La Jornada Semanal, 7 de diciembre de 1997
ENTREVISTA A HECTOR AGUILAR CAMIN
Ex director de la revista Nexos, Héctor Aguilar Camín es columnista de Proceso y de La Jornada. Entre sus muchos libros, destacan los ensayos La frontera nómada y Saldos de la Revolución, y las novelas Morir en el golfo y La guerra de Galio. Después de simpatizar con las reivindicaciones canónicas de la izquierda, Aguilar Camín se convirtió en un convencido defensor del gradualismo político.
En esta entrevista pone al día sus convicciones y analiza la alborada y las nubes que despuntan en el horizonte democrático.
Y que gane el peor
Sí, dice Héctor Aguilar Camín en este octavo diálogo: las transiciones, por definición, son periodos de cambios históricos profundos, de cosas no acabadas. Por eso, recalca el historiador, novelista, analista y editor, el optimismo es una mala receta para los tiempos que corren. Ya un adagio francés del siglo XIX advertía que de todos los presagios siniestros, el más grave e infalible es el optimismo.
Transición como incertidumbre, como momento de lucha, revisión de fragilidades, derrumbe de mitos, aceptación de carencias. Y sin embargo, Aguilar Camín subraya también que no faltan los buenos indicios: "La transición mexicana es un cambio de época mundial al que México intenta adaptarse, montando el caballo de sus propios cambios. El estadio y las reglas del rodeo son mundiales, el potro y los jinetes son nuestros." ¿Fue Voltaire quien dijo que no hay grandes cosas sin grandes fatigas?
-Un elemento que ha aparecido, intermitente, en estos diálogos, ha sido el sentimiento de fragilidad. Cada entrevistado ha hecho su lista de "elementos que pueden alterar dramáticamente la agenda política, social del país". ¿Qué dice Héctor Aguilar Camín?
-Coincido en que hay zonas frágiles. No está escrito que todo vaya a salir bien. Ya hubo el año terrible del '94. Todo puede volver a suceder. El optimismo es una mala receta para los tiempos que corren, aunque no faltan buenos indicios, tanto en lo político como en lo económico. La agenda social es más difícil. Ni la democracia ni el crecimiento económico resolverán pronto nuestros rezagos sociales. Mucho menos los demagogos que prometen crear empleos con medidas presupuestales.
-¿Quiénes son esos demagogos?
-Pensaba en la promesa del PRD de crear un millón y medio de empleos en un año. Con la economía creciendo al 7 por ciento, en 1997 se han creado 700 mil empleos. Habría que crecer al 15 por ciento para crear un millón y medio el año entrante. Creo que es una oferta demagógica.
-¿Cuáles son las zonas políticas más frágiles en nuestra transición?
-El problema número uno es la baja eficacia gubernamental para controlar la violencia: la violencia política, la criminal, la social. Está en crisis el monopolio legal de la violencia por el Estado. Un segundo problema es el de los vacíos institucionales y legales para gobernar en condiciones de competencia política y gobiernos divididos, con el Congreso en manos de unas fuerzas políticas y la presidencia en manos de otra. Corremos el riesgo de empates y parálisis gubernativas. Otro riesgo es la erosión de los poderes presidenciales en un país presidencialista. Una erosión tan rápida del actor central de la política de México puede crear situaciones de vacío de poder.
-Mencionas la presidencia. ¿De qué tamaño tiene que ser la presidencia de la transición mexicana? ¿Grande, grande de poderes y también de miras?
-México es un país presidencialista por historia, por ley y por costumbre. Creo que debe seguir teniendo una presidencia fuerte, pero acorde con los nuevos tiempos. Es decir, democrática y legal. La presidencia debe tener poderes legales amplios, suficientes para encabezar gobiernos fuertes, que rindan cuentas pero mantengan la iniciativa. La presidencia legal débil que diseñó la Constitución de 1857 condujo a la dictadura porfiriana, no a la democracia. Una presidencia débil en una cultura política presidencialista como la mexicana puede ser una tentación de inestabilidad, un riesgo de vacío de poder. Ojalá y esa presidencia fuerte y legal tuviera también grandeza de miras.
