Masiosare, domingo 7 de diciembre de 1997



LA CUMBRE DE LOS DESOCUPADOS


Lourdes Morales


Europa 1997: 18 millones de desocupados y una cumbre de poderosos que acordó reducir el desempleo de 12 a 7% para el año 2002. Lejos de las calefacciones, los desempleados de Maastrich hicieron su propia cumbre, de la ``Europa social'', después de llegar a Luxemburgo en un tren con cuatro imágenes de Pancho Villa.



París. El ¡Ya basta! de los zapatistas mexicanos resuena entre los millones de europeos excluidos de los programas de liberalización económica, que el 20 de noviembre llevaron su voz a la avenida de la Libertad en Luxemburgo, a la anticumbre del empleo, donde los ministros del Grupo de los 15 gobiernos partidarios de la Europa de Maastrich celebraron una ``cumbre extraordinaria'' sobre el tema de la desocupación.

El mismo día, a la misma hora pero lejos de las calefacciones, bajo la lluvia y la neblina, a cuatro grados centígrados de temperatura ambiente, más de 50 mil manifestantes armados de paraguas, plásticos, mantas y buen humor protagonizaron un debate similar en la banqueta. Muchos de ellos habían sido atraídos por la convocatoria de esta nueva marcha europea: un tren con cuatro Panchos Villa impresos al frente, llamado ``el tren de la Europa social''.

Europa, 1997: 18 millones de desocupados (otros cálculos hablan de 30 millones) y una cumbre de poderosos que acordó reducir el desempleo de 12 a 7% para el año 2002, cuando los franceses tendrán que pagar sus impuestos en euros -la moneda única que se prepara- a 6.60 francos por unidad.

¿Cómo se abatirá el desempleo? Las iniciativas están sobre la mesa pero las prioridades y la estrategia son distintas en cada país. Mientras el parlamento francés acaba de discutir una nueva ley para reducir la semana laboral de 39 a 35 horas, Alemania parece interesada en aumentarla.

``¡Esto es lo que ha provocado tanto disgusto!'', dice Ilona Hermann, del sindicato de periodistas.

Una operaciOn mediAtica

París, 8:30 AM, Gare de l«Est: 40 policías uniformados se agrupan para detener a 30 sindicalistas que buscan tomar pacíficamente el vagón a Metz, ciudad industrial de la Lorena y escala obligada a Luxemburgo. Christophe Aguiton, director de Agir Ensemble Contre le Chomage (Actuar Unidos contra el Desempleo), pide hablar con el jefe de la estación, quien nunca aparecerá.

Entre tanto, se forman pequeños grupos de controladores que observan a los manifestantes con el ceño fruncido. Las cámaras de la televisión TF-1 tratan de captar las negociaciones entre los sindicalistas y la gente de la Sociedad Nacional de Caminos de Fierro (SNCF), pero ni los miembros de la gendarmería ni los pasajeros, ni los manifestantes, ni el tren se mueven de sus puestos.

A los veinte minutos de retraso, la consigna ``¡Transporte/ libre/ para los desempleados!'', es sustituida por la de ``¡Reem/bol/sar, reem/bol/sar!'', de los pasajeros que sí traen boleto y están furiosos. Aguiton, rodeado por cámaras y micrófonos, dice: ``Es ridículo este despliegue de fuerza para el número que somos. Los desempleados vamos a Luxemburgo a pedir transporte libre, pero en la mentalidad de las autoridades tenemos que quedarnos encerrados en casa''.

En los vagones, algunos pasajeros se entretienen con el crucigrama del día, mientras los de la Confederación General de Trabajadores (CGT) sacan una baraja para empezar la primera partida del viaje. Pase lo que pase, ``nuestro destino será Luxemburgo'', dice confiado Jean Claude Quinton, miembro de la CGT-caminos de fierro. ``Esto es una operación mediática'', agrega. ``Nos van a dejar ir, pero tienen que aparentar un poco de resistencia frente a los medios. Pronto nos iremos''.

Y así es: antes de cumplirse la media hora de retraso el tren empieza a deslizarse y por los vagones circula toda clase de propaganda, folletos explicativos, cartas abiertas a Madame Martine Aubry, del Ministerio de Trabajo, otra al Ministerio de Transporte, otra... ¿a quién?

Pensar el empleo

La ciudad de Metz, cerca de la frontera, termina donde acaban los cascarones de fábricas abandondadas. Y es que en los sesenta esta región fue una excelente productora de acero, pero... ``Ya no lo producimos como antes. Ahora la mayor parte se importa. Hasta de México lo traen'', dice Christian, de la CGT-caminos de fierro.

En Luxemburgo -una ciudad triste, de 450 mil habitantes, con sucursales de todos los bancos europeos en todas las esquinas- los desempleados de Europa esperan, se reagrupan, forman filas, se frotan las manos. Toman vino caliente.

A las 14:30 suenan cuetes y ruedan ``brujas'' entre las botas de un sindicato alemán que se presenta con varias filas de hombres vestidos todos de verde. A ellos los secundan la Unión de Mineros, la Unión de Cocineros, la Unión de Impresores, la Unión de Policías: una Alemania distinta de la que presume Helmut Kohl.

Más atrás, los de Bruselas cantan La Internacional. Muy animados porque todavía tienen fresco el cierre de la Renault en Vilvorde, una ciudad belga en la que se quedaron más de 10 mil personas sin empleo cuando la paraestatal decidió cambiar su fábrica de autos a Moscú, dejando 3 mil vehículos nuevos en el patio de la firma.

En la marcha, los de Portugal se unen a los de España, los de Luxemburgo, mezclados con los de Suecia, reparten el diario Tageblatt con la entrevista, en primera plana, del presidente del Consejo Europeo, Jean Claude Juncker. Los de Gran Bretaña a su vez repiten que su país tiene una de las peores caídas salariales. Y en la cola del cortejo, donde los italianos esperan a los franceses, Francis, miembro de un sindicato independiente, busca una cerbatana para reventar los enormes globos de la Confederación Francesa de Trabajo (CFDT) ``¡porque a ésos les gusta pactar con el gobierno!''.

En la plaza Guillermo II, Frederick Michel critica el proyecto de los socialistas franceses para el empleo. ``Es cierto que Francia promovió esta Cumbre del Empleo, pero nosotros vamos por la semana de 32 horas, y no como una cuestión de ayuda social sino de justicia social. Para que esta medida funcione hay que aclarar cómo se pagarán las horas suplementarias, qué política asumirán los dueños de las empresas''.

Dice que el gobierno de Lionel Jospin maneja un doble discurso al respecto, pues ``a los trabajadores les habla de generar empleo y ante las empresas exalta la importancia de la productividad, a los dueños de las fábricas les dice que no habrá costo económico con las nuevas medidas sociales, pero no explica a los trabajadores cómo será el nuevo sistema de 35 horas por semana''.

El peligro, añade Michel, es que ``los patrones puedan hacer trabajar a los empleados con semanas de 35 o de 45 horas, según quieran, o que bajen el salario 40 por ciento para que el gobierno pague el resto, o bien que el salario se mantenga igual pero que el gobierno dé una prima a las empresas''.

Así, a espaldas de un Guillermo II montado a caballo, los excluidos desafían a ``aquellos que piensan en una Europa en la que no tienen cabida los pobres'', y en completo orden, luego de intercambiar banderines y camisetas como si fuera el final de un partido de futbol, se disponen a volver a sus países en una nueva toma de trenes.

Esteban regresa a Paris

Y de pronto el vagón 120 se convierte en sala de debate y degustación. Aquí sólo protestan los corchos de las botellas de Beaujolais Nouveau que los miembros de la CGT consiguieron para cumplir con la tradición gala de cada tercer jueves de noviembre: probar la primera cosecha de este vino de mesa, que ha llegado a comercializar hasta 8 millones de botellas al año, incluyendo las exportaciones.

El buen vino calienta las manos y relaja el cuerpo todavía entumido por la lluvia fina y triste de Luxemburgo. El debate se anima, todos proponen soluciones: hacer alianzas y no dejarse, compañeros, no bajar la guardia, porque a estas alturas, compañeros, los trabajadores de la Europa social, compañeros, llevan un tren de retraso con respecto a Maastricht.

Pero, de repente, los planes son interrumpidos por unos gritos. Esteban, hombre de baja estatura que andará por los cincuenta y que solía trabajar de cartero, dice con desesperación.

-¿Qué fuimos a hacer a Luxemburgo? Por favor, fuimos unos títeres.... unos estúpidos e inútiles títeres marchando y nada más. ¿A qué sirve todo esto? ¿En qué vamos a cambiar las decisiones que ellos toman por nosotros? ¡Estoy muy decepcionado de mí y de ustedes, de todos!

-¡Cálmate tú!, ¡cálmate, Esteban! -le dice Francoise-, ¡no es ninguna estupidez! Era importante que estuviéramos ahí, que nos vieran, que platicáramos con los otros sindicatos para presentar la propuesta en común.

-Sí, siéntate, descansa, estamos platicando -indica Mersagud, un joven de padres argelinos que lleva meses buscando empleo.

-¡Cállate! -exclama Esteban-. ¡A tus hijos se los van a comer los gusanos! Nosotros ya estamos viejos. A mí lo que me preocupa es qué les vamos a dejar a nuestros hijos.... qué esperanza, qué posibilidades.

Esteban fija la mirada en el suelo. Está llorando, se limpia los mocos con la manga del suéter. Francoise lo abraza como si fuera un hijo, le explica que sí tuvo un sentido ir a Luxemburgo, que mejor eso a quedarse en París sin hallar empleo, que no fueron solamente a pasearse, que reunieron a muchos compañeros de otros países y que ahora hay que trabajar para la siguiente protesta.

Sólo se escucha el zumbido del tren, algunas risas en el vagón de junto. La próxima reunión del Consejo Europeo será en Cardiff, Gran Bretaña. Tras las exitosas tomas de trenes de los últimos meses (Véase Masiosare, número 1), ahora los excluidos discuten cómo atravesarán el Canal de la Mancha.

Esteban, los ojos todavía húmedos, se levanta y lanza una propuesta memorable:

-A ver, ¿quién vota por ocupar un barco y quién por ocupar un avión?