EL TONTO DEL PUEBLO Ť Jaime Avilés
Chiapas: hoy, todos al Zócalo
Escribo estas líneas metido en una camiseta amarilla que sobre la tetilla izquierda ostenta la ridícula efigie de un camello. Sobre la mesa hay un paquete de cigarros que en su portada exhibe un dromedario de perfil. A principios de este año, con esta camiseta y con un paquete de cigarros idéntico,
estaba desayunando en una casita de La Realidad, con los pollos picoteando bajo la tabla habilitada como banco y los alacranes durmiendo entre los abanicos de palma del techo. De pronto se me acercó el Clinton -no se trata de un apodo sino de un nombre de pila: Clinton Miguel Jiménez- y se me quedó viendo:
-¡Un camellito! -dijo señalando con el dedo el dibujo de la camiseta. Luego se fijó en el paquete de cigarros y volvió a exclamar-: ¡Otro camellito!
En esos días, luego de estudiar la contrapropuesta del doctor Zedillo y celebrar el tercer aniversario de la declaración de guerra, el EZLN acababa de afirmar que la postura del régimen era ``una burla infame''. Y desde entonces, por la brecha que atraviesa la comunidad, los carros de combate del Ejército Mexicano pasaban todos los días con una dotación de soldados -y en éstos una actitud- que jamás habíamos visto.
Apuntando, entre otros, hacia Clinton.
Que tiene cinco años.
El deterioro de la situación política y social -de la económica ya ni hablemos- en Chiapas se ha agravado extraordinariamente desde los primeros días de este año hasta la actualidad. Poco después de las elecciones del 6 de julio, el Ejército Mexicano realizó un extraño movimiento: de buenas a primeras comenzó a levantar algunos campamentos, y algunos medios de prensa dijeron que éste era un gesto de distensión.
En el número de la revista Milenio que ha circulado esta semana, hay un reportaje que narra una historia similar: la del ejército guatemalteco en ciertas poblaciones campesinas de El Petén. El relato, claro está, se remonta a muchos años atrás, y dice que cuando apareció la guerrilla en las montañas de aquella zona, los militares llegaron a las comunidades con piñatas, regalos, comida, medicinas y aparejos de labranza, para ganarse el aprecio de los campesinos que, por cierto, no estaban en contacto con los alzados en armas.
Ellos, simplemente, se habían organizado en cooperativas de producción para defenderse de los intermediarios. Los soldados permanecieron entre ellos algunos años en coexistencia pacífica. Un buen día, al romper el alba, se fueron sin explicar por qué. Al poco tiempo, en un poblado equis entró una supuesta columna guerrillera haciendo unos cuantos tiros al aire y diciendo: ``Y avísenle al ejército que estamos listos para lo que quiera''. Tras de lo cual, ganaron otra vez para el monte. Horas más tarde, con una sincronización sospechosa, reapareció el ejército. El general que estaba al mando llamó a los jefes de la cooperativa y se reunió con ellos, a solas, en una bodega.
El resto de la tropa, antes tan amigable, ahora venía con los rostros pintados de negro y con las armas apuntadas hacia las mujeres y los niños. Al escuchar una señal en el radio, el teniente que se había quedado relevando al general ordenó a sus elementos que se retiraran. Pero el general no volvió. Cuando los militares dieron vuelta en la última curva visible del camino, la gente, con espanto comprensible, fue hasta la bodega donde se había celebrado la reunión con los jefes de la cooperativa. Estos pendían de unos mecates, desorejados y mutilados de la lengua. A tal clase de escarmiento, en Guatemala comenzó a llamársele ``guerra de baja intensidad''.
