Francisco Pérez Arce
La política laboral en dos piernas

El problema laboral de la ciudad de México se ha discutido parcialmente. El hecho, preocupante, de que el 50 por ciento de la población empleada se ubique en el sector informal ha hecho que la atención se concentre en este aspecto. Dentro del universo del sector informal, los vendedores ambulantes (el despectivamente llamado ambulantaje) representan la mayoría y tienen una presencia notable. En el periodo de las fiestas decembrinas su número aumenta, parecen extenderse incontroladamente, y se desata la disputa por los espacios en vías públicas. Esta realidad visible ha hecho que tanto en la agenda gubernamental como en la percepción ciudadana sea un asunto prioritario que requiere de un tratamiento especial y urgente.

Que el tema de los vendedores ambulantes ocupe un lugar prioritario no es criticable; la ciudad así lo exige. Pero ello no debe encandilar al grado de que se vea la parte ignorando el todo y que, en consecuencia, se descuide el otro hemisferio del mismo problema laboral: el de los trabajadores del sector formal. No se puede enfrentar exitosamente uno de los hemisferios desatendiendo el otro. El problema laboral tiene que verse en su conjunto y como un problema único y complejo, y debe enfrentarse con una política apoyada en las dos piernas.

El crecimiento explosivo del sector informal es consecuencia no sólo de la crisis de los años recientes, sino de muchos años de una política salarial restrictiva. Quienes acuden al comercio ambulante lo hacen no sólo por falta de oportunidades de empleo en el sector formal, sino también por los salarios y las condiciones de trabajo que ahí se ofrecen. Se acude al sector informal porque el formal no ofrece ventajas atractivas. Más allá del salario deprimido, está la falta de seguridad en el empleo, la visión de un futuro estancado en cuanto a prestaciones y calidad de vida.

En una amplia franja de la población trabajadora no hay la visión de un futuro de seguridad laboral y progreso económico. No existe la expectativa de una mejoría en la calidad de su vida ni en la de sus hijos. Su empleo se hace precario. El salario es insuficiente, y el despido, una posibilidad con alta probabilidad de que suceda. Esta percepción sustentada en la realidad ha alimentado el proceso de descomposición social que nuestro país, y especialmente las grandes ciudades, ha vivido en los últimos años.

La sociedad ha aprendido que buscar la recuperación económica sacrificando al sector más explotado produce una polarización que acaba por romper el tejido social. ¿Quién puede tener como su aspiración vital vivir ``honradamente'' como trabajador si a cambio se le ofrece un salario mínimo y un futuro incierto? La expectativa que la sociedad ofrece a su población mayoritaria es inaceptable. La política económica sostenida durante muchos años ha roto el tejido social. El tejido roto es campo propicio para que se desarrollen la criminalidad, la drogadicción y la abulia social.

Ante el desempleo o el empleo precario, lo mejor que nos puede pasar es que crezcan actividades lícitas como el comercio ambulante y otras actividades informales. El trato a este sector debe poner en primer término que se trata de eso, de actividades legales, cuya regulación se busca en beneficio colectivo. Pero no basta; lo que hay que resolver no es sólo el efecto sino la causa; no sólo hay que tratar el síntoma sino curar la enfermedad.

En esta hora de cambios profundos en la vida de la ciudad de México, sería deseable un cambio sustancial en la política laboral. En algunos de sus aspectos, el DDF simplemente no tenía una política; en otros cuenta con un aparato en donde domina la corrupción o, en el mejor de los casos, la inercia burocrática. Hace falta una política imaginativa en la promoción del empleo y la capacitación. Hace falta manifestar la decisión política de evitar la precarización del empleo, de hacer respetar las leyes y de procurar una justicia expedita, de respetar la democracia y la independencia sindical, de evitar la simulación, de erradicar complicidades y decisiones complacientes. Hace falta una política laboral audaz.