Hay dos tipos de electores que en la ciudad de México votaron por Cuauhtémoc Cárdenas:
a) Quienes consideran al nuevo jefe de gobierno del DF un héroe ciudadano por su gesta cívica iniciada en 1987 y que requirió diez años para lograr una parcela importante del poder público, el gobierno capitalino.
b) Quienes no son cardenistas ni necesariamente perredistas, pero vieron en él la posibilidad de cambios sustantivos y quizá hubieran votado por el PAN o por el PRI si sus candidatos hubieran sido otros y no los postulados.
Los electores del primer inciso --una porción minoritaria del conjunto ciudadano que hizo triunfar al nuevo jefe de gobierno-- forman el voto duro cardenista (más que perredista), son incondicionales de Cárdenas y poco les importa cómo gobernará la capital de la República. Haga lo que haga, ellos ya tienen su veredicto --obviamente favorable-- sobre el gobierno cardenista y sólo esperan el cumplimiento de los tiempos para empujar su candidatura a la Presidencia, un fantasma que acompañará irremediablemente a Cárdenas durante su gestión. Para ellos, México tiene una gran deuda con Cárdenas porque fue su tenacidad la que impulsó el tramo final del largo camino que los mexicanos han debido transitar para lograr un juego electoral democrático que, incipiente y todo, exhibe un costal colmado de buenas cosas para el porvenir.
Los electores del segundo inciso --el segmento mayoritario de su votación-- le exigirán reiteradamente a Cárdenas resultados que vayan concretando sus esperanzas, y si éstas no son satisfechas en forma importante, le retirarán su apoyo y no le darán otra vez su voto al PRD en 2000. Baste para acreditar la existencia de ese electorado el hecho de que en el primer trimestre de 1997 las preferencias capitalinas favorecían al PAN. Recuérdese que las tendencias comenzaron a cambiar cuando se conocieron los nombres de los candidatos.
Dicho de otro modo, Cuauhtémoc Cárdenas no tiene un cheque en blanco ni mucho menos, excepto de una porción minoritaria de quienes lo eligieron. Deberá probar una y otra vez que sus electores acertaron al sufragar por él. Si bien puede ser ésta una exigencia incómoda para el jefe de gobierno, es muy probable que le resulte útil porque lo obligará a no descansar en la realización de sus espléndidas intenciones y a no perder tiempo en pensar o preparar una eventual candidatura presidencial en 2000 que --dicho sea de paso-- es una aspiración legítima del nuevo jefe de gobierno del DF, independientemente de que la postulación se dé o no.
Siendo útil la previsible exigencia a Cárdenas, será bueno no regatearle a éste los méritos que le corresponden en el avance democrático mexicano. Esta democracia nuestra --todavía incipiente, todavía prendida con alfileres-- difícilmente sería tal sin los diez años de tarea ardua, ininterrumpida, tenaz de Cuauhtémoc Cárdenas. No es que haya sido el único, pero sí un actor principal en la lucha que ha puesto en postración al régimen de partido de Estado. Otro de los actores ha sido, pese a haber acudido a las armas --y por eso mismo--, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. No son los únicos actores, no, pero sería una mezquindad negar la deuda que la democracia mexicana tiene con Cárdenas y con el EZLN, aun cuando sus caminos hayan sido divergentes.
En cuanto a la candidatura presidencial, el nuevo jefe de gobierno ha dicho reiteradamente que su compromiso es su puesto actual y nada más. Es una actitud congruente e inteligente, incluso de cara al 2000. Lo único que Cárdenas debe hacer para obtener la postulación y pelear con muchas probabilidades la Presidencia, es gobernar bien el DF. Si trabaja con tanta tenacidad en el Zócalo como lo ha hecho a lo largo del país durante diez años y logra resultados decorosos, todo lo demás --para decirlo con palabras evangélicas-- se le dará por añadidura.
Muchos integrantes del equipo del nuevo gobernador del Distrito Federal --entre ellos Rosario Robles Berlanga, Samuel del Villar, Jorge Martínez Almaraz y Jenny Saltiel Cohen-- han sido criticados por su falta de experiencia gubernamental. En estos tiempos de transición y en este caso concreto, esa inexperiencia reconforta y genera esperanzas. Porque, salvo las excepciones forzosas, la experiencia gubernamental capitalina se ha identificado con la corrupción, la ineficiencia y la represión.