Marcado dramáticamente por las acciones y decisiones de su primer mes de gobierno en diciembre de 1994, el presidente Zedillo ha llegado a la mitad de su gobierno, con la imagen propia de jefe de un gobierno de ocupación, enviado por una potencia extranjera para asegurarse el pago de sus intereses por parte de la nación vencida. La insensibilidad ante las necesidades y carencias de los mexicanos, ha estado siempre acompañada de las felicitaciones de quienes se sienten desde hace tiempo dueños de México; la soberanía nacional pareciera ser hoy parte importante de la ficción.
En estos tres años el Presidente se ha mantenido distante de la sociedad mexicana, ha ignorado sistemáticamente reclamos y propuestas que difieren de las que él ha impuesto, y no ha querido ver ni entender que la economía puede mejorar, pero los daños causados a la planta productiva, al patrimonio familiar y a los proyectos de vida son y han sido en muchos casos irreversibles, el derecho al futuro ha sido sustraído a varios miles de mexicanos.
La problemática económica ha infectado la vida social, al generar enormes desequilibrios regionales e imponer la recesión y el aniquilamiento del mercado interno. La inmensa mayoría de los jóvenes que en estos años han ingresado a la edad productiva, se han encontrado ante la realidad de que no existen empleos para ellos. La delincuencia ha constituido la única opción para muchos. El comportamiento delictivo ha adquirido importancia ante la impunidad manifiesta, en casos de especial relevancia, como el de Aguas Blancas, o de secuestradores y narcotraficantes que actúan con total libertad y protección policiaca. Los altos índices de delincuencia constituyen el reflejo de la crisis moral que ahoga al país. Ciertamente que el Presidente no es el responsable directo de ésta, pero ciertamente su liderazgo ha sido pobre para enfrentarla, de ello habla su manejo político titubeante ejemplificado en el trato a Madrazo, a Figueroa y a la familia Salinas, como habla también la permanencia de colaboradores, distinguidos por su ineptitud, su impopularidad y, en muchos casos, por su responsabilidad sospechosa en acciones contrarias a la sociedad.
La nación mexicana ha estado siempre profundamente orgullosa de sus raíces indígenas; la rebelión zapatista de 1994 trajo a la conciencia de la sociedad las graves injusticias cometidas contra los indígenas de todo el país, pero muy especialmente con los que habitan en Chiapas, Oaxaca, Guerrero e Hidalgo. Amplios sectores de esta sociedad, mucho más amplios de los que el gobierno admite, observan con preocupación, con tristeza y con indignación, la actitud irresponsable del gobierno que, lejos de dar causa a las justas demandas indígenas, ha permitido, si no es que fomentado, una situación de terror en la que viven hoy miles y miles de ellos, que a su miseria ancestral añaden la angustia y el peligro de ser asesinados o privados de sus patrimonios más elementales, con toda la sinrazón que las guerras de baja intensidad implican.
Estos son los saldos ominosos del gobierno de Zedillo, del que desafortunadamente poco podemos esperar, y del que sólo pediríamos que rectifique esta conducta de simulación que tantas vidas está sacrificando en Chiapas, a cambio de nada y por las que a su tiempo, tendrá que dar cuenta a la nación.