Ganar la sociedad, reto de la izquierda italiana
Ugo Pipitone Ť Massimo D'Alema es, sin duda, uno de los mayores artífices de la victoria electoral del 21 de abril del año pasado que, por primera vez en medio siglo de vida republicana, condujo a la izquierda al gobierno de Italia: 48 años y un largo historial político al interior del desaparecido Partido Comunista Italiano (PCI). Desde hace 41 meses es secretario del Partido Democrático de la Izquierda (heredero del antiguo PCI) y desde el año pasado vicepresidente de la Internacional Socialista.
Pocos dudarían en su país en señalarlo como el hombre político italiano más sobresaliente de este fin de siglo. A comienzos de 1997 fue elegido presidente de la comisión parlamentaria para las reformas constitucionales en un país plagado por una crónica inestabilidad gubernamental. El carisma suave de una inteligencia dialogante y sus virtudes de conciliador son las características más obvias del personaje. Estuvo en México para asistir a la toma de posesión de Cuauhtémoc Cárdenas como jefe de gobierno del Distrito Federal. He aquí la entrevista con La Jornada.
-¿Es correcto sostener que con el PDI ha nacido un proyecto de cultura política de nuevo tipo para la izquierda italiana?
-Cuando se sostiene que algo nuevo ha nacido hay que entender esto en un sentido relativo. No habría sido posible el surgimiento del PDI sin tener atrás la experiencia eurocomunista y la historia original del comunismo italiano; sin el pensamiento de Gramsci y de Berlinguer. No hay que perder de vista los elementos profundos de continuidad. Pero hay también un elemento de novedad, que reside en la voluntad del PDI de ser punto de encuentro entre culturas diversas. La heterogeneidad y cierto sincretismo cultural son necesarios. En los momentos de tránsito, de formación de una nueva cultura, el sincretismo es inevitable. Incluso el pensamiento de Marx nace de una gran operación de sincretismo. Entre los ingredientes de esta nueva cultura están, además del pensamiento crítico de la izquierda, de inspiración marxista; el pensamiento religioso; el pensamiento liberal más atento a los derechos individuales, entendidos también como derechos sociales; el ambientalismo como nuevo, extraordinario, filón de crítica de la modernidad y del progreso; el feminismo, que ha puesto en crisis nuestras antiguas ideas de igualdad. El discurso sería muy largo.
--Años atrás el economista Claudio Napoleoni hablaba del reto de pensar en salidas viables del capitalismo. ¿Es todavía realista o deseable esta prospectiva?
--Puestas las cosas así, se corre el riesgo de la abstracción. Yo me contento con la idea que la actual formación social y económica capitalista no sea el final de la historia. Yo no creo en el fin de la historia. Sin embargo, a esta ideología no se contesta poniendo en campo un finalismo construido sobre la idea de una abstracta sociedad futura. Como si se saliera de un cuarto para entrar a otro ya predispuesto. Necesitamos redescubrir el sentido de una ininterrumpida acción crítica. Yo veo el socialismo contemporáneo, más que como una sociedad ``otra'', como el desarrollo de un movimiento real que desarrolla una crítica de las contradicciones, las injusticias de la sociedad contemporánea y que se esfuerza en poner remedios a través de una acción reformista y de una batalla democrática. Y pienso que ésta es una idea muy de Marx y poco de la tradición marxista.
--En los últimos años los éxitos de la izquierda en Italia tal vez se debieron más a la habilidad táctica del PDI que a un desplazamiento a la izquierda de la cultura política del país. ¿Es esto cierto?
--Nuestros éxitos desde 1994 hasta hoy se deben a la construcción de una gran alianza de centro izquierda (conocida como Ulivo) que culmina en la victoria electoral del 21 de abril del año pasado. Hemos iniciado una política muy abierta, libre de prejuicios y, obviamente, arriesgada. Pero el problema que usted pone existe. El día después de las elecciones yo dije: hemos ganado en la política, pero no hemos ganado en la sociedad. Sería un error no darnos cuenta que la derecha constituye una mayoría en nuestro país. Incluso si es una mayoría incapaz de sumarse alrededor de un proyecto de gobierno. Pero hemos comenzado una obra reformadora en la estabilidad que está ampliando el consenso social alrededor del actual gobierno de centro-izquierda. Y esto es evidente si se piensa en los resultados de las recientes elecciones municipales.
--Sin embargo, hasta ahora el gobierno italiano sostenido por el PDI no ha dado resultados positivos en el frente de la reducción del desempleo. ¿En qué estrategias es posible pensar para el futuro?
--Este es un problema muy complejo y de dimensiones europeas. Nosostros estamos comprometidos a cambiar el eje en que avanza la integración europea. En este terreno, la idea más audaz fue aquélla sugerida por Jacques Delors, que yo apoyo. La idea de incluir entre los criterios de convergencia la reducción, entre ciertos límites, de la tasa de desempleo. Esta habría sido la opción más valiente, pero es tan audaz que no convence ni a los socialistas.
