Sergio Ramírez
Una cuenta ajena que deberemos pagar

¿Noticias que despiertan sólo la curiosidad, o un sentimiento de catástrofe? Según el Centro Climatológico de Hadley, en Inglaterra, el año de 1997 será el que registra la temperatura más alta en el mundo, desde que se tenga noticia. Hay un 30 por ciento más de dióxido carbónico retenido en la atmósfera que en 1860. Para la mitad del próximo siglo, esta cantidad de gases provenientes de la deforestación, y de la quema de petróleo y de carbón, será el doble. Y la temperatura, seguirá en ascenso. Subirá el nivel de los mares, tragándose islas, y costas bajas. Habrá más inundaciones, pero también sequías.

Sin embargo, los ecos de la recién concluida Conferencia de kyoto sobre el recalentamiento del planeta parecen llegar en sordina hasta los países pobres. Ante las urgencias del desempleo, la marginación, y la pobreza creciente, para millones de seres resulta un tema de la estratósfera. Para los más informados entre nosotros, el problema sólo puede ser resuelto por los países más ricos, aquéllos que producen las emisiones de gas carbónico, y el letal efecto de invernadero. Son los grandes actores de la Conferencia de Kyoto.

¿Quiénes pagarán esta cuenta negra? Si algo llama la atención es cómo los efectos del recalentamiento van a repartirse durante el próximo siglo. Sorpresa: las temperaturas más altas van a beneficiar a los países industrializados, los que producen anualmente billones de toneladas de gases que se acumulan en la atmósfera y se quedan allí para siempre. Son los países que están al norte, los que consumen más combustible para el transporte, la industria, el confort. Primero que nada, a mayor temperatura, van a necesitar menos calefacción en el invierno.

Los países del sur, por el contrario, los del viejo Tercer Mundo, los que no son responsables de las grandes emisiones de gases, sufrirán gran parte de todos los efectos maléficos: inundaciones, sequías, conversión de las tierras fértiles en desiertos, desaparición de los bancos de pesca, hambrunas, más dengue y malaria. La corriente del Niño es apenas un ensayo de este apocalipsis, que traza su frontera de manera implacable entre norte y sur, aun en la Europa próspera del pacto comunitario: España, Portugal, Grecia, serán los más afectados en su producción agrícola; el recalentamiento, los devolverá al sur. Y la suerte de Africa y América Latina, viendo hacia el futuro, es aún peor.

Sólo Estados Unidos produce 5 mil millones de toneladas de gases por año, 20 toneladas por habitante, otro tanto los países de Europa comunitaria, y otro entre China, Japón y Rusia. Y los países del llamado ``milagro asiático'' son tigres manchados por la polución incesante: Asia es la región más contaminada del mundo según un reporte del New York Times.

Lo que está en juego para los capitales agresivos del mundo global y las grandes potencias económicas que los amparan, es el futuro de las inversiones. El futuro de los capitales, a costa de todo, aun del futuro en un planeta habitable. Y su alegato, presente en la Conferencia de Kyoto, es que la reducción en la emisión de gases traerá recesión, y desempleo. Y aun disponen de una lista de efectos benéficos del recalentamiento.

Pero en una entrevista concedida a Le Monde, Delia Villagrasa, a la cabeza de un bloque de 300 organizaciones de defensa del ambiente, con parte en las negociaciones de Kyoto, sostiene con énfasis que los países industrializados, y solamente ellos, son históricamente responsables del recalentamiento, y tienen la capacidad tecnológica para reducirlo. ``Demandar, dice, como lo hace Estados Unidos, que los países que poseen tres vehículos por familia sean puestos en el mismo plano que aquéllos que no tienen electricidad en sus hospitales, es un escándalo moral''.

El sentido tan precario de la vida en este siglo, contaminado por los gases del dogma neoliberal, nos arrastra, con indolencia, al descuido del futuro. Mañana, quienes vivan en ese espacio improbable que hoy parece sólo sueño y expectativa --y que no será el nuestro-- tendrán que arreglárselas solos. Como ocurrió un día con los dinosaurios, que no prepararon el futuro.