Masiosare, domingo 7 de diciembre de 1997



UNA POLICIA DE LOS INDIOS


Karina Avilés


AUTONOMIA DE HECHO, EN GUERRERO

Cansadas de atracos, de violaciones y asesinatos, las comunidades indígenas de la Costa Chica-Montaña se decidieron a dar el paso. Hoy, 480 policías indios recorren caminos y brechas con el aval de los ayuntamientos, armas proporcionadas por el gobierno estatal y capacitados por integrantes del Ejército.
El ejercicio de ``nuestra autonomía'' ya tiene logros: las brechas están libres de asaltos.


Unos huaraches, ``una vaca hosca, mediana, parida'', un traste o dinero. Les robaban todo a los más pobres en un estado pobre. Pero lo que más dolía eran las vejaciones: ``Nosotros amarrados y ellos violando a las mujeres. Ese es el sentimiento del pueblo'', se duele todavía Francisco Oropeza Ignacio.

¿Alguien los protegía? ¿Alguien veía por ellos? La policía estatal rara vez asomaba por las brechas de la Montaña-Costa Chica. Los asaltos en los caminos eran cosa de todos los días. Hasta que los indios se cansaron y se inventaron el remedio: Francisco Oropeza Ignacio es ahora comandante de la policía comunitaria formada por tlapanecos, mixtecos y nahuas. Son 480 integrantes armados, una red que cubre las veredas y caminos de toda la región.

Las cosas nunca han sido fáciles en la Montaña, pero luego de la masacre de Aguas Blancas se pusieron peores: ``Se vivió una mayor inseguridad'', ``no había cerro que se salvara de los mañosos'', es decir, los asaltantes de gafas negras y con paliacates cubriendo sus rostros, que ``salían tras de las rocas y las matas con pura M1 y M2''.

``El pecado'', cuentan en esta tierra roja, había comenzado en 1993, cuando a personas de las mismas comunidades les dio por ``quitar las cosas ajenas''.

En octubre de 1995, con el impulso de organizaciones de productores que llevan décadas de trabajo en la zona, los indios electos en asambleas de sus comunidades se lanzaron a los caminos armas en mano. Los índices delictivos descendieron en menos de un año.

``Respecto al arma no tengo ninguna duda. Cualquiera que truene, sea M1, M2, escopeta chaquetera, de un tiro, todo es lo mismo. Pero para mí, como indígena que soy , no importa tanto el arma, lo que importa es el valor'', jura Gelasio Barrera, el jefe de la policía.

Centenares de indios, jóvenes en su mayoría, dejaron el sudor del trabajo en la tierra para agarrar un arma, vestir de café, portar una credencial y llevar el mensaje en sus uniformes: ``Una nueva forma de protección y seguridad''.

¿Hasta dónde van a llegar? ``Estamos decididos a morir con estas armas'', con tal de ``ya no sufrir el atropello de los maleantes'' y ``de ayudar a nuestros hermanos'', resume el comandante Vicente.

Los policías comunitarios son indios que viven ``así, en la pobreza'', en un pedazo de tierra allá al sur, muy cerquita de Oaxaca, subiendo por un caminito en el que apenas caben las patas de un burro flaco. Allí, donde ``nos estamos muriendo sin conocer la luz''.

El camino para llegar a la policía comunitaria ha sido largo. Los primeros pasos se dieron en los sesenta, con la batalla contra los cacicazgos. En esa lucha se fueron formando las organizaciones sociales que hoy acopian café y lo venden con su propia marca, envasan miel, consiguen créditos y se han lanzado incluso a la lucha electoral: la Unión de Ejidos Luz de la Montaña, la Sociedad de Solidaridad Social Café-Maíz, la Unión Regional Campesina de la Costa Chica y Montaña, 500 Años de Resistencia Indígena, el Consejo Comunitario de Abasto y el Consejo de Autoridades Indígenas.

Los proyectos productivos de estas organizaciones se topaban con la terrible inseguridad. En los asaltos en los caminos -en una región donde 60 kilómetros se recorren en seis o más horas- se perdían las ganancias.

Hasta que el 15 de octubre de 1995, montados en el artículo cuarto constitucional y en el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, que establece ``que las poblaciones indígenas y tribales tienen el derecho de hacer pleno uso de sus costumbres y tradiciones'', las comunidades de la Montaña-Costa Chica acordaron: ``Que los grupos de policía comunitaria de cada poblado se aboquen al resguardo de los caminos principales en las rutas donde suceden frecuentemente los asaltos, violaciones sexuales, robos, lesiones y homicidios''.

Y más: ``Que el comisario tome acuerdo con su asamblea o policías si no cuentan con armamento, si los consiguen prestados, sólo que tendrá que elaborar una relación de armas con sus matrículas que, firmada y sellada por la autoridad municipal, deberá portar el comandante''.