-¿Sigues pensando que, por primera vez en medio siglo, los aspirantes priístas a la presidencia pueden no estar controlados por el Presidente de la República?
-Sí. Esa es la pérdida mayor entre los poderes extralegales del Presidente: no poder elegir al candidato del PRI que se volvía, casi automáticamente, el futuro presidente de México. Era con ese poder que los presidentes gobernaban sus tres últimos años. Ese poder de otorgar el futuro ordenaba las ambiciones políticas, las formaba en distintas filas tras las figuras de los precandidatos, elegidos también por el propio Presidente. Al final, el Presidente mismo disciplinaba a los perdedores tras la candidatura del ganador y castigaba a los réprobos. Eso ya no existe. Por primera vez en medio siglo vamos a ver a un Presidente gobernar sus tres últimos años sin tener control sobre la oferta de futuro para los políticos profesionales del país. Por primera vez vamos a ver también las ambiciones políticas del país competir a campo abierto por la presidencia, dentro y fuera del PRI. Esta es otra novedad: la competencia por la candidatura presidencial en los partidos de oposición no incluía antes la posibilidad de ganar la presidencia. Ahora sí.
-¿A quién ves hoy con la fuerza suficiente, con el talento político necesario para proponerle a este país la grandeza de México?
-A nadie. Pero si lo viera, lo último que le recomendaría es proponerle a los mexicanos la grandeza de México. Todos los dirigentes que han hecho eso en los últimos tiempos, han pagado carísimo su atrevimiento. Han salido mejor librados los líderes de bajo perfil.
-¿Quiénes?
-Avila Camacho, Ruiz Cortines, De la Madrid.
-¿Qué tipo de líderes necesita, entonces, nuestra transición? ¿Existe el "tipo ideal" de líder de una transición?
-Hacen falta políticos con todo lo que hace falta y además con suerte. Recuerdo haberle oído a Felipe González que la transición española no es un modelo aplicable a nada, porque tuvo una enorme cantidad de factores fortuitos que nadie puede planear ni pactar. Las transiciones necesitan políticos con suerte. Y todo lo demás.
-El valor de los protagonistas en el tiempo de transición. ¿No ves una cantidad irritante de excesos protagónicos y una falta preocupante de protagonistas, hombres de la transición, podríamos llamarlos?
-Sí, pero los hombres de la transición son los que están. No hay otros. Los tenemos muy cerca, vemos amplificados sus errores y sus defectos. Sólo el tiempo nos dirá si estuvieron a la altura del reto, si les salió bien o mal. Juzgamos a nuestros contemporáneos con las mismas anteojeras con que ellos actúan. Los contemporáneos de Juárez no podían tolerarlo. A De Gaulle lo jubilaron varias veces los franceses, lo mismo que a Napoleón. Cárdenas tuvo al país al borde de una guerra civil. Simón Bolívar fue el hombre más odiado de su tiempo, antes de convertirse en El Libertador, 30 o 40 años después de muerto. Churchill perdió las elecciones inmediatamente después de la guerra mundial. La muerte trágica mejoró mucho a Lincoln y a Kennedy en la opinión de sus pueblos. Lo mismo pasó entre nosotros con Luis Donaldo Colosio. Muchos de quienes se envolvieron en la bandera de su memoria cuando estuvo muerto, lo ridiculizaban y minimizaban cuando estaba vivo.
-¿Pero qué dices de esos protagonistas que parecen creerse los hombres de la transición, esos que justifican cualquier exceso en aras de la transición y la democracia?
-Acabarán siendo el mejor argumento contra ellos mismos.
-¿Por qué crees que hay tanto escepticismo respecto de la transición? ¿Será porque hay demasiados vacíos?
-Supongo que hay escepticismo porque hay demasiadas expectativas. Nos hemos contado el cuento de que la democracia, las elecciones libres y competidas, las derrotas del PRI, los triunfos de la oposición, resolverán como por arte de magia todos los problemas de México. Es una simplificación, y su saldo lógico es un desencanto. Las elecciones son libres, el PRI pierde, gana la oposición, pero la mayor parte de los problemas siguen ahí, tan tercos como siempre. El periodo del desencanto es también típico de las transiciones. Lo hubo en la exitosa transición española y lo hay en la exitosa transición chilena.
