Guillermo Almeyra
Enseñanza y marginación

a pedido del amigo Pavia

Escribo cuando en Argentina, Uruguay, República Dominicana, Chile, Brasil y otros países del continente progresa y se organiza la protesta contra la política del capital financiero. A contracorriente de esta tendencia, sin embargo, avanza como un tren expreso una contrarreforma educativa, marcada no sólo por la ayuda oficial de todo tipo a la educación privada sino también por la sumisión de hecho de la enseñanza pública a la educación privada y librecambista extranjera, por la cuantía cada vez menos importante de los presupuestos para la enseñanza o la investigación y el desarrollo (I&D) así como por los criterios de premiación a los docentes y de selección de los mismos y por las transformaciones de los objetivos de los programas de estudio.

Esto sucede cuando se está por cumplir el 80¼ aniversario de la Reforma Universitaria, estallada en 1918 en Córdoba, Argentina, la cual no sólo incorporó las clases medias a la Universidad e impuso el gobierno tripartito en los centros de enseñanza (alumnos, profesores y trabajadores) y la autonomía universitaria, sino que también originó el APRA en Perú, Acción Democrática en Venezuela, el movimiento estudiantil dirigido por J.A. Mella que derribó la dictadura de Machado en Cuba, el mismo vasconcelismo en México, etcétera...

Las clases pobres sufren hoy una doble discriminación y marginación, en el marco de un retroceso histórico con respecto a los esfuerzos por asegurar una educación pública, laica y gratuita a todos y por eliminar la plaga ochecentesca del analfabetismo. En primer lugar, la mundialización, que no disminuye en nada el presupuesto, el papel económico del Estado ni su keynesianismo, cambia sin embargo la orientación del mismo, porque las subvenciones no van ya a la educación, ni a la sanidad, ni al desarrollo sino a los bancos y las grandes empresas y a los ricos se les eliminan los impuestos, que se aumentan en el caso de los pobres (IVA, tasas indirectas, etcétera) con graves consecuencias sobre los niveles de consumo, entre otros, también de la cultura. A la reducción de oportunidades de educación para los más pobres se une la caída de la calidad de la enseñanza pública mientras se fomenta la privada y la disminución (por causas económicas) de la capacidad de aprendizaje de alumnos cuya calidad de vida ha empeorado terriblemente la alimentación. En segundo lugar se organiza oficialmente la discriminación pues valen más los títulos de las Universidades privadas y, en particular, las de las extranjeras que los de las públicas; éstas vegetan en la indigencia independientemente de sus aportes culturales; vale más puntos, por poner un ejemplo, una publicación en inglés en Playboy que otra en castellano en una Universidad nuestra, y las sumas destinadas a la I&D no llegan ni al 0,5 por ciento del Producto Interno Bruto (mientras en los países industrializados están cerca del 3 por ciento), con lo cual la fosa que nos divide de ellos se profundiza. Para colmo, se exige un pago cada vez mayor por una enseñanza cada vez peor.

¿Cómo combatir esta tendencia? Pienso que con la autorganización y la autogestión en el terreno cultural, por ejemplo, creando, en cada colonia o ciudad, de Centros Libres de Enseñanza, subvencionados incluso por las ONG y organizaciones internacionales, y que cuenten con profesores de cátedra libre que desarrollen allí programas discutidos con la población local, según las necesidades científicas o de capacitación que ésta tenga. También con la lucha por cambiar el destino de las partidas presupuestales orientándolas hacia el desarrollo del mercado interno, del nivel de vida y de cultura y, por supuesto, con el cambio del sistema impositivo: el impuesto Tobin a los capitales especulativos, impuestos a las ganancias bursátiles, distribución de los beneficios de la productividad aumentada, reducción de los impuestos sobre los bienes básicos y subvenciones a los mismos. E igualmente con la lucha por programas que den bases materiales y culturales a la autonomía universitaria, preserven la identidad nacional y armen a los estudiantes en la comprensión de la mundialización y en una visión integrativa latinoamericanista para la construcción de países independientes y económica, política y culturalmente soberanos. Sin educación para todos, gratuita y laica, no hay desarrollo ni democracia. Sin democracia no hay oportunidades iguales de enseñanza.