La Jornada lunes 8 de diciembre de 1997

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

En materia de casinos, el nuevo secretario de Turismo podría ofrecer como experiencia exitosa el caso del centro clandestino de juegos que funcionó muy cerca de su oficina mientras él fue regente de la ciudad de México.

A Oscar Espinosa Villarreal le hubiera bastado llegar a la esquina noroeste del Zócalo, a un lado de la Catedral Metropolitana, para presenciar a plenitud la operación de un pequeño casino. Ahora, como secretario de Turismo, podría de cualquier manera pedir informes e integrar un amplio expediente, en previsión de algún foro de discusión que se abriera sobre el tema.

Ruleta, black jack y juegos de cartas son la especialidad del salón de apuestas que ha funcionado en Cinco de Mayo, casi esquina con Monte de Piedad, en un edificio que no tiene numeración a la vista pero está ubicado entre los números 59 y 63 de esa céntrica calle.

El edificio tiene dos cuerpos de arquitectura distinta y rótulos exteriores diferentes. En uno de ellos se lee ``Hotel Colonial Plaza'' y ``Rey Cortés, S.A.'', y se indica que estará en servicio en la primavera de 1998. Un pequeño letrero dice: ``Francisco Weichers, director responsable de la obra; Miguel Angel Rodríguez Vasconcelos, corresponsable de seguridad estructural. Licencia 02/06/0330/95/CAM. Registro: ORO.0083. Ampliación y Reparación''. En la fachada adjunta sólo hay otro pequeño letrero que dice : ``Fco. Weichers Leal, director responsable de la obra. Licencia 02/06/0635/93/CAM. Tipo: recimentación y reestructuración del edificio''.

Sin embargo, en su interior los dos edificios comparten un amplio módulo semicircular de cantera, aún sin terminar de construir, que previsiblemente servirá como área de recepción del negocio legal que allí se instalará. Afuera, un empleado particular de seguridad -con uniforme de colores verde y beige- vigila diariamente todo movimiento de entrada y salida, sin arma a la vista y con un radiocomunicador en la mano.

Cuando funcione, el hotel Colonial Plaza tendrá 110 habitaciones, un restaurante para 300 personas, salones de eventos y de convenciones, lobby bar y estacionamiento. Será de cuatro estrellas, ``clase especial''. La empresa Rey

Cortés, operadora de este lugar, también tiene el hotel Canadá, en la misma calle de 5 de mayo, cuyo propietario aparentemente sería un español llamado Pedro Alvarez.

Pero en tanto, los jueves, como el pasado 27 de noviembre, en que Astillero asistió a una sesión, se aprovecha parte de las instalaciones para ganar algún dinerillo extra. A partir de las 8 de la noche empieza el movimiento. Tres personas con chamarras oscuras, con un claro comportamiento policiaco, cuidan la entrada. En el arroyo de la calle hay jóvenes uniformados que ofrecen servicio de valet parking. Algunos de los que llegan (vehículos casi siempre del año, entre ellos Suburban, BMW y otros modelos de lujo) muestran, a manera de invitación o contraseña, impresos de unos 4 por 20 centímetros con los datos del lugar. De cualquier manera, basta preguntar ``¿Aquí es el casino?'', para que amablemente contesten que sí, franqueen el paso e indiquen el camino hacia el elevador que deberá parar en el tercer piso.

En el salón alfombrado donde se juega hay varias mesas con talladores de traje y corbata. Normalmente las apuestas van de los 100 a los 500 pesos. El ambiente es reposado y podría decirse que hasta familiar. No hay expresiones soeces ni indicios de que se ofrezcan sexo o drogas, sólo bebidas alcohólicas. Algunas parejas parecen tranquilos padres de familia de clase media alta sosegadamente entregados a la pasión oculta de los juegos de azar. Otros van en grupos de amigos. Casi todo mundo lleva traje y corbata, y algunas damas parecen vestidas para una cena formal.

En su mejor momento llegan a juntarse unas 150 personas. La vigilancia es discreta pero implacable. Todo aquel que parezca no encajar en el ambiente es amablemente interrogado para saber si se le puede ayudar en algo o si hay algún problema. Mediante esa insistente presencia se induce a quienes sólo observan, y no apuestan, para que dejen el salón.

El jueves recién pasado, 4 de diciembre, el discreto casino descansó, tal vez como muestra de solidaridad con la toma de protesta de Cuauhtémoc Cárdenas o como un obligado momento de respiro a la espera de que la Secretaría de Turismo convoque un buen día de estos a algún foro de análisis sobre el tema.

Ni quien lo dude: Oscar Espinosa Villarreal siempre ha sido un hombre con suerte, que no deja nada al azar, y que sabe moverse con éxito en la ruleta de la vida.

Astillas: Víctor Flores, diputado federal y dirigente del sindicato ferrocarrilero, fue acusado ante la delegación regional Cuauhtémoc de la procuraduría capitalina de justicia por los delitos de lesiones y amenazas presuntamente cometidos contra los jubilados Víctor Manuel Martínez Jácome, Guillermo Ruiz Salazar y Julio Rogelio Vélez Medrano, con cuyas declaraciones se inició la averiguación previa 07/12144/97/12. Los denunciantes fueron agredidos el pasado 2 por el propio Flores y sus guardaespaldas, cuando se realizaba una asamblea de jubilados en el local sindical de la calle Ponciano Arriaga 20, cerca del Monumento a la Revolución. Mientras hablaban los reunidos, criticando el abandono y las injusticias que padecen, arribó Flores con un grupo de personas, arrebató la palabra y habló falsamente de logros y conquistas. Como la asamblea le abucheaba y exigía respeto a los oradores, Flores y su gente decidieron aplicar castigos ejemplares golpeando a algunos de los impugnadores. Según el acta correspondiente, el líder Flores les dijo a los jubilados: ``Si vuelven a insistir en tomar la palabra, y en atacarme, los volveremos a golpear; por la buena o por la mala habrán de entender''. Los acompañantes de don Víctor eran más directos: ``Les vamos a romper la madre si no se aplacan, o vamos a perjudicarlos a ustedes o a sus familias''... El jueves de la recién pasada semana, la senadora independiente Irma Serrano armó un vergonzoso jaleo en el estacionamiento de la Cámara de Senadores, en Eje Central y Santa Veracruz. Sucede que con estruendo e insolencia la señora Serrano intentó dejar en ese lugar un cargamento de sacos de escombro que presuntamente habían salido del teatro Fru Fru. Los encargados del estacionamiento le señalaron a la legisladora que no podían permitir la descarga de ese material, lo que irritó a tal grado a la señora Serrano que sacó a relucir influencias y fueros aunque infructuosamente. Al final, dejó el escombro en la calle, a la salida del estacionamiento...

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