Eticas hay varias y distintas, como lo muestran las divergencias entre Holanda, Irán y México. Olvidar que cualquiera de ellas conlleva una visión del mundo (de la vida) y una conceptualización del ser humano (también vida) es sólo una de las omisiones del inaudito presidente de la Academia Mexicana de Bioética.
No es éste el espacio para analizar cómo pueden ser explicados y justificados los valores que respaldamos. Lo que quiero recordar es que los valores son productos humanos y que las personas entendemos la ética según nuestra vivencia. Todos los códigos éticos de los diferentes grupos humanos pueden clasificarse en dos grandes apartados: los de orientación deontológica, que definen que el comportamiento ético es el cumplimiento o incumplimiento de la regla y los de orientación teleológica, que identifican las aspiraciones de las personas y los objetivos hacia los cuales debería tender la conducta humana, pero si esos objetivos no se cumplen, no se considera que las personas hayan actuado de manera poco ética. Los códigos éticos de orientación deontológica tienden a subrayar la línea divisoria entre lo bueno y lo malo, mientras que los códigos éticos teleológicos aceptan gradaciones de lo malo a lo bueno, de lo infame a lo virtuoso, de lo permisible a lo inaceptable. Esta división entre códigos deontológicos y teleológicos suele coincidir con la división que también se da entre, por un lado, las perspectivas religiosas institucionales y, por otro, las perspectivas religiosas no institucionales y las perspectivas no religiosas.
En el campo de la medicina, las distintas maneras de valorar los transplantes de órganos, las técnicas de reproducción artificial, la eutanasia o el aborto dependen de la perspectiva ética y los valores que primen en el país. Una mirada a la situación internacional respecto al aborto pone a Velasco Suárez en la posición absolutamente minoritaria del Vaticano, los países católicos latinoamericanos y algunos países islámicos y africanos. Precisamente en las democracias europeas se despenalizó el aborto por razones éticas y bioéticas: por justicia social y por respeto a la libertad de la paciente de decidir de acuerdo a sus creencias.
Como la multidimensionalidad cultural e ideológica, con sus correspondientes códigos morales, produce una pluralidad de percepciones y concepciones éticas, no se puede imponer un solo criterio ético. A lo más que se puede llegar es a formular los principios éticos como derechos humanos. De éstos, tres son fundamentales: el derecho a la vida, el derecho a la igualdad y el derecho a la libertad. También aquí hay controversia, pues estos derechos son interpretados de varias maneras: para muchas personas la vida sólo tiene sentido en ciertas condiciones, mientras que para muchas otras la vida es un don divino que no se puede tocar. Precisamente en concepciones distintas sobre la vida es que se libran los debates éticos más candentes: los de los anticonceptivos, el aborto y la eutanasia. Ahí la bioética interviene para otorgar al paciente recursos con los cuales confrontar la postura de la fe con la perspectiva de la ciencia. Entender en qué radica la confrontación puede ayudar a deslindar el criterio religioso de los procesos jurídicos tendientes a establecer las nuevas normas de convivencia moral.
Cuando hay paradigmas religiosos e ideológicos diferentes no hay manera de ponerse de acuerdo sobre cuáles son los principios fundamentales de la ética. La apuesta liberadora de la bioética es reivindicar la libertad de elección del sujeto y respetar su voluntad. Para ello se requiere aceptar la existencia de la pluralidad, de la diferencia, como fundamento de la condición humana. Todo esto parece desconocerlo Velasco Suárez, por lo que no es de extrañar que sus declaraciones se reduzcan a manifestaciones ideológicas, sin rigor científico.