Existen acontecimientos sociales que por su gravedad debieran mover la conciencia de todos los que de ellos podemos enterarnos, mas por la velocidad vertiginosa con que se van presentando se convierten en algo cotidiano, casi normal. En estos casos los potenciales lectores los buscamos más para constatar que nada ha cambiado porque esos sucesos siguen ahí, como un ejemplo de la irracionalidad con que ciertos grupos se aferran al poder, aun en contra de la voluntad de quienes pretenden representar. La violencia en Chiapas es uno de ellos.
En las páginas de La Jornada se han documentado hasta la saciedad las atrocidades que las guardías blancas, los escuadrones de la muerte y los grupos paramilitares han venido cometiendo desde hace años en contra de la población civil sospechosa de apoyar las causas del zapatismo, o simplemente de no ser priísta. En los testimonios de los afectados ha quedado claro que esto sucede con la complacencia y el apoyo de los grupos gobernantes que deberían velar la vigencia del Estado de derecho y, por tanto, combatirlos. Sólo que la documentación de estos sucesos en lugar de servir para mover a las autoridades a combatir a tales delincuentes y castigarlos por sus crímenes, ha servido para acusar al diario de estar promoviendo la violencia.
Afortunadamente ya no es sólo este medio de comunicación el que se ocupa de estos temas. En la noche del domingo 7 de diciembre, el periodista Ricardo Rocha presentó en la televisión un largo documental acerca de la violencia en que se desarrolla la vida de los indígenas de los Altos de Chiapas que, las debidas proporciones guardadas, no es muy distinta a la que se vive en otras regiones indígenas del país, aunque hasta ahora no hayan llamado la atención de muchos medios de información.
El periodista en mención fue al lugar de los hechos para constatar cómo viven los desplazados por la violencia. En los testimonios que presentó, los entrevistados insisten una y otra vez en señalar como promotores de la violencia a los priístas, con lo cual se constata la estrecha relación que existe entre los grupos paramilitares y éstos. Asimismo, logró documentar las precarias condiciones en que viven los desplazados que generalmente huyen de sus comunidades después de que algunos de sus familiares o compañeros han sido asesinados, sus pertenencias destruidas o robadas sus cosechas. Las imágenes son patéticas: una joven mujer que pare en el monte, en plena huida, sobre un lodazal y bajo una pertinaz lluvia; unos niños que no dejan de toser enmedio de la neblina; una mujer que coce chayotes para todos los desplazados porque no hay otra cosa que comer. Todos tratando de cobijarse bajo una ramada que nada cubre o bajo un techo de hule que simula una choza.
En medio de esta desolación salta la solidaridad del hermano que brinda hasta lo que no tiene a quien ha caído en desgracia. Una joven mujer explica que en su casa han recibido a los desplazados y tratan de reducir su desesperanza haciéndoles un huequito en la choza y compartiendo con ellos la tortilla y la sal; actitud propia de quien conoce de sufrimientos y sabe que los papeles pudieron estar invertidos y ser ellos los que necesitaran apoyos.
Complementan el cuadro los testimonios del obispo Samuel Ruiz y su coadjutor Raúl Vera, quienes no dudan en señalar que la situación es parte de la guerra de exterminio que los poderosos mantienen contra los pueblos indios, no de ahora sino desde hace siglos. Son las consecuencias, dicen, de la lucha de estos pueblos por dejar de ser los sometidos de siempre y volver a ser ellos mismos, por recobrar su identidad y dignidad.
Ignoro si exista alguien que después de conocer estos testimonios todavía se atreva a pensar siquiera que la denuncia de la violencia paramilitar en las zonas indígenas y particularmente del estado de Chiapas sólo sea una campaña en contra de los administradores en turno de ese estado. Puede ser que los haya, pero quienes no estamos de acuerdo con ellos y creemos que todos los seres humanos merecemos luchar por una vida digna, no deberíamos dejar que todo esto siga sucediendo sin hacer nada por impedirlo o, por lo menos, denunciarlo. Lo contrario podría traer como consecuencia que el día de mañana nosotros fuéramos las víctimas y nadie hiciera algo por evitarlo.
* Abogado mixteco.