Las terribles matanzas en Ruanda y en la región africana de los Grandes Lagos, así como el peligro de nuevos estallidos de violencia interétnica en Bosnia y en la región serbia de Kossovo ponen de modo dramático en primer plano el problema de la destrucción de las viejas relaciones estatales como efecto de la mundialización y de la creación, en su reemplazo, de solidaridades étnicas, regionalismos racistas y lazos de dependencia hacia jefes de guerra criminales, quienes tienen el genocidio y la ``limpieza étnica'' como única ``política'' y para los cuales no existe derecho humano alguno.
Durante siglos, los hutus, agricultores, y los tutsis, pastores y guerreros, convivieron en las colinas de Ruanda y Burundi; muchos tutsis se establecieron en lo que fue el Congo Belga, después Zaire y actualmente el Congo Democrático. Los colonialistas, aplicando el dicho de que ``dividir es reinar'', comenzaron a oponer a los hutus --sometidos a una aristocracia tutsi-- primero a la etnia dominante y después entre sí, con el fin de evitar el surgimiento de una élite hutu capaz de hacer política y de escapar del tribalismo. Bélgica y Francia, por lo tanto, tuvieron enorme responsabilidad en la creación de las bases de las matanzas interétnicas actuales, sobre todo cuando un sector tutsi, refugiado en Uganda, comenzó a contar con el apoyo de Estados Unidos y surgió, así, el problema de la extensión de la anglofonía en una región hasta entonces francófona.
Por añadidura, la caída del dictador congolés Mobutu Sese Seko, siervo de todos los patrones, pero al final de sus días dependiente del apoyo francés, creó una profunda inestabilidad en el corazón de Africa. Las matanzas se sucedieron entonces en el vecino Congo Brazzaville y se reproducen ahora en Ruanda, porque está en juego quién controla las enormes riquezas minerales --petróleo, diamantes, uranio-- del Congo Democrático, cuyo nuevo gobernante, Laurent Kabila, quien ahora recibe a Madeleine Albright, responsable de la política exterior de Washington, hace frente a intentos repetidos de desestabilización.
Los tutsis asesinados en masa en Ruanda eran parte precisamente del pueblo de pastores fronterizos que dieron apoyo social y militar a Kabila en su lucha contra Mobutu. Toda la región, desde Angola hasta el Congo Brazzaville, pasando por Ruanda, Burundi y Uganda está en un equilibrio precario. Esos estados, que jamás tuvieron una base nacional ni un sustento social, dependen como nunca del extranjero --por la deuda, por el desastre económico, sanitario, social-- y se fragmentan en grupos tribales con disfraz político que utilizan la solidaridad étnica para tener una base de negociación con las grandes potencias.
Las fronteras trazadas por las potencias coloniales estallan ahora hechas pedazos y los estados de esta región de Africa no pueden asegurar, ya no el desarrollo, sino incluso la paz interna, mientras las grandes potencias libran una guerra de posiciones utilizando como peones en el tablero mundial a las poblaciones locales.
Lo más grave es que no parece haber una salida en el corto plazo a esta situación. A más largo plazo, en cambio, todo depende del establecimiento de una institucionalidad democrática en esos países y del envío de ayuda masiva a sus poblaciones desamparadas. La trágica ``limpieza étnica'' sólo puede ser frenada con un sobresalto moral a la vez en el llamado Tercer Mundo y en los países dominantes para reconstruir una política internacional y una economía que no consideren a la gente material desechable y que otorguen prioridad a la paz y al desarrollo, mas no a la exacerbación de diferencias y rivalidades de orden étnico, político, ideológico o religioso.