Carlos Fuentes
Los olvidados
a Plácido y Manuel Arango, ciudadanos solidarios
Todos coincidimos en que la seguridad ciudadana es el primer y principal problema para el gobierno citadino del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, su México. Pero, ¿cuál es el problema del problema, es decir, la raíz de esa inseguridad? De nuevo, todos coincidiríamos en señalar que el problema es económico por una parte y administrativo por la otra. La pobreza engendra el crimen, pero la corrupción lo avala y aplaza las soluciones.
Sin embargo, hay otra raíz del problema sin cuya solución las otras razones quedarán en suspenso. Esta es la condición de los niños en las calles de la ciudad. ``Hay que sacar a los niños de las calles'', me decía hace unos días Massimo D'Alema, el brillante dirigente de la izquierda italiana renovada.
Tiene razón. Los niños y adolescentes que sobreviven y sobremueren en las calles de la ciudad de hoy son los criminales y también las víctimas de la ciudad de mañana. Son, como en la gran película de Luis Buñuel, ``los olvidados''. Quince millones de niños mexicanos viven en la pobreza, nacionalmente. Sesenta mil mueren por causas prevenibles antes de los cinco años. Cuatrocientas mil muchachas son embarazadas cada año en la adolescencia. Treinta mil niños son repatriados cada año desde la frontera norte de México. Y tres de cada cuatro niños de las calles de México están allí debido al maltrato y al abuso sexual de sus padres.
¿Hay promesa más segura de una criminalidad constante, creciente e inerradicable que ésta, la situación de la infancia y de la adolescencia callejeras?
La sociedad ha respondido en muchas partes y de muchas maneras a este drama. En el Reino Unido, la organización Save the Children ha integrado ejércitos de voluntarios para salvar, efectivamente, a los niños arrojados a la calle por la pobreza y la crisis de las familias. Donaciones, suscripciones, peticiones y legados animan esta acción en un país con una larga tradición filantrópica y de acción ciudadana.
En España, los ``Mensajeros de la Paz'' han rescatado de las calles a millares de niños creando ``hogares funcionales'' que reemplacen a la familia natural cuando ésta, precisamente, deja de funcionar. Para que los niños no acaben en la calle, los ``Mensajeros de la Paz'' les dan nuevos hogares en los que privan los valores de la seguridad, el respeto, el diálogo, la libertad, el afecto, la educación y la independencia, todo ello dentro de un marco que rechaza el autoritarismo. Los ``hogares funcionales'' de los ``Mensajeros de la Paz'' intentan, de todos modos, el reingreso de los niños a su familia de origen si ésta supera los problemas de origen. Si no es así, los prepara para una vida social autónoma.
Pero es en Brasil, un país con problemas comparables a los nuestros, donde más necesarias han sido las organizaciones que salvan a los niños de las calles. México comparte con Brasil y Latinoamérica un crecimiento urbano aparejado a la concentración de la riqueza y al aumento de la pobreza. La mortalidad infantil, la baja expectativa de vida, la evasión escolar y la entrada prematura al mercado de trabajo arrojan a millones de niños en Río de Janeiro, en Bogotá, en Lima, en Caracas, en Santiago de Chile y en la ciudad de México, a las calles, y al crimen.
Ni la asistencia estatal, ni la represión, ni la institucionalización, han bastado para salvar a los niños de la calle ni a la sociedad del crimen. La organización ``Meninos de Rua'' en Brasil ha abogado, más bien, por defender y promover los derechos de los niños y de los adolescentes urbanos. Su principio consiste en considerar a los niños y adolescentes como seres humanos y como ciudadanos con derechos legítimos para tomar decisiones que afecten a sus vidas, sus comunidades y sus sociedades en general... Las comisiones locales de los ``Meninos de Rua'' reúnen a educadores, activistas, profesores y técnicos en veinticinco de los veintisiete estados brasileños. Pero su principal activo son los niños mismos. La voz de los niños en defensa de sus propios derechos.
Los adultos pueden pugnar por leyes y políticas en defensa de los niños. Pero son los niños quienes mejor conocen y combaten contra lo que los arrojó a la calle; el hambre, ciertamente, pero también los malos tratos, la violencia familiar, los encarcelamientos ilegales, el trabajo ilegal, la prostitución solapada, la sospecha de exterminio...
Oigamos a los niños. Saquémosles de las calles. Démosles un techo, una educación, el ``hogar funcional'' de los ``Mensajeros de la Paz'', los apoyos sociales de Save the Children, la defensa de sus derechos como ``Meninos de Rua''. Salvar de la calle al niño de hoy es salvar la calle para el ciudadano de mañana.