He leído con atención el cuestionario que amablemente me proporcionó la señorita Rosas la tarde de ayer. Era sencillo. No tardé ni media hora. Preguntas escuetas, aunque permítame decirlo, no muy bien escogidas. Inmediatamente después de colgarle a usted lo enviaré por fax a los números que me anotó la señorita Rosas.
No quisiera pasar por alto algunos comentarios; desinteresados, si me está permitido decirlo así, siendo que solicito una plaza de trabajo y por lo tanto quedar bien con ustedes parecería lo indicado.
No, no es que piense quedarles mal, ¿cómo cree? Nada más lejos de mis intenciones. Al contrario, mi deseo de colaboración es pleno, aun si no resulto seleccionado por ustedes para el puesto.
Mire, yo de política no sé gran cosa, pero tengo una duda. ¿Son de fiar los sicólogos que elaboran y, supongo, evalúan los cuestionarios de los solicitantes? No dudo de su capacidad profesional, por favor, doy por sentado que gente tan seria como ustedes sólo recurre a servicios profesionales de primera categoría. Pero mire, hay preguntas que, la verdad, ofenden.
Deje ponerle un ejemplo. La 18: ``¿Tiene una carrera terminada?''. (Espacio). ``¿Cuál?'' (Espacio).
¿Consideran ustedes que alguna carrera se termina alguna vez? A ver, usted, ¿ya considera terminada su carrera? Lo dudo. De ser así no estaría hablando conmigo, siendo que marqué el número particular del director de Area, o sea usted.
No. No. Disculpe, no quise ofender. Como expresé a la señorita Rosas, qué muchacha tan eficiente, qué buena imagen proyectan ustedes hacia el que llega, el que tímidamente toca a su puerta por primera ocasión, con la esperanza de ser considerado por gente tan prestigiosa como... Sí, perdón. Le decía que como expresé a la señorita Rosas, poseo un título, si a eso se refieren los sicólogos de su departamento de personal al hablar de ``carrera''. Aquí, ante mis ojos, junto a la cabecera, cuelga mi título, enmarcado. Si desea, lo descuelgo y llevo físicamente a sus oficinas. Lo otorga una universidad de prestigio, y se sorprendería, agradablemente, de ver quién es el rector que firma, de puño y letra, este diploma.
La señorita Rosas me hizo el honor de darme su confianza. Digo, por su manera de tratarme desde el primer momento. ¿O es así con todos? No lo creo. Esas cosas se sienten.
Yo sé que no tiene todo el día, debe resolver otros asuntos. En fin, al grano, la señorita Rosas me confió algunos problemas... delicados, que enfrentan ustedes, que para nada se reflejan en el cuestionario. Claro, no podía ser de otra forma.
Eso de la corrupción es tremendo. Debe ser un dolor de cabeza para ustedes. Me contó del abogado Alvarez. Qué pena. Caras vemos. Si, comparto su consternación. No necesita decirme. Yo, en su posición, me sentiría miserable. Pero más doloroso me resultó enterarme de lo de Pedroza con doña Delfina. A sus años. ¿Qué les dio valor?
¿Qué? ¿Teme tener intervenido el teléfono? Mi estimado señor, quién no. En esta ciudad la mitad de la gente vive de escuchar lo que hablamos por teléfono la otra mitad. Estadísticamente...
Ah, olvidaba mencionarle que la encantadora señorita Rosas también me comunicó, con todo detalle. Qué confianzas. Imagínese yo, ¿qué tal si yo hubiera sido inspector, auditor, o periodista? Estarían en aprietos. Me detalló ese molesto problemita contable del administrador Palazuelos. La suma no es despreciable. Eso de los contratos externos, siempre da problemas. Hay que estarse cuidando las espaldas, se lo digo yo.
Qué pasó, qué pasó. A poco nos vamos a llevar así. Tranquilícese. En mí tiene usted un amigo, garantizado.
La señorita Rosas, a quien acabé llamando Paty, me mostró más documentos que válgame la Virgen de los Remedios. Le sugerí que, para seguridad de todos, sacara fotocopias, y veo que así lo ha hecho. Ahora mismo me las está mostrando. Correcto. Gracias, Paty chula.
Dispense. Le decía acerca de su departamento sicológico. Yo no me fiaría de investigadores que preguntan por los antecedentes laborales y no se les ocurre, ni por asomo, indagar los antecedentes penales. Imagine nada más las alimañas que podrían. Y ustedes, rodeados por enemigos.
Independientemente de las evaluaciones que pudieran presentarle de las pobres, déjeme insistir, pobres cuestionarios, me siento en el deber de aconsejarle, por su propia seguridad, que piense cuidadosamente ora sí que a quién contrata para el cargo. Ustedes requieren de personal discreto, educado, leal y decidido. Gente de confianza. Gente como la señorita Rosa. Y como yo.
Disculpe si falto a las cortesías de la modestia, pero he aquí al hombre que necesitan. Ahora que conozco sus problemas, le expreso mi convicción de que conozco igualmente el remedio.
Bueno. No se diga más. ¿Cuándo nos vemos? Invíteme a desayunar. No, ahora mismo no puedo. Estoy ocupado. Pero mañana, sin falta. Indíqueme lugar y hora. Le dará gusto conocerme, se lo aseguro.
Entendido. Transmitiré sus saludos a Paty, descuide. Ella también le manda saludos. Que tenga usted buena tarde. Hasta mañana.
Ah, por cierto, ¿voy solo, o llevo a Paty?