-¿Necesitamos un gran acto fundador para afirmar que vivimos ya otro momento de nuestra historia política, social, cultural?
-Sí. La identificación de momentos fundadores es una necesidad psicológica de historiadores y analistas. En México tenemos "parteaguas" para dar y prestar. Además de los años de 1968 y 1982 podríamos mencionar 1976: fin del desarrollo estabilizador, primera devaluación de la moneda mexicana en 22 años; 1978: inicio de la reforma política, legalización de la izquierda comunista; 1983: primera insurrección electoral exitosa de la oposición, la del PAN en Chihuahua; 1985: terremoto de la ciudad de México, "nacimiento" de la "sociedad civil"; 1988: fin de la hegemonía electoral del PRI, inicio de la competencia electoral no controlada por el gobierno; 1989: primera gubernatura ganada por un partido de oposición; 1993: firma del Tratado de Libre Comercio; 1994: El Año Terrible: magnicidios, rebelión chiapaneca, elecciones limpias, devaluación catastrófica; 1997: pérdida del PRI de la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y del gobierno de la ciudad de México. Desde luego hay fechas y actos más significativos que otros. En lo personal, prefiero mirar la historia como un proceso de cambios graduales, más que como una sucesión de saltos fundadores. Los grandes cambios históricos son, en realidad, una acumulación de pequeños cambios. La historia es como la yerba, decía Boris Pasternak: no se la ve crecer.
-De acuerdo, ¿pero no estamos urgidos de un referente incontrovertible?
-Sí, aunque la realidad es siempre más compleja que sus referentes incontrovertibles.
-¿No te parece que nuestra transición ha sido poco cuidadosa con las palabras? ¿A qué suena la transición mexicana?
-Es un facilismo analítico. Define algo que el usuario de esos términos no puede definir, algo de lo que se ignoran los rasgos específicos. Se está frente a hechos complejos que es imposible definir con precisión. Le llamamos entonces transición para entendernos, y cada quien entiende lo que quiere. Unos dicen que la transición empezó el 6 de julio pasado. Otros dicen que con las elecciones de 1988. Casi todos se refieren a la transición política. Pero si uno quiere ver completo el panorama, en mi opinión, hay que ir más allá, incluir todas las fechas y mirar los cambios en su amplitud histórica.
-¿Con qué momento compararías los cambios que vive el México actual?
-Con las reformas borbónicas del siglo XVIII. Aquellas reformas empezaron a mitad del siglo XVIII y se prolongaron hasta la guerra de Independencia de 1810, la cual en gran medida fue una revuelta contra esas reformas. Las reformas borbónicas ocupan un arco de 60 o 70 años. Según mis cuentas, las reformas de fin de siglo XX van a cumplir 30 el año entrante.
-Volviendo a la pregunta original: quería decir que nuestra transición suena a gritos, injurias, mentadas, eructos.
-Hay todo eso, y conviene señalarlo, pero no es lo fundamental.
-¿Y las imágenes? ¿A qué se parece nuestra 57 Legislatura?
-No se parece a sus pretensiones parlamentarias. Tampoco a sus discursos democráticos. Se parece a un forcejeo por el poder entre mayorías frágiles. En este caso, un forcejeo por el gobierno de la Cámara de Diputados. Manotazos aparte, lo que sucede en la Cámara es un buen ejemplo de la densidad y la continuidad de los cambios que está viviendo el país.
-¿Y a qué se parecen nuestras calles en la noche?
-Bueno, está destruida la antigua seguridad pública fundada en la impunidad, la corrupción y la ilegalidad sistemática con que suelen garantizar ese bien los regímenes autoritarios. Ahora tenemos una sociedad más democrática y un sistema de seguridad pública menos capaz de garantizar esa seguridad con apego al Estado de Derecho. Es uno de los cambios más inquietantes de la transición política: la pérdida neta de seguridad en medio de una ganancia neta de competencia democrática y libertades públicas. México es un país más democrático, pero más inseguro que antes. La seguridad pública se ha vuelto un problema de seguridad nacional.
-¿Y nuestras universidades?
-Las privadas se parecen cada día más a las fábricas de clase dirigente que deben ser las universidades. Las públicas siguen pareciéndose demasiado a sí mismas. Hay un problema de evaluación en las universidades públicas. Viven del dinero público, pero no tienen contralorías externas. No es sólo un problema mexicano. Sobre la evaluación de sus universidades públicas, los españoles dicen, en plan de chunga: "Si quieres leyes de caza, no hay que preguntarle sólo a los conejos." Pero ahí también puede medirse la magnitud de los cambios del país. En 1968, la UNAM atendía algo así como el 60 por ciento de la población universitaria de México. Hoy alberga creo que al 13 por ciento. La población universitaria se ha quintuplicado en estos 30 años.
-¿Ratificas que la prensa sigue siendo un instrumento muy deficiente de conocimiento de lo que está pasando?
-De conocimiento, y de comprensión. Pero ha sido y es un motor de la democratización de México. Es como esos futbolistas que cumplen su cometido con más garra que técnica. Me refiero, desde luego, a la prensa crítica y honesta. Hay todavía mucha prensa que no es sino de extorsión y difamación. Y muchos periodistas en los que la imputación falsa, la invención libre y la calumnia no son sólo una limitación profesional, sino un método de trabajo.
-¿Y los noticieros de televisión?
-Soy un adicto, pero siguen pareciendo noticieros de radio. Es más lo que oyes que lo que ves en ellos. Han mejorado mucho en libertad y cobertura. Han empeorado en morbo de nota roja. Pero ahí, en la televisión, se registra otro de los grandes cambios políticos del país: el inicio de la competencia en los medios masivos, el fin de la hegemonía de una televisión privada y la creciente libertad de noticieros y programas.
-¿Cómo imaginas a los medios masivos en la primera mitad de la próxima década? ¿Veintitantos periódicos en la ciudad de México? ¿Habrá un auge de publicaciones especializadas?
-Puedo imaginarme un mundo sin papel impreso.
-¿Cómo imaginas a la televisión, entonces?
-Un gigantesco supermercado audiovisual en la sala de cada casa.
-¿Qué tan atrás debe voltear una democracia? ¿Cuántos expedientes deben abrirse? ¿Cuántas comisiones de la Verdad deben crearse?
-Todas las que se quieran, pero en algún momento hay que ponerle fin a los ajustes de cuentas hacia atrás y empezar a ocuparse de lo que está adelante. No hay que confundir las comisiones de la Verdad con los tribunales de la historia.
-¿Qué tanto tiene que acelerar la transición mexicana? Recuerdo que los españoles hablaban de una velocidad extrema, de ir a gran velocidad hacia el cambio para evitar el fortalecimiento de las posiciones resistentes y sortear el tremendo peligro que hubiera representado hacer tabla rasa de todo lo pasado.
-Hacer tabla rasa del pasado es imposible. A la modernización política y económica mexicana le hace falta un trecho muy largo que andar. Sobre eso hemos señalado varios ejemplos en esta entrevista. Aunque prácticamente no hemos tocado el aspecto social, en donde falta, por lo menos, invertir la tendencia de la marginación y empezar a reducir los índices de pobreza absoluta. Ahora bien, yo creo que cuando las fuerzas políticas no tengan más que alegar en materia de las reglas que rigen su competencia, darán por terminado lo que llamamos "transición" y empezarán lo que el presidente Zedillo ha llamado la normalidad democrática del país.
-¿Qué tan lejos estamos de eso?
-Creo que estamos muy cerca, y lo aceleraría del todo la derrota del PRI en las elecciones del 2000. Supongo que ese es el punto final de arribo: que los actores políticos estén finalmente de acuerdo con las reglas básicas y las condiciones de competencia política imperantes. Lo que sigue es la competencia, el triunfo de unos, la derrota de otros, la alternancia, la disputa de los proyectos y las personas, la operación normal de un régimen democrático. Y que gane el peor.