Es una opinión muy generalizada (yo la comparto) que se escribe --o por lo menos se debería escribir-- para ofrecer a otros algo que el autor o la autora encuentran muy importante; a veces, el placer de contar una historia se superpone a cualquier otra cosa y de ello tenemos muchos y variados ejemplos: aun así, la historia narrada o los personajes, o ambos, son tan entrañables para el escritor que establecen esa misma empatía con su público. La primera obra de cualquiera, así tenga múltiples defectos, se escribe casi porque no se tiene más remedio, por una urgencia de comunicación; no es por nada que el riesgo de la carga autobiográfica esté siempre presente en la opera prima. La necesidad de la escritura debe cubrir esa premisa de la convicción de que hablaba Claudel (y que tiene su versión moderna en esa extraordinaria lección de la ética en la creación que es Balas sobre Nueva York, de Woody Allen, que debería ser exhibida en cualquier curso de dramaturgia).
El teatro es históricamente el lugar exacto para que un autor exprese algo que le es muy importante. Por otra parte, los ciclos de Teatro Clandestino que, con sus altas y sus bajas, organiza Casa de Teatro se proyectaron para que diversos teatristas elaboraran un teatro de emergencia que fuera réplica inmediata a algún problema político y social de la actualidad mexicana. Por eso sorprende la programación de un texto como Somos diferentes dentro del nuevo ciclo dedicado a obras primerizas. El autor, L.F. Kormin, es un ingeniero químico no joven. Hago la aclaración de que no pienso que las personas de cierta edad seamos por ello más sabias o inteligentes, pero es un hecho que hemos acumulado bastantes experiencias, propias y vividas o ajenas y presenciadas. Entonces, se esperaba que una obra acerca de la pareja --tema tratado sobre todo por autores jóvenes-- tuviera un nuevo enfoque, así fuera generacional, al ser encarado por un autor primerizo de mediana edad.
Y sí, tiene ese enfoque aunque muy disfrazado por los avatares, tanto hetero como bisexuales, de cuatro desagradables personajes que se relacionan para utilizarse de la peor manera. La tesis del ingeniero químico Kormin consiste en que la diferencia de géneros estriba en que ``ellas dan sexo para tener amor y ellos dan amor para tener sexo'', con lo que elimina de una plumada la innegable capacidad amorosa de los valores y la posibilidad de disfrute erótico de las mujeres que espléndidas generaciones posteriores a la mía han reivindicado con sobrada razón. El endeble texto, tan alejado de los propósitos iniciales de Teatro Clandestino (y que deberían ser revisados en las siguientes ediciones) logra cierto ritmo y gracia en manos del director Ignacio Escárcega --quien de plano se vuelca hacia las señas sexuales, maliciosas, algo obscenas-- y de su entusiasta grupo de actores.
Mucho más cercana a la idea de estos ciclos resulta Sol blanco, de Antonio Zúñiga. El incipiente dramaturgo es un excelente actor del grupo dirigido por Octavio Trías, que en su natal Ciudad Juárez ganó en comodato el teatro del IMSS, en donde se estrenó esta obra, traída a Casa de Teatro que la presentó con una extraña ausencia de público. El texto de Zúñiga, que yo ya conocía por lectura, es excesivamente tremendista y presenta todavía muchas carencias de oficio, sobre todo en los diálogos sumamente repetitivos y algunas veces ociosos --amén de esos monólogos sin justificación dramática-- lo que retrasa y entorpece la acción. A pesar de ello y de cualesquiera otros defectos que se le adviertan en el trazo de personajes, campea por toda la obra un genuino interés por describir situaciones que por desgracia se dan en el lugar de origen del autor. Octavio Trías dirige a su grupo de Ciudad Juárez --Gabriela Beltrán, Eréndida Astivia, José Gómez y Marco Antonio García, mejor las actrices que los actores-- y saca adelante el texto. Se le podrían reprochar esas inmensas pausas (¿por qué tantos directores están cayendo en eso, que elimina ritmo e intensidad?), o el trazo excesivamente frontal --que justifica en parte con el manejo de una televisión que se supone en la cuarta pared-- pero en general su trabajo, realizado en una escenografía que también se le debe resulta limpio y al servicio del texto.
Me pregunto, en estos momentos en que ocurren tantas cosas para bien y para mal en nuestro país, la razón de que se esté eliminando, con textos como Somos diferentes uno de los espacios de teatro político serio que teníamos en la capital