Al mencionar La muerte de Marat, lo primero que suele venir a la memoria es el cuadro de Jacobo Luis David. Es una de sus mejores obras y aquí fue glosada por Arnold Belkin en más de tres ocasiones, se diría que con acierto. No obstante a los mexicanos, conocedores o no, nos concierne más otra pintura con el mismo tema cuyo autor es Santiago Rebull (1829-1902). La tercera edición del libro de Justino Fernández sobre el arte del siglo XIX en México (Instituto de Investigaciones Estéticas, 1983) trae en la camisa el detalle del torso de Marat. He escuchado decir que Rebull lo representó con facciones de mulato y ahora que pude volver a observar el original en la casa subastadora Christie's, de Nueva York, me di cuenta de que algo hay de eso. La historia tiene que ver con su postura conservadora y antijuarista. El es autor del bello retrato de Maximiliano que se encuentra en Miramar (el del Castillo de Chapultepec es copia) y de otras obras hechas por encargo del emperador. Rebull fue casi contemporáneo de José Salomé Pina (1830-1909), pero éste a mi parecer más que excelente pintor era estupendo maestro. Desde mi punto de vista la obra primera de Rebull es el cuadro que ahora comento, pese a sus discretas dimensiones (59 x 66). Es su tono intimista antiheroico lo que lo hace atractivo.
La primera vez que se exhibió fue en 1875 en la Academia de San Carlos. Obtuvo buenos comentarios críticos, ``una de las mejores composiciones que han brotado del pincel mexicano'', dijo entonces el pintor y artwriter Felipe Gutiérrez. Incluso José Martí lo comentó: ``este cuadrito es una perla... (Rebull) dio belleza artística a un torso de fiera... él (Marat) es terrible, como la facción que encarna. Honraríase un museo de Europa con un cuadro como éste''.
Pues bien, no se vendió el cuadro el día de la subasta, cuya primera sesión tuvo lugar el pasado lunes 24 de noviembre. Fue retirado en 95 mil dólares. Todas las obras a subastarse pudieran observarse durante tres días consecutivos. Yo tenía la certeza de que habría de suscitarse una puja consistente con esta pintura, cosa que de ninguna manera sucedió y quizá sea una ventaja, pues debiera pertenecer a las colecciones nacionales e idealmente ubicarse en el Munal donde ya se ha exhibido. No es la primera vez que se subasta. En mayo de 1984, Sotheby's lo ofreció y tal vez fue en aquella ocasión cuando pasó a manos de la familia Requena (antiguos poseedores de la casa y colección art nouveau en la colonia Santa María, ahora en Chihuahua).
Pese a la importancia histórico-artística que posee, los estimados no parecían altos: entre 125 mil y 175 mil dólares. Comparemos: en 130 mil dólares a precio de martillo se vendió un cuadro del cubano Mario Carreño fechado en 1947, grato, pero no notable y en 140 mil un sencillo óleo de Candido Portinari, representando a una mujer vestida de blanco sobre fondo despojado de cualquier elemento. Un mediocre cuadro apaesado de Lasar Segall (1891-1957) artista lituano que se exilió en Brasil desde joven, alcanzó la cifra de 650 mil dólares. No es que no me guste su pintura, lo que no me agrada es ese cuadro en lo particular, como tampoco los del argentino Antonio Berni (el autor de las historias sobre Juanito Laguna, portadoras de mensaje social, cosa loable que no alcanza a redimirlas desde el ángulo artístico). Estas alcanzaron precios por encima de los estimados en ambas casa subastadoras, pese a que el de Sotheby's, Ramona espera (1962) es feo y mal hecho, aunque tiene el mérito de ser precursor del horrorosismo pictórico. Ostenta una enorme corcholata de pepsi cola adherida al extremo superior derecho y tal cosa pudo contribuir a aumentar su valor, al menos así lo entiendo, porque con este cuadro que para colmo se ve frágil y es estorboso en extremo, sí hubo puja, y fuerte.
Volviendo al Marat de Rebull, está pintado si no con pasión, sí con evidente cuidado, regodeo pictórico, soltura, romanticismo y desvío de la academia convencional de la época, que privilegiaba por entonces las corrientes indigenistas con obras célebres como El senador de Tlaxcala, de Rodrigo Gutiérrez (1848-1903) o como el famoso Descubrimiento del pulque, de José Obregón, que reconstruyen ambientes neoclásicos adaptados a escenarios ``prehispánicos''.
En el cuadro que comento hay un solo rasgo reminiscente de su ilustre precursos (el marat de David), es el lienzo rojo que semisostiene encima de la tina los papeles desparramados. El interior donde Marat recibe la puñalada de Carlota Corday, viste de perfil al centro de la composición es, por sus detalles, una delicia para observar. Las mujeres a punto de entrar al recinto son deudores de Daunier. ¿Se podría hacer colecta para adquirir ese cuadro? Las autoridades dirán. Y los ``patronatos'' también.