El gobierno del Distrito Federal ha iniciado su gestión. De cómo pueda cursarla los primeros 100 días se desprenderán algunos indicios acerca de cómo pueda concluirla.
Aspecto frágil de las democracias sustentadas enfáticamente en la transmisión del poder, y por tanto en el momento electoral, es el leve compromiso que adquiere la ciudadanía al elegir a sus autoridades en las urnas frente a los problemas que éstas habrán de intentar resolver.
Si se la quiere ver así, esa fragilidad corresponde a la del contenido del mandato de acuerdo con las promesas de campaña. Una vez en el poder, los hombres con la investidura de autoridades suelen minimizar, desviar o de plano relegar tales promesas.
No se han inventado hasta ahora mecanismos eficaces que permitan a los gobiernos convocar a su base electoral para participar activamente en las tareas de satisfacer sus propias demandas. Y los que se han inventado para dotar a la ciudadanía de la potestad de intervenir oportunamente y con carácter decisivo en el ejercicio del poder cuando éste se aparta de lo prometido y aun de la legalidad o cuando toma medidas extraordinarias que pueden afectar sensiblemente a toda la población, o bien no son sólidos, salvo excepciones, o --como en nuestro caso-- no forman parte de las tradiciones políticas.
La llegada al gobierno del Distrito Federal de un partido de oposición con las características del PRD (escamoteado en algunos de sus triunfos, hostigado y agredido, sobre todo el sexenio pasado) ha levantado grandes expectativas entre su electorado, pero también entre otros sectores.
Es ésa un arma de doble filo: por una parte le ofrece a la administración cardenista la posibilidad de involucrar a un amplio núcleo de los capitalinos en la solución (o por lo menos amortiguamiento, control) de los montañosos males que padecen; por la otra, si falla en hacer efectiva esa convocatoria y los males no disminuyen en grado aceptable, la expectativa se puede tornar, atizada por sus opositores, en franca animosidad.
La incorporación de los habitantes del Distrito Federal a las tareas de regeneración --término adecuado si los hay para lo que debe hacerse-- sólo sería dable con un equipo vertebrado por intereses y objetivos comunes y capaz de establecer una relación dialógica con la sociedad. ¿El equipo con el que Cárdenas inicia su gobierno tiene esas características? No lo parece. Es un equipo con lealtades estriadas y sólo algunos de sus integrantes podrían crear canales de comunicación de doble sentido con los muy diversos sectores sociales de la metrópoli.
Es cierto que Cuauhtémoc Cárdenas llegó al poder gracias a la capacidad organizativa de la sociedad defeña para impulsar los cambios por los que ellla venía luchando desde hacia décadas. Pero entre esa aptitud y la respuesta a la convocatoria del nuevo gobierno hay muchas cosas de por medio que pueden inhibirla: vestigios de paternalismo, cacicazgos, inercia cotidiana, manipulación desde muy diversas fuentes.
La glasnost tan anunciada como fallida en el sexenio de Salinas tendría que ser, enriquecida y potenciada, una de las fórmulas cardenistas para movilizar a la sociedad en torno a sus reclamos y para elevar su nivel de exigencia frente al propio gobierno del DF.
El lapso de los 100 días servirá para ver hasta dónde las iniciativas, correcciones y creatividad política requeridas del gobierno de Cárdenas serán el anuncio de las construcciones y los cambios esperados.