Luis González Souza
Hora cero

Llegó la hora. Algún día tenía que llegar, y llegó. Hay un nuevo gobierno en el epicentro de México. Un gobierno democrático, porque surgió de urnas (bastante) limpias. Por lo mismo, puede ser la primera piedra de un país pleno de democracia. Pero, si se desaprovecha la oportunidad, también puede ser el detonante de una regresión histórica igual o peor que la dictadura porfirista.

Ahora mismo ya puede advertirse el accionar de las fuerzas más turbias. Su meta es que hacia el final del nuevo gobierno capitalino, la ciudadanía se arrepienta de haber sufragado por la democracia y añore la vieja hora del autoritarismo.

Lo que hizo posible esta oportunidad fue una revolución electoral. A contracorriente de una campaña exterminadora del cardenismo, montada en una subcultura de fraudes y resignación, triunfó el 6 de julio la opción encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas. Es una revolución cultural (sin connotaciones maoístas), lo que ahora se necesita para que esa oportunidad fructifique. Una revolución que rompa el espinazo mismo de esa subcultura también de paternalismos caudillescos y, en contrapartida, de borreguismo ciudadano.

Por allí debe comenzar esta revolución de las costumbres, los valores, las prácticas en torno a los usos y los abusos del poder. Debe comenzar por sembrar bien la idea clave: de lo que haga la sociedad, más que el nuevo gobierno, dependerá si esta hora cero acaba de alumbrar el largamente anhelado tiempo de la democracia o si, por el contrario, recicla el putrefacto tiempo del autoritarismo mexicano.

Como toda hora decisiva, ésta es una hora en extremo difícil. Son tantos y tan grandes los problemas heredados al nuevo gobierno, que ya se popularizó eso de la rifa del tigre. Pero, al mismo tiempo, hay una certeza cada vez más generalizada: no es con las viejas fórmulas del autoritarismo como habrán de resolverse esos problemas. Al contrario, la gobernación bajo el antiguo régimen no hace sino agravarlos día con día. Por lo tanto, no queda sino ensayar algo nuevo. Más que en las fachadas, nuevo en los cimientos siempre anidados en el terreno de la cultura.

La nueva cultura requerida es por definición una cultura democrática. Esa que México nunca ha experimentado en su historia. Y tal cultura incluye la capacidad colectiva para analizar objetivamente los problemas del país. Entonces no habría espacio ni para expectativas irracionales ni para conformismos autocomplacientes. Sería ilógico esperar que el gobierno de Cárdenas resolverá por completo viejos y profundos problemas tales como el desempleo, la inseguridad pública, el ambulantaje, la contaminación ambiental, el crecimiento irracional de la ciudad. En el mejor de los casos, podrá atenuar esos problemas.

¿Qué es entonces lo que sí puede esperarse del nuevo gobierno en sus tres años de vida? No mucho, pero sí cosas de incalculable valor; básicamente ligadas al asunto de la cultura política. Pueden resumirse en esa demanda ya infaltable en toda plataforma programática: una nueva relación entre el gobierno y la sociedad. Relación que comienza en las ventanillas burocráticas, y culmina en un ejercicio compartido, honesto y sobre todo humano, del poder.

Inclusive en el logro de esta nueva relación, la sociedad tiene el papel central. Sólo si descubre y desarrolla su propio poder: sólo si se decide a ejercer la soberanía popular por todos tan cacareada; sólo si se organiza bien para participar de manera cotidiana, firme y a la vez responsable en la solución de los problemas, la capital de México será una ciudad humanizada, resumen de sus múltiples retos. Y de paso será la ciudad-epicentro de una democratización nacional, entonces sí imparable.

En esa perspectiva, la tarea del nuevo gobierno es más bien sencilla: abrir los cauces más diversos e imaginativos para la participación ciudadana. De esa forma, el gobierno por fin encontraría su sentido último: caminar junto y no contra la sociedad; para servirla en vez de subyugarla.

No es la hora de los partidos ni de los precandidatos al año 2000. Es la hora de México, comenzando por su ciudad capital. Si alguien se confunde, y si ésta se convierte en otra hora cebo (porque volviera a cebarse la democracia mexicana), no habrá derecho a llorar después lo que no supimos defender como mexicanos. Es decir, como mínimo, el derecho a la esperanza.