Algunos estudios demuestran que en México el efecto invernadero está ya entre nosotros: en ciertas regiones hay cambios drásticos en el régimen de lluvias y el clima, mientras son evidentes las variaciones en la línea costera de algunos litorales. Todos estos fenómenos ocasionan serios desajustes en las actividades económicas y en la calidad de vida de la población. Las cosas serán más graves de no tomar medidas urgentes que tengan efecto en el corto, mediano y largo plazos. Sin embargo, parece que quienes diseñan las políticas relativas al ambiente, la economía, el uso de la energía y hasta la salud de la población, están más ocupados en convencernos de que vamos bien, que en diseñar estrategias para dejar un país menos pobre a las futuras generaciones.
Así, por ejemplo, no surten el efecto deseado las acciones para lograr el uso racional del suelo, en el cual se hallan no sólo los variados y ricos ecosistemas de México y se realiza la producción agropecuaria, sino también por ser origen y destino final de gases de invernadero. Por ello, la necesidad de un ordenamiento del suelo a fin de sortear variaciones climáticas que incidan en la capacidad de sostener cultivos agrícolas y hábitats naturales. La agricultura exige un tratamiento especial pues los cambios en la intensidad, la frecuencia y la distribución de las lluvias, el aumento de temperatura y los fenómenos extraordinarios, como los huracanes, afectan la producción y su entorno: desde la presencia de plagas, malas hierbas y enfermedades, hasta sequía extrema.
Y si la agricultura es básica, lo son también los bosques y las selvas, por ser origen de muchas materias primas, hábitat de numerosas especies, contribuir a la producción del agua y servir de contrapeso de los gases de invernadero.
Pero cada año se destruyen 600 mil hectáreas boscosas, mientras son insuficientes los programas de reforestación y las medidas para evitar la tala irracional y otras prácticas nocivas.
Para quienes se olvidaron de los huracanes (como el Gilberto), Paulina y Rick se encargaron de mostrar los graves daños que ocasionan en las áreas litorales y muchas más ubicadas tierra adentro. Agréguese a ello las inundaciones y la erosión. Pero en las costas aumentan sin la planeación requerida ni el mínimo ordenamiento territorial las actividades económicas, los ``desarrollos'' y macroproyectos turísticos, así como los asentamientos humanos, lo que augura futuros desastres. El ejemplo más patético ocurre en el corredor turístico Cancún-Tulum: a pesar de existir un decreto por el que se ordena y regula su crecimiento a fin de evitar daños a los recursos naturales, en la realidad sucede todo lo contrario debido a la voracidad de los inversionistas, la carencia de cuadros administrativos y técnicos y por la complicidad, negligencia y corrupción de las autoridades locales, estatales y federales encargadas de garantizar el desarrollo urbano y la conservación del ambiente.
Sin duda, las variaciones climáticas afectan en México las fuentes de abastecimiento de agua mientras las tareas para garantizar tan vital elemento son tibias y no bastan para disminuir su contaminación, el azolve de las cuencas hidrográficas, de lagos y presas; ni para conservar la salud de los ecosistemas que dan lugar al nacimiento de manantiales y a la recarga de acuíferos. Sigue el derroche. Como también ocurre en el sector energético, la mayor fuente de emisiones de CO2, el más importante de los gases de invernadero. Seguimos fincando nuestro porvenir en el petróleo, ignorando las posibilidades de otras fuentes renovables y menos contaminantes.
A la agenda de pendientes brevemente señalada, se agrega la necesidad de revisar a fondo los proyectos de construcción de edificios, unidades habitacionales y fábricas, a fin de utilizar materiales más adecuados y sistemas de aire acondicionado y calefacción con base en la energía solar. Igualmente, establecer programas sanitarios que eviten enfermedades por la contaminación del agua y el aire.
Seguramente, nuestras autoridades trabajan en todos estos aspectos. Pero lo que realizan lo ocultan, seguramente para no ser víctimas de algún asalto. Así, la población no se entera ni es llamada a participar en tareas que, como demuestra la experiencia, el gobierno solo no puede llevar a cabo. Por ello, urge que las dependencias oficiales involucradas con los riesgos que conlleva el calentamiento de la Tierra y el cambio climático, ofrezcan información precisa y oportuna sobre lo que nos espera si todos no participamos activamente para evitar mayores daños de los que ya sufre el país.