Así nació la policía comunitaria. Con asambleas de pueblo en pueblo en los municipios de San Luis Acatlán y Malinaltepec, con las autoridades ejidales y las organizaciones de productores.

Juan Horta, coordinador del comité ejecutivo de la policía comunitaria, traza la estructura de la red: una coordinación abarca San José Vista Hermosa, Potrerillo Cuapinole y San Luis Acatlán. Una más, en el municipio de Malinaltepec, la forman las comunidades de Río Iguapa, Buenavista, Pueblo Hidalgo, Pajarito Grande y Tlahuiltepec.

Y así. Las comunidades se dividen por semana la inspección de las veredas y los caminos. Mientras unos salen con sus armas en busca de las huellas de un chivo, otros regresan a afilar el machete, al cafetal, a la milpa.

Aquí en la Montaña, donde una calentura o una diarrea pueden provocar la muerte, los 480 policías comunitarios trabajan sin sueldo. Son guardianes de sus pueblos día y noche. ``Tenemos hambre, tenemos frío'', resume el policía Rubén Ramírez Latín, quien acaba de dejar la infancia.

``Nos enseñaron como cargar las armas''

Pobreza, narco y guerrilla son panes de todos los días en la Montaña. La presencia del Ejército Mexicano también. Y los indios que hicieron su policía no lo ignoran. Por eso acudieron con los militares.

``El teniente coronel Joel Ciprián dijo que sí, que de parte de la Secretaría de la Defensa Nacional tenía instrucciones de atender solicitudes de que se capacitara a la policía de parte de los ayuntamientos'', afirma Juan Horta.

El 5 de abril, 159 policías comunitarios, desarmados, recibieron una ``capacitación verbal'' de parte de miembros del 48 batallón, en el almacén Conasupo de San Luis Acatlán.

``Nos enseñaron cómo cargar las armas, cómo se llaman las piezas, cómo defender de los maleantes, si ir de rodillas, cómo se corta el cartucho'', recuerda el comandante Francisco Oropeza Ignacio.

En una segunda capacitación, cuando los militares llegaron a Horcasitas, los policías pensaron que el Ejército iba a desarmarlos, ``pero resulta que se convoca a la capacitación. Y allí fue con armas propias'', dice Horta.

Reconocida de palabra por el gobierno del estado y oficialmente por los dos municipios (Malinaltepec y San Luis Acatlán, ambos perredistas) que expiden sus credenciales, la policía comunitaria recibió ``de manos del gobernador Angel Aguirre 20 armas''.

Pero les siguen faltando. ``Una escopeta frente a una M1 me hace correr; el de 22 me hace correr porque la escopeta no tiene la misma capacidad; con un 22 automático y yo con esta escopeta, me hace correr'', deja claro el asunto el comandante Vicente, de Horcasitas.

De ahí el proyecto de comprar una veintena de M1, con dinero proveniente en partes iguales de las organizaciones de productores, los dos ayuntamientos y las comunidades.

Aunque las armas sean el último recurso porque, como dice Policarpo, ``el disparo es un pecado casi a la fuerza''.

* * *

Delfino Jinete sale de Rancho Viejo -``agarrando el machete para hacer la tarecua, limpiar el café''- con un montón de preocupaciones encima: ``La milpa está tendida y el café también, todo se cayó, lo tumbó el viento por Paulina; estamos jodidos, debemos un poco al banco, a Banrural, luego el gobierno no hace caso''.

Otros comienzan la jornada desde las 11 de la noche, cuando se oyen ruidos como de una lucha con espadas. Son los hombres que afilan sus machetes para ir a cortar la caña. Unos más se quedan en el molino para vigilar ``que el toro le dé vuelta a lo que se está triturando'' y que después saldrá como piloncillo.

Las mujeres hacen lo suyo. ``Llevamos las tortillas al señor, cargamos el niño, vamos a limpiar y cortar el café. Nuestra mayor necesidad es alcanzar a entender un poco español'', dice Guadalupe.

Nicasio Castro, comisariado de Bienes Ejidales de Tierra Colorada, resume en unas frases el olvido en que se encuentra la región: ``Tenemos centro de salud pero no hay personal que lo atienda, tenemos teléfono pero ahorita no funciona, tenemos una escuela pero las paredes están cuarteadas, tenemos tubos de drenaje pero no tienen agua''.

Con todo, Tierra Colorada es de los poblados que cuentan con servicios, porque hay otros donde nunca los han conocido.

Estos hombres y mujeres, que así viven y trabajan, decidieron tener su propia policía. Sólo que ellos no tienen para pagar guardias privados. Y mandaron a sus propios hijos, sin sueldo y con armas viejas, a cuidar los caminos.

Entre sus mandos se admite el riesgo de que algunos sean coptados por ``maleantes'' o grupos armados ``ilegales'' de la región. Por eso previenen, se cuidan unos a otros, los indios policías.