La noche del jueves -después de llamar por teléfono al tonto y explicarle que esta semana no podría ir a Tecamacharco-, estaba en la redacción de Masiosare revisando un texto de Blanche Petrich que aparecerá en la entrega de mañana, indispensable, por cierto, para quienes aún se interesen en Chiapas. De repente, en la pantalla de la computadora leí el siguiente párrafo:
``Los manuales de contrainsurgencia dictan como regla número uno para descabezar al enemigo lo que el estratega de la antigua China, Tsun Tsu, llamó exquisitamente `quitarle el agua al pez', fórmula aplicada universalmente, desde Vietnam hasta Guatemala. El general Efraín Ríos Montt utilizó la variante de tierra arrasada. Alguien en México, en algún centro neurálgico del poder, halló una fórmula mejor: hablar de `conflictos intercomunitarios', algo que no acarrea costos políticos ni de imagen.''
En ese instante, recordé que necesitaba una ilustración para un ensayo de Leonardo Páez sobre el neoliberalismo en los toros, y bajé a la redacción de La Jornada. Una reportera estaba tecleando una entrevista banquetera que esa mañana había concedido el secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, y por encima de su hombro vi que tenía a su lado la transcripción oficial que había expedido la Presidencia de la República. Le pedí que me dejara echar un vistazo, cogí las páginas y en la número cinco hallé esto, a propósito de Chiapas:
``PREGUNTA: ¿Usted cree que es guerra de baja intensidad?
RESPUESTA: No hay ninguna guerra de baja intensidad. En el norte de Chiapas hay conflictos intracomunitarios y conflictos intercomunitarios''.
El licenciado Chuayffet, como se ve, tiene bien aprendido su libreto.
-Si quieres, quédatela -me dijo la reportera-. A mí ya no me sirve.
Así que regresé a Masiosare y me senté a leer la entrevista de Chuayffet.
``PREGUNTA: De Chiapas, señor. ¿Qué nos puede decir de la actual situación?
RESPUESTA: Nosotros hemos estado insistiendo en que, en modo alguno, el gobierno está cerrado. Mire, hemos explicado cosas, que luego lamentablemente se pierden; no vamos a renegociar los Acuerdos de San Andrés. Se ha dicho por ahí que el gobierno de la República no quiere cumplirlos, los va a cumplir exactamente en los términos en los que se firmaron; sólo que los Acuerdos de San Andrés tienen una expresión jurídica en su propuesta de la Cocopa para llevarlos al texto constitucional, y evidentemente esa expresión jurídica es perfectible; a efecto de que, cumpliéndose los acuerdos, no haya lugar a dudas ni ambigüedades en ningún sentido que pudieran tener efectos colaterales negativos a la intención de las partes de resolver las viejas y justas pretensiones de nuestros pueblos indígenas; pero, evidentemente, ha habido un rechazo del EZLN en el sentido de que cualquier observación que se haga al proyecto de la Cocopa se considera una retractación; no existe tal; hay que estudiar los acuerdos, hay que leer los acuerdos, hay que leer las observaciones que hace el gobierno; no se cambia en esencia nada de lo que fue firmado y sí, en cambio, se abona mucho en el sentido de perfeccionar, de detallar, de concretar, de no dejar margen de duda. Entonces, no vamos a renegociar los acuerdos, que es lo que ellos quieren, no renegociarlos, nos lo han pedido, no los vamos a renegociar, y en eso estamos de acuerdo. Y en segundo lugar, estamos abiertos en todo momento para que, de esta suerte, resolvamos un problema que nos lacera y nos lastima a todos los mexicanos. Cualquier mexicano sabe, independientemente de que viva en posiciones muy lejanas a Chiapas, que es un problema que nos duele a todos y queremos reconciliarlo.
PREGUNTA: ¿Quién va a dar el primer paso?
RESPUESTA: Nosotros estamos dispuestos a dar los pasos, no uno, todos los que sean necesarios para reiniciar un diálogo; y en este sentido, estamos tratando que las instancias de coadyuvancia y de mediación nos ayuden para efectos de que volvamos a sentarnos, volvamos a platicar y podamos llegar a acuerdos provechosos que resulten en una paz definitiva y justa para Chiapas''.
