La Jornada 8 de diciembre de 1997

VOLTERETA A MARIO DEL OLMO

Rafaelillo Ť Eloy Cavazos, figura singular de la pobre baraja taurina mexicana, sumó cuatro orejas a la larga relación de éxitos que su tenacidad ha consumado. No se esforzó de más ni modificó el trazo perfilero de su quehacer: más bien su voluntad por agradar, que no coincide con la calidad, y su pulcritud al templar las suaves acometidas de sus enemigos --escogidos siempre entre un puñado de ganaderías--, provocaron lo que busca: los gritos estentóreos --aun cuando falta emoción plena--, y la consabida salida en volandas. Claro, como casi siempre, los cornúpetas que le tocaron en suerte extremaron su nobleza a falta de bravura. En general, los de Arroyo Zarco fueron lo que en España se conoce como perritoros, incapaces de perfilar cornadas y con una movilidad como de cuerda. Por cierto, el imán cavacista en las taquillas no se reflejó esta tarde: ni el numerado se llenó.

Pregonero, el segundo, negro listón meano con 490 kilos, fue abanto y débil como todos sus hermanos. Eso sí: metía bien la cabeza y se dejaba seducir por el engaño. Eloy no tuvo problemas para correr la mano ligando los muletazos hondos, cargando en la suerte, con otros menos expuestos llevando la franela muy atrasada y suprimiendo así un tiempo a cada pase. De tanto adornarse --los molinetes y la regiomontana no podían faltar-- resultó desarmado, pese a la flojedad del bicho. Con la izquierda debemos apuntar dos suaves naturales. Mató con su habilidad habitual y dejó tres cuartos de acero en excelente sitio. Rodó el toro y cayeron las dos primeras orejitas gracias a la extrema generosidad del usía Enrique Braun.

El cuarto, Pilaruco, negro entrepelado con 482 kilos, tuvo menos recorrido y, por tanto, menos riesgos. Cavazos hizo lo suyo: acortó distancias --a toro parado-- y metiéndose entre los pitones extrajo algunos medios derechazos sin descomponer la figura. Ello fue suficiente para entusiasmar a los neófitos, aunque el trasteo careciera de profundidad. El diestro, eso sí, desdeñó al molesto vientecillo y cobró otra gran estocada, igualando con prontitud. Y se le concedieron, injustificadamente, dos apéndices más. Los trofeos se abarataron: repásese lo reseñado para confirmarlo.

Mario del Olmo, presentado como una esperanza, vio salir primero a un inválido, Director, con 460 kilos, que fue devuelto a los corrales y sustituido por Ladrillero, castaño bragado con 480 kilos, que descubrió en dos ocasiones al espada, quien le adelantó la pañosa sufriendo una aparatosa voltereta que milagrosamente no fue de consecuencias. El chaval adelantó la suerte en varias ocasiones a falta de acoplamiento. Media desprendida, aviso y descabello. Le llamaron al tercio. Con el quinto, Galán, castaño bragado con 518 kilos, Del Olmo tampoco estuvo a la altura del pastueño morito que parecía embestir en redondo. El toro fue a más, dejándose torear a pesar de la ausencia de mando del coleta. Gracias a ello, el muchacho cuajó una faenita apurada. Tres cuartos de acero en buen sitio y una oreja navideña. ¡Y al final del festejo, más bien un festival, equivocándolo, lo alzaron en hombros!

Vicente Barrera, quien confirmó su alternativa española, mostró su elegante trazo ante Dieguín, chorreado en verdugo con 498 kilos. Dio la impresión, al principio, de no acertar a tomarle la distancia al enemigo, si bien erguido y con la diestra muy baja logró algunas estimables series de derechazos. El morito rodó constantemente por la arena --como todos los del encierro-- y no transmitió emotividad alguna. Media estocada en buen sitio y la rutinaria concesión de una benévola oreja. Con el sexto, Querido Amigo, negro entrepelado con 495 kilos, el hispano tampoco logró adaptarse del todo, ahogando al bovino; sin entenderlo, se limitó a ejecutar algunos aislados pases de buena factura --sobre todo con la derecha-- y nada más. Dos pinchazos y media estocada. No hubo trofeo, por fortuna.

Así culminó, sin emocione plenas, la ``corrida'' número 800 en la historia de un coso devaluado hoy por la manga ancha de un juez complaciente y la anuencia de un público --no todo-- superficial y torerista.