Luis González Souza
Paz y alta diplomacia

In memoriam Jorge Castañeda

Ninguna nación tiene futuro, si olvida lo mejor de su historia. Y ésta incluye la obra de sus personajes más valiosos. Es el caso de don Jorge Castañeda y Alvarez de la Rosa, quien acaba de morir dejando un multifacético legado como jurista, escritor, maestro, diplomático y Canciller (así con mayúscula). Todo ello permeado por un humanismo universal, a la vez anclado en un firme y sano nacionalismo, que por supuesto incluía un claro compromiso con la paz, comenzando por ese polvorín llamado Chiapas.

No es una exageración. La situación en ese siempre vilipendiado estado de la República día con día se torna más y más explosiva. Una enésima constatación la acaba de hacer la Misión Civil Nacional e Internacional de Observación para la Paz en Chiapas, integrada por 44 personas en su mayoría representantes de una diversidad de organizaciones nacionales (Red de Derechos Humanos Todos los Derechos para Todos, Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, Convergencia de Organismos Civiles por la Democracia, Asociación Nacional de Abogados Democráticos, entre otros) y extranjeras (American Friends Service Committee, Global Exchange).

La Misión Civil recorrió, del 30 de noviembre al 3 de diciembre, las zonas más conflictivas de Chiapas. Y con base en testimonios directos, constató una realidad tan aterradora como la del valiente documental de Ricardo Rocha divulgado por Televisa hace unos días. Entre otras cosas, la misión constató una violencia que afecta a toda la población de las regiones visitadas; un clima de inseguridad, temor y desconfianza; el desplazamiento de miles de personas a causa del impune accionar de grupos paramilitares; la consiguiente pérdida de lo más elemental (tierra, techo, familia) sufrida sobre todo por ancianos, mujeres y niños; la ``complicidad abierta y probada'' entre tales engendros paramilitares y las autoridades.

Lo peor es que tanto la misión como Ricardo Rocha sólo vieron un pedazo más bien superficial de la tragedia. Para verla con profundidad, basta leer (y releer cien veces) el artículo de Andrés Aubry, quien sin duda sabe de lo que habla (``Noche y niebla en Chiapas'', La Jornada, 11/XII/97). Vale la pena recordar algunas de sus certezas: una ``cacería humana de los refugiados'' en las mismísimas calles de San Cristóbal; el entrenamiento militar de adolescentes ``sazonado de prácticas sexuales'' reforzadoras de su machismo guerrerista; mujeres encarceladas hasta que el marido aparezca y pague fianzas impagables.

Podríamos agregar la tragedia, por sí sola cruel, de miles y miles de niños castrados de infancia por aquello que la Misión Civil no tiene dudas en calificar de ``guerra civil''. Pero la ceguera de la cúpula gubernamental llega al punto de molestarse con quienes la califican de simple ``guerra de baja intensidad''.

Con razón Chiapas es un polvorín. Como nos recuerda Aubry, no hablamos de cualquier lugar sino de aquél donde ``hasta las piedras son insurgentes''. ¿Qué esperar si convenimos en que Chiapas también es un lugar donde son atropellados hasta los búfalos?

Qué distinto sería si gentes como don Jorge Castañeda fuesen las encargadas de resolver la guerra en Chiapas. Nos consta su profundo dolor por esta guerra. Así lo expresó cuando le entregamos la Medalla Isidro Fabela, el 24 de marzo de 1995, quienes hacíamos la revista México Internacional. Y es que el brillo internacional de don Jorge tuvo mucho que ver con su incansable esfuerzo a favor de la paz y el desarme.

Seguramente él cambiaría todos sus logros por vivir hasta ver una paz verdadera en Chiapas. Porque sin capacidad para lograr nuestra propia paz, ¿de qué sirve que nuestros gobernantes se esponjen a más no poder con discursos pacifistas en cuanto foro internacional se atraviese, lo mismo que con ta-reas de mediación en cuanta guerra de otros países se preste a ello?

Una alta diplomacia distinguía al México del Canciller Castañeda y de la paz interna. Hoy lo que tenemos es una grave guerra --ya estallada en Chiapas y por estallar en otros lados-- en el marco de una diplomacia, ésa sí, de baja intensidad.

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