El domingo a medianoche, millones de televidentes se estremecieron en sus camas, al ver en la pantalla del Canal 2 que el periodista Ricardo Rocha hacía esfuerzos por contener las lágrimas. En ese instante pensé: ``Esta es la segunda vez en mi vida que voy a ver a Rocha llorando''. La primera fue en Nicaragua, mayo de 1979, en una habitación del hotel Intercontinental, en plena insurrección sandinista. Managua sonaba esa noche como una olla de palomitas de maíz y un periodista acababa de mostrarnos la carta de una muchacha llamada Idalia, que le había escrito a su madre para avisarle que no se preocupara porque se iba a la revolución.
Dieciocho años después, en el curso de su extraordinario reportaje sobre ``los conflictos intercomunitarios'' en Chenalhó, donde entrevistó a decenas de niños y mujeres tzotziles desplazados por la guerra que no se ve y no le causa problemas de imagen al ``gobierno'', Rocha estuvo a punto de llorar nuevamente. No lo hizo, aunque temblaba de rabia, pero en cambio quien no fue capaz de atajar el llanto fue su reportero, Rodolfo el Negro Guzmán, quien dijo al aire:
-Yo nunca pensé que en mi tierra pasaran estas cosas.
La segunda parte de ese trabajo consistió en una vehemente entrevista con los obispos de San Cristóbal, Samuel Ruiz y Raúl Vera, de la cual Masiosare ofrecerá mañana una versión menos coloquial por motivos de espacio. El impacto que en la opinión pública produjo esta emisión fue inmenso. Sin embargo, no mereció un comentario, una justificación, un desmentido o una mínima respuesta de parte de las autoridades. Sólo trascendió, extraoficialmente, que Chuayffet se había ``molestado muchísimo con el programa''.
El jueves, cuando los reporteros lo cercaron en el patio de honor del Palacio Nacional, el secretario de Gobernación tuvo la oportunidad histórica de referirse al reportaje de Rocha. Pero, una vez más, volvió a eludir el tema porque en el discurso oficial la guerra de Chenalhó todavía no existe.
PREGUNTA: Señor, como están las cosas en Chenalhó, ¿eso no enturbia el poder de reanudar el diálogo?
RESPUESTA: Son conflictos muy complejos y, en ese sentido, su pregunta no sólo es muy inteligente sino muy razonable. Debemos evitar que la violencia ahonde más en el conflicto; en la medida en que más prontamente podamos encontrar caminos para llegar al diálogo, nos apartaremos de esas expresiones de violencia que, locales o coyunturales, efectivamente nos alejan de una posibilidad de reencuentro, por eso le digo que es muy inteligente su pregunta.
Y eso fue todo sobre Chenalhó.
Un día antes de que el licenciado Chuayffet lanzara estas bolas de humo, que si algo confirman es que su política es la que sigue prevaleciendo en Chiapas, Hermann Bellinghausen salió de La Realidad, a donde había ido al saber que la víspera las tropas del Ejército Mexicano permanecieron más de 30 minutos a la orilla de la comunidad. ¿Preparando el asalto final contra Clinton? De regreso a San Cristóbal, Bellinghausen escribió, ``al cruzar este enviado en su vehículo por el pueblo muerto de Guadalupe Tepeyac, una patrulla de soldados que marchaba a orillas de la carretera se tiró al suelo, pecho a tierra, apuntando con sus armas en posición de combate. Pasó el vehículo en medio de ellos. Se incorporaron y siguieron su camino'' (La Jornada, 11/XII/97).
Una pregunta oportuna es: ¿a qué estamos jugando?
Esta tarde, convocado por Andrés Manuel López Obrador y la dirección nacional del PRD, en una iniciativa a la que se han adherido el Frente Zapatista de Liberación Nacional y diversas redes de resistencia y solidaridad con los indígenas rebeldes de Chiapas, habrá un gran mitin en el Zócalo de la ciudad de México, no para exigir la reanudación del diálogo (eso únicamente lo solicita el ``gobierno'' para seguir ganando tiempo en su guerra de baja intensidad), sino el cumplimiento y la estricta aplicación de los Acuerdos de San Andrés, requisito indispensable para empezar a hablar otra vez de las vías para restablecer el diálogo. Nadie puede faltar a la cita, hoy, sábado, a las cuatro de la tarde.