En Italia hemos tomado grandes decisiones. En primer lugar, la ley de reducción del horario de trabajo a 35 horas, que incentiva a las empresas que cumplan con este objetivo para el 2000, y el relanzamiento de una acción pública hacia el sur del país. Hay una nueva filosofía de la acción pública que ya no es la de la intervención industrial directa. Pero tampoco implica una renuncia a la acción del Estado. Estamos recorriendo el camino hacia nuevas políticas de crédito, de los servicios, de la formación profesional. Además, tenemos un plan de empleo de jóvenes desempleados en trabajos de utilidad pública que para el año que viene empleará a 100 mil personas. No hay recetas seguras y ya no existe un paralelismo entre crecimiento económico y crecimiento del empleo. Tenemos que proceder en forma experimental.
--¿No tiene la impresión que la izquierda europea está viajando contracorriente en el tiempo, en el sentido de que o sabrá derrotar al desempleo o será derrotada por él?
--No lo sé, porque las cosas nunca son tan radicales. La izquierda, bien o mal, representa el mundo del trabajo y no el mundo del desempleo.
--Pero ése es un límite de la izquierda.
--Ciertamente, pero estamos a menudo condicionados por un bloque social que tiende a defender conquistas que respresentan un privilegio respecto a los más marginales. A menudo la izquieda no representa en Italia las capas más marginales. Pero esto no significa que el tema del desempleo no sea el gran desafío del futuro. Tenemos que inventar nuevos trabajos en los servicios, en actividades intelectuales, en los servicios a las personas y tenemos que redistribuir el trabajo existente o nos dirigiremos hacia una sociedad dividida en dos. Este problema tampoco está resuelto en el modelo estadunidense, donde se difunde la figura de un trabajador subproletario, o sea, precario y con salarios inferiores a los subsidios de desempleo en Alemania. El modelo estadunidense también produce una sociedad dualista. El gran problema del futuro consiste en evitar una fractura de las sociedades. Un riesgo presente en Europa tanto como en Estados Unidos.
--Pasemos a otros temas. ¿Qué conoce de México y que impresión tiene de este país?
--No puedo decir que conozco México; vine 19 años atrás, pero como turista después del Festival de la Juventud Mundial de Cuba. México es un país verdaderamente importante. Una fuerza de oposición como el PRD, que representa una parte tan importante de la izquierda mexicana, se enfrenta hoy al desafío de gobernar y es ésta una novedad que nos interesa y nos estimula. Yo soy vicepresidente de la Internacional Socialista y pienso que como vicepresidente italiano me tengo que ocupar del Mediterráneo y de América Latina. Estas son nuestras directrices naturales. Nos hemos ocupado de Argentina y hemos trabajado para favorecer la unidad de las fuerzas de oposición. La experiencia del Ulivo ha suscitado interés en Argentina y se ha tenido en cuenta en la formación de la alianza opositora entre Frepaso y Unión Cívica Radical.
--Tengo que hacerle unas preguntas finales que están a medio camino entre la curiosidad morbosa y un psicoanálisis ingenuo. He aquí la primera: ¿qué quisiera hacer si en algún momento de su vida decidiera abandonar la política?
--La vuelta al mundo en velero. Sí, esto haría. Y me gustaría escribir durante el viaje.
--¿Su novelista preferido?
--En los últimos años diría Ian McEwan, un escritor escocés muy estimulante. Yo leo muchas novelas, dos o tres a la semana. Antes de venir a México leí todo aquello que podía encontrarse en italiano, que no es mucho, de Carlos Fuentes. Encontré algunos libros que no conocía y recibí una impresión muy fuerte por su espesor estilístico y la extraordinaria elegancia narrativa. La muerte de Artemio Cruz es un libro de notable potencia narrativa. Aura también me asombró mucho por la finura psicológica.
--Una pregunta casi indecente: ¿Calvino o Moravia?
--Calvino.
--¿Cuál es el político europeo del pasado que más aprecia?
--Yo he sido secretario nacional de la Juventud Comunista italiana cuando Berlinguer era secretario nacional del partido. Mi formación política, intelectual y humana está fuertemente ligada a Berlinguer.
--Usted estudió filosofía en la Universidad de Pisa. ¿Qué filósofo le ha dejado un signo más fuerte en el tiempo?
--Está claro que yo estudié a Marx. Pero el pensador que para nosotros ha pesado más, aunque no podría definirse un filósofo, fue Gramsci. Hay en su obra una mina extraordinaria, en parte inexplorada, de instrumentos de análisis de la modernidad. Es como un almacén de utensilios que se encuentran desordenados por las condiciones en que tuvo que trabajar. A mi juicio, el otro gran pensador italiano que raramente ha sido estudiado fuera de su poesía es Giacomo Leopardi. Yo diría que, en la línea Leopardi, Gramsci está la parte más moderna del pensamiento italiano.