIL: Suave Patria, poema al que acudo continuamente
César Güemes, enviado/ II y última, Guadalajara, Jal., 5 de diciembre Ť Es posible que de los 20 libros que conforman su bibliografía, digamos como solista, y de los seis que hizo en colaboración, el que se lea con más frecuencia sea La invención de Morel, que data de 1940. A él, su autor, Adolfo Bioy Casares, no le molesta el hecho, por el contrario. Aunque lo cierto es que una parte representativa de su obra se encuentra ya de nuevo en circulación en México bajo el sello de Tusquets Editores. Cerramos así la plática con don Adolfo.
--En su haber hay varios premios, ¿de qué manera lo ayudan o cómo mira estos reconocimientos de muy alto orden?
--Puedo decirle una cosa que casi me provoca vergüenza: los premios cambian la vida de uno. Cuando me confirieron el Cervantes advertí que la gente me quería más, que me tomaba del brazo y no quería soltarme. Eso es grato, muy grato. Yo no indagaba por qué me querían tanto, pero notaba que me querían.
--¿No lo notaba con las personas que antes de los premios o independientemente de ellos leían sus libros incluso fuera de Argentina?
--Bueno, sí, pero eso fue aumentando con el tiempo y nunca ha sido una cifra tan extraordinaria como para asombrarse. Un escritor hace un libro y después otro, algún lector tendrá.
Soslayar la crítica
--Después de La invención de Morel tiene una obra muy vasta que por fortuna aún no concluye. Sin embargo, hay muchos lectores en México y en otros países que lo ubican casi tan sólo por esa novela. ¿No siente que se deja de lado el resto de su trabajo?
--Lo que ha hecho La invención de Morel es abrirme lugares para que se interesaran por mis libros. Claro que puedo jactarme un poco de que me vean como el autor de La invención... y nada más. Uno se resigna a eso sin dificultad.
--¿Queda ese libro muy lejos de su vida cotidiana? ¿Morel es ya casi una persona más del vecindario?
--A veces hasta me he olvidado de quién era Morel o cómo era.
--¿Recuerda los motivos que lo llevaron a escribir esa novela?
--Vagamente. Poco a poco la fui inventando, no fue algo de repente sino algo paulatino, la novela creció a partir de que iba escribiendo lo que se me ocurría.
--Aun así es una obra de la primera madurez. Cuando la escribe tiene usted apenas 25 años de edad.
--Sí, era muy joven. Ya había escrito muchos libros malos y quise que fuera el primero bueno, para romper esa tradición de textos malos. Sin embargo, la tercera edición está ya muy corregida, hablo de la que aparece en 1951 o 1952.
--Otros libros suyos tienen como tema la relación entre un hombre y una mujer y viceversa. ¿Esto le ha inquietado, es algo en lo que ha querido indagar conscientemente?
--Naturalmente se me han ocurrido historias de hombres y mujeres juntos, con todo lo que ello tiene de feliz o de trágico.
--¿Siente, maestro, que su literatura es optimista?
--No, no lo siento, pero eso es algo que me ha preocupado un poco, porque soy de mente pesimista, pero de temperamento optimista. El temperamento predomina en mí. Por eso una historia que me resulta más auténtica es Dormir al sol, porque me parece que no buscó una tragedia para contarse.
--¿Le interesa la ciencia ficción?
--No, no mucho. Es como si hubiera hecho ciencia ficción sin querer o sin admirar ese género.
--En cambio, tal vez sí admiró y sigue leyendo narrativa del crimen, o policiaca, como se denominaba y como era entonces.
--Sí, me parece que un buen ejemplo de cómo debe armarse un libro, de cómo debe manejarse el suspenso o cómo llegar al final de las historias está en esas novelas.
--¿Se acercó al género desde joven?
--Desde muy jovencito, sí. Me acuerdo que, luego, a lo largo de una enfermedad, pensé que tanto Borges como yo conocíamos una gran cantidad de novelas policiales y que podíamos proponer ante la editorial, para la que trabajábamos en Buenos Aires, una colección completa. La propusimos, aceptaron a regañadientes y después esa serie sostuvo económicamente a Emecé. Era la colección Séptimo círculo.
--¿Continúa con estas lecturas?
--No, no, parece que me he cansado. Pero con esto no quiero decir que tenga un juicio adverso al género, sino que ahora mis lecturas van por otro camino.
--Un rubro que no ha abordado hasta donde sabemos es la poesía. ¿Tiene poemas en su escritorio?
--Sí, tengo poemas escritos hace años. Puede ser que mi obra poética se conforme de cinco o seis poemas. En todo caso es algo muy breve.
--¿No le parece que su libro En viaje, las cartas a Silvina Ocampo, sean una forma de la poesía?
--Ojalá que lo fueran, pero la crítica ha sido muy severa con ese libro. Así que yo no me atrevo a decirlo.
--No deja de ser peculiar que a un escritor tan querido y reconocido como usted le inquiete el juicio de la crítica. ¿En verdad le preocupa?
--No, no me preocupa, pero pienso que alguna razón tendrá. Yo sigo mi camino de todas maneras, casi sin hacer caso a la crítica, aunque supongo que algo han de haber visto los críticos que no alcancé a detectar en su tiempo. He releído hace poco En viaje y realmente ya no me gusta demasiado.
Releer el poema Suave Patria
--Después de su libro Un campeón desparejo, que aparece en 1993, ya no encontramos ninguna nueva novela suya.
--Tengo libros en preparación, sí, pero nada terminado.
--¿Esto se lo adjudica al cansancio o quizá a algún malestar físico?
--Se lo adjudico solamente a la vejez.
--¿Cómo lleva la vejez, cómo lo trata?
--Me trata con bastante consideración hasta ahora, pero está ahí.
--¿Cuál es su relación con las letras italianas, de las cuales entendemos que es cercano?
--Tengo gran admiración por los escritores italianos. Pienso que la literatura italiana es muy rica y muy buena. He seguido tanto como puedo lo que se escribe allá.
--¿Se siente cercano de Italo Calvino?
--Y cómo no. Fui amigo personal de Calvino. Me parece que él empieza las historias admirablemente y a veces no las concluye tan bien como las comenzó. Sus libros son de respeto.
--¿Ha pensado en la posibilidad, por sí solo, de ofrecerle nuevos caminos a Bustos Domecq, el personaje suyo y de Borges?
--No, eso no. No pienso en ello, pensaba en esas historias cuando vivía Borges. Los dos pensábamos en esas historias. El venía a cenar a casa todos los días y de vez en cuando uno le decía al otro: tengo una historia. Y la contaba. Si el otro la aprobaba entonces dedicábamos tres cenas a elaborar el relato. Pero después de la primera él se impacientaba y empezábamos a escribir.
--Acualmente, ¿cómo es un día en su vida, si es que es más o menos rutinario?
--En Buenos Aires, por lo menos, cuando estoy sano, dedico la primera parte del día a escribir. En estos días no estoy escribiendo ni hago nada porque he estado enfermo desde antes de mi más reciente viaje. Pero normalmente después de escribir me voy a almorzar a algún restaurante de Buenos Aires, siempre al mismo, se llama Lola y queda en Junín y Guido. Luego hago una siesta y escribo más por la tarde.
--Maestro, ¿la escritura y quizá la lectura ayudan a recuperar la salud?
--Sí, porque el escribir da felicidad y la felicidad ayuda a recuperar la salud.
--En este proceso por el cual atraviesa ahora para recuperar la salud, ¿escribe o lee algo en particular para sentirse bien?
--Busco un libro que me ayude. No sé si lo voy a encontrar. Hago anotaciones, que no sé también si sean muy edificantes.
--¿Acude a poetas?
--La Suave patria la leo y la releo continuamente.
--¿Suave patria es como una inyección de vitaminas?
--Para mí sí, siempre lo ha sido.