Angeles González Gamio
Las leyendas

El Centro Histórico de la ciudad de México es rico en leyendas; de ahí se derivaron muchos nombres de las calles. No sabemos de quién fue la idea de poner placas de azulejo con la antigua denominación, pero fue muy afortunada, porque eso nos permite conocer su historia, acudiendo a los extraordinarios cronistas que la han recogido.

Siempre nos había intrigado el apelativo de La Joya que tenía un tramo de la actual 5 de Febrero. Resulta que en dicha vía, esquina con Mesones, vivió en el siglo XVIII un opulento mercader español, llamado don Alonso Fernández de Bobadilla, de carácter arrogante e irascible, casado con doña Isabel de la Gracida y Tovar, hija del conde de Torreleal, personaje de importancia en el gobierno virreinal.

La espléndida casona contaba con numerosos sirvientes, carruajes y buenos caballos; estaba adornada con el mayor lujo y era sitio frecuente de fiestas y saraos, en donde se servía la mejor comida y bebida. En apariencia vivían en la mayor felicidad... hasta que un mal día, el esposo descubrió una nota que habían deslizado por debajo de la puerta de un balcón.

En ella se le comunicaban los amores adúlteros de su mujer con el licenciado José Raúl de Lara, fiscal del Tribunal de la Santa Inquisición. Controlando el primer impulso de enfrentar con furia a doña Isabel, optó por buscar pruebas, por lo que al día siguiente avisó a su esposa que esa noche llegaría muy tarde, pues iría a tratar asuntos de importancia con el virrey.

Al anochecer, embozado con su capa, pasó varias horas rondando su casa cuidándose de no ser visto; finalmente apareció la figura de un hombre igualmente cubierto, quien entró con sigilo a la mansión por uno de los balcones que le abrió delicada mano. Indignado y adolorido, esperó unos minutos e ingresó a la casona irrumpiendo furioso en la recámara de su mujer para enfrentarse en el momento en que el amante colocaba en la fina muñeca un bello brazalete de oro, incrustado de piedras preciosas.

Gritando imprecaciones se abalanzó sobre el fiscal, atravesándole el pecho con filoso puñal, mientras la infiel pedía perdón, a lo que el esposo contestó: ``¡Perdón! ¡Sí, perdón!... ¡Toma tu perdón!'' al tiempo que le infligía el mismo tratamiento que al amante. A continuación le arrancó la lujosa joya, salió a la calle y con el mismo puñal ensangrentado la clavó en el portón de la casa. Al día siguiente toda la ciudad se enteró del doble crimen y los curiosos se acercaron en multitud para ver la ``joya'' clavada y desde entonces el vulgo bautizó con ese nombre el tramo de la calle, con el que permaneció por siglos.

Tres centurias más tarde, seguramente sin saber el origen del nombre de la vía, en ese mismo lugar y probablemente en la misma casa, don José Villamayor y su esposa doña Amparo Couto abrieron una zapatería a la que le pusieron el nombre de La Joya, que dio origen a la cadena de establecimientos que existen hasta la fecha por toda la ciudad.

Sesenta años más tarde la antigua zapatería había cerrado y la casona se encontraba muy deteriorada. Los descendientes de la emprendedora pareja Villamayor, con acierto decidieron restaurarla; labor nada fácil que les llevó más de dos años, pues la mansión había sufrido múltiples alteraciones al paso de los siglos, pero como suele suceder con esa maravillas arquitectónicas, los elementos principales estaban allí: bellos muros de tezontle, marcos y molduras de fina cantera labrada, pisos de recinto, herrería forjada a mano.

Con una labor prácticamente de arqueología, poco a poco se fue descubriendo la casa original. El resultado final es espléndido; como en buena parte de este tipo de obras, se respetaron los elementos principales del siglo XVIII al igual que algunos de calidad que se agregaron en el XIX y algo de principios del presente, el requisito fue la armonía. La preciosa casona ubicada en Mesones 87, esquina 5 de Febrero, actualmente aloja el bar La Llorona, favorito de los jóvenes capitalinos, que están descubriendo las ``joyas'' arquitectónicas que guarda su ciudad, desconocida para muchos hasta ahora.

En la misma calle de Mesones, en el número 123, se encuentra La Ciudad de los Espejos, una de las cantinas de tradición del Centro Histórico; con sus clásicas puertas abatibles, tiene una gran barra y un mural de colores chillones que vaticina el destino de la humanidad, Impera el buen ambiente que le brindan los parroquianos asiduos jugando cubilete y dominó; la botana es buena, y los martes y miércoles